A finales de septiembre, agonizante el verano, es cuando se acerca el inicio del curso (horror), muchas son entonces las especulaciones del alumnado sobre el futuro grupo docente, especulaciones, que en su mayor parte, nunca se cumplen, ya que el mundo es una lotería en sí. En busca de profesor.

En fin, nunca llueve a gusto de todos, y si fulano quería el profesor mengano, sale todo al revés. Y si el profesor mengano quería tal clase o tal tutoría, le toca tal otra; y si la tostada siempre cae por el lado de la mermelada (Ley de Murphy, gran pensador) la clase que te toca, nunca es la que soñaste.
Ni que decir tiene que no todo son puntos negativos, sus virtudes, habrá, pero claro, es más fácil ‘aguantar’ las dichas durante nueve meses, que las desdichas, y los defectos y las asperezas, en el transcurso de esos nueve meses se convierten en errores insalvables.
Porque el curso es como un parto, señores. Nueve meses, tiempo en el que hay que meterse todo tipo de conceptos en la cabeza y demostrarle a un señor, que sabemos esos conceptos. Conceptos que se suponen útiles y básicos, pero conceptos por los que nadie dará un duro a la hora de buscar (no, perdón, de encontrar) un trabajo, porque ni siquiera les importará un bledo lo que nosotros sepamos. En nueve meses aprenderemos multitud de cosas relativamente útiles, trataremos de llevarnos bien todos y al final, ni niño, ni niña; nada más y nada menos que: aprobado o un (Game Over) «encantados de servirle, juegue otra vez».
Aprobar, aprobará el que pueda (¿o quiera?). Eso de que nos tocamos las narices, que cada uno hable por sí mismo y no de lo que supone de los demás. Pero lo de llevarnos bien, mira, no. Esto no es «La casa de la pradera» y la lotería no toca. Cuando no hay buen ambiente, se nota desde el primer día. Y desde el primer día hasta el último, hay un rato largo, nueve meses concretamente, y ya he dicho que las pequeñas diferencias se hacen insoportables con el paso del tiempo.

Yo entiendo que para un profesor, hay alumnos insoportables, o indomables, o todo lo que ellos quieran, pues hay de todo en la viña del Señor. Pero también es verdad, y el que se pica, ajos come; que hay profesores insoportables. Y si atamos cabos, veremos que hay nueve meses, y de todo en la viña del Señor…
Los profesores se quejan en general de que los alumnos lo quieren todo, que le piden peras al olmo, que quieren estudiar poco, que se les trate adecuadamente y a ser posible, que se les apruebe, claro. Nosotros ya sabemos que eso es una utopía. La misma que la que desea el profesor de tener una clase de obedientes discípulos, no tener que explayarse demasiado, un sueldo decente, etc. Y también saben que no es cierto.
Pero hay un pequeño gran matiz, y es que el que está arriba, es el profesor. Y el que se juega el curso, es el estudiante. Si éste no pone nada de su parte, el profesor no puede atender, comprender, estudiar y hacer los exámenes por él, faltaría más.
Pero no hablo de eso. Me refiero a cuando el profesor, no sabe llevar una clase. ¿De que me sirve, ni a mí, ni a nadie, que sepa mucho de su materia, si no sabe explicarlo, o/y yo no puedo entenderlo?.
Si estamos estudiando, es porque no sabemos. Y si no sabemos alguien nos tendrá que enseñar. Y si la base de todo, que es ésa, precisamente, no funciona; todo se viene abajo.
A veces es falta de atención por parte del interesado, hay que admitirlo. Pero otras, es por incompetencia de la parte contratante (de la primera parte). Nadie es perfecto. Pero sea lo que sea, si afecta de sobremanera a la clase, me parece una gran falta de profesionalidad.
¿Cuántas veces hemos escuchado de parte de profesionales en diferentes sectores, que no dejan que nada afecte a su trabajo, que tratan de hacerlo lo mejor posible y blablabla?
Esto es lo mismo. Quizá más grave, porque el resultado del trabajo no son piezas, ni engranajes. Son personas, gente que va a ser engranaje de la sociedad del futuro.
Pero no nos desviemos del tema. Muchas veces el orgullo, no permite ver los fallos y eso es un grave error.
Muchas veces, el profesor es víctima de burlas o faltas de respeto por parte de los alumnos. Es cierto. Pero los alumnos, también tenemos que soportar las voces o los comentarios de alguno, ya sea porque ha tenido mal día, viene de otra clase donde ha habido pelea, problemas personales de algún tipo, o simplemente, porque su carácter es así.
Si los taitantos por clase que somos, nos pusiéramos a desfogar nuestras querellas personales con cualquier docente, éste posiblemente se escudaría en que no tiene la culpa de lo que nos pase, ni la solución. Eso es verdad; pero nosotros tampoco.

Y otro pequeño detalle. Los buenos profesores, siempre llevan buenas maneras y hablan las cosas, porque saben ver con claridad la situación que tienen delante. Si alguien tiene que quedar mal parado en una discusión, es el que se pasa de la raya. Porque el que grita, es para imponer una razón que realmente no tiene fundamento, ya que si la tuviera, se impondría por sí sola sin necesidad de alzarle la voz a nadie. Y el maleducado, es el que insulta. A un maleducado, un maleducado mayor, es una sinrazón. Si se le falta al respeto a un profesor, es algo grave. (Si el profesor, contesta de igual manera o peor, es más grave todavía). La salida que toma el profesor es enviar al alumno a ‘jefatura’ ¿Qué ocurre cuando el que ha fallado es el profesor? ¿Se le envía a jefatura?

Con este artículo no pretendo ofender a nadie. Es una disertación como cualquier otra, sobre un tema. Si alguien se siente herido, no era mi intención, así que haga examen de conciencia entonces, por favor.
Y deseo a todos mis compañeros de ‘Celda’, un feliz parto.

Trabajo original