Vivimos en tiempos de contacto frío, donde cada vez más el archiconocido recurso de humanidad: «¡Que buen día hace hoy!», suena más cerca del psiquiátrico que de la cordura social. En un mundo así, que se acerca día a día más al frío metálico de la tecnología, uno de los últimos reductos de abundante humanidad y contacto diario que existen, como es el ámbito académico, se nos desvanece con la misma velocidad que un salario mileurista.

Un ejemplo sangrante de la distancia educacional son los métodos e-learning, en especial el más novedoso en este campo, el sistema Moodle. Este sistema, además de ser un acrónimo, significa también deambular perezosamente a través de algo. Y ésta quizás es la principal duda que se le puede recriminar a los creadores de estos métodos. ¿Confiamos tanto en el alumnado para darle libertad en casa de estudiar cuando le apetezca?. La respuesta es sí y no a la vez. Sí, porque es cierto que el alumno estudia cuando de verdad quiere, pero a la vez la respuesta es no, ya que el profesor realiza un seguimiento del trabajo que se produce en el programa, por lo que en este caso no vale tener una gran capacidad sino cumplimentar unas ciertas horas, controladas por el mandamás estudiantil (el profesor, vamos).

Pero quizás a estos métodos les quedan unos años para extenderse y para poder ser criticados. Acercándonos más a nuestros colegios e institutos hoy en día nos damos cuenta de cómo se nota la entrada de la tecnología. ¿Quién iba a pensar hace unos años que íbamos a ver llegar a un profesor a clase más cargado que cualquier obrero de la construcción?. No es raro actualmente encontrarte a un profesor cargando por un lado el maletín del proyector, por otro lado el maletín del portátil, en la mano el disco de la lección, en un meñique la carpeta de notas, en el otro meñique la alargadera para el enchufe del proyector; vamos, que más que un profesor delante, tenemos todo un roboprof.

Esta situación que parece cómica no tiene otra etiqueta más que la de realidad, es uno de los problemas de la tecnología, que para hacer funcionar algo necesitas numerosos aparatos más. Una vez que el profesor ha llegado a clase y deposita con un gran estruendo su particular saco de carga sobre la mesa, empieza el segundo punto de la adaptación de la tecnología a la enseñanza, la instalación de todo para poder ver la imagen proyectada, en definitiva, unos 20 minutos perdidos de clase entre la carga y la instalación. Con lo fácil que es coger una tiza y escribir, además con lo poco que pesa…

En definitiva, con estos ejemplos quiero destacar la parte más negativa de esta tecnología. También es cierto que tiene efectos positivos, debido a que los jóvenes de hoy en día prestamos más atención a una imagen que a un profesor, eso está claro, pero si esa imagen no nos interesa también dejaremos de prestarla atención. Porque si al ver un documental de la 2 siguiéramos viendo inquietantes el transcurso del programa entonces te diría que ahí está la solución, pero creo que los mayores picos de audiencias (tanto juveniles como adulta- que todos tenemos que aprender-) no las tienen los documentales. Así somos, buscan encontrar el método perfecto para captar toda nuestra atención, buscan nuevas tecnologías, nuevas técnicas,….pero nada, seguimos cosechando las peores cifras escolares de Europa.

A lo que quiero llegar con esto es que quizás lo más importante no sea si la lección me la dan desde internet, desde clase con un proyector o una tablepocket, o con la tiza y la pizarra de toda la vida; lo importante es hacer crear interés en los estudios. Y no con caramelos tecnológicos sino con resultados y eficaz transmisión de conocimientos profesor-alumno.

 

Trabajo original