Cuando hablamos de adolescencia nos referimos a un período de la vida de las personas con edades correspondientes al segundo ciclo de ESO y al Bachillerato. La expresión tiempo libre se define por sí misma como opuesta a la de tiempo ocupado en el cumplimiento de obligaciones. Durante las vacaciones de verano, el tiempo libre de los adolescentes es muy extenso, siempre que las notas hayan ido bien en junio. Pero no es este tiempo libre el que nos interesa, sino el que se puede disfrutar durante el curso, después de haber cumplido con las obligaciones escolares.
Los adultos parecen siempre muy preocupados por lo que sus hijos adolescentes hacen durante su tiempo libre. Si se quedan en casa, les preocupa que se pasen las horas muertas jugando con las consolas de videojuegos o delante del monitor del ordenador. Si salen a la calle por la noche, les preocupa que puedan dedicarse a beber alcohol o a consumir drogas. Pero los jóvenes hacen sencillamente aquello que pueden hacer, lo que se ofrece en los lugares donde viven, una oferta que, casi siempre, se limita a bares, pubs y discotecas, sin olvidar algún establecimiento de bocadillos o pizzas. En el caso del tiempo libre de los adolescentes no está muy claro que funcione la ley de la oferta y la demanda. Más bien parece que el adolescente debe someterse a la oferta del mercado, un mercado que, a través de la publicidad, pretende orientar la demanda de ocio de los más jóvenes precisamente hacia aquello que más le interesa ofrecer: negocios poco imaginativos que, corriendo pocos riesgos, gastan poco e ingresan mucho. Estos negocios aspiran a convencer a sus clientes de que la mejor manera de divertirse es comer, beber y bailar, lo que sus clientes acaban creyéndose, entre otras razones, porque no hay mucho más que se pueda hacer.
De las actividades alternativas para el tiempo libre se habla bastante más de lo que se hace y todas las buenas palabras de los políticos no contribuyen a aumentar y hacer variada la oferta de ocio. Desde luego en Torrelavega no es fácil hacer algo tan elemental en una cultura de tiempo libre como ir al cine; no hay verdaderos cines y únicamente pueden verse películas en la Casa de Cultura, una sala pequeña con poca capacidad y cuya programación parece más pensada para niños o personas adultas que para los más jóvenes. Lo mismo puede decirse del teatro, que pocas veces trae obras atractivas para adolescentes. En la ciudad se organizan algunas veces actuaciones musicales para las que, en muchas ocasiones, hay que ser mayor de edad. Se dirá que siempre queda la posibilidad de subir a la montaña o hacer deporte, pero para eso además de que el tiempo sea libre hace falta que sea bueno. Además, no son actividades propias del ocio nocturno.
Tal vez para mejorar el tiempo libre de los adolescentes sería necesario tanto que la oferta variara como que cambiara la mentalidad de los adolescentes sobre el ocio, planteándose otras maneras de divertirse que no dependan tanto de las actividades de consumo.