El Teatro Municipal Concha Espina (TMCE) nació de verdad en la tarde del 4 de enero, entre el reconocimiento y el agrado de cientos de personas que, desde la ciudad y su entorno, se acercaron a verlo nacer, espléndido y, sobre todo, anhelado.
Las gentes de la ciudad formaron desde primeras horas de la tarde, pese a que el espectáculo se iniciaba a las seis, una interminable cola para acceder desde la puerta del escenario al interior del teatro, donde unos siempre sorprendentes miembros de La Cubana acompañarían al visitante por una intrincada aventura que permitía conocer todos los vericuetos del edificio.
Sin embargo, la cola de la ciudad para ver su teatro se inició en realidad en 1993, cuando el alcalde José Gutiérrez Portilla convenció a sus conciudadanos y al consistorio de la necesidad de convertir el teatro, levantado en el centro de la ciudad en 1959 por la familia Berrazueta y entonces abandonado, en sede de las artes escénicas para la ciudad.
Y es que las instalaciones recién inauguradas no sólo representan un teatro estable muy demandado, sino una pieza fundamental en el edificio cultural de la ciudad, tejido con mimo, dedicación y gran inteligencia por Luis Herreros, otro de los protagonistas de esta historia. Un hombre entregado en cuerpo y alma a su trabajo y con el que la ciudad tiene una importante cuenta pendiente. Desde hace 23 años, Luis Herreros ha construido con un presupuesto bajo, mucho tesón, muchos contactos personales, mucha imaginación y mucha inteligencia, todo un entramado cultural basado en escuelas, ofertas de ocio dirigidas al gran público y certámenes y festivales de teatro y cine de reconocimiento nacional e internacional. Tengamos en cuenta que durante diecisiete años las mejores compañías y actores de la escena española y europea se han acercado a nuestra ciudad para participar en un festival, el de invierno, que se celebraba en el salón de actos de un instituto y que tenía por camerinos las aulas de los alumnos de bachiller. Pero la grandeza de Luis Herreros no sólo ha estado en colocarnos en el mapa cultural español, sino en crear una oferta dinámica, abierta al gran público, asequible a todos los bolsillos, vanguardista, de calidad, sin alto coste para la ciudad, formativa para los jóvenes y los niños y motor de la economía local. Como recientemente recordaba Nieves Bolado en ‘El Diario Montañés’, no hay un mes en el que Luis no nos ofrezca algo de interés, y eso atrae gente a la ciudad y sirve de acicate al comercio y la hostelería local.
Los otros dos protagonistas han sido los padres de la criatura, los arquitectos torrelaveguenses Luis Castillo y César Cubillas, creadores del triángulo cultural de la ciudad, con vértices en la biblioteca municipal, la Sala de exposiciones Mauro Muriedas y ahora el teatro municipal. Cubillas y Castillo han sabido responder a la sensibilidad de la ciudad y convertir un sueño en un teatro de alto nivel en el aspecto técnico. 7.000 m2 construidos, más 600 m2 que han permitido ampliar la biblioteca sobre los voladizos de la calle Mártires, 778 butacas (319 en el anfiteatro y 459 en la platea), múltiples espacios de ensayo, escuelas de arte dramático y folclore, un escenario de vanguardia y ocho millones de euros de inversión son sus credenciales.
‘Si un huerto es un huerto’ es la propuesta de La Cubana para la temporada baja. Como acto previo, el teatro fue inaugurado el día 29 de diciembre, tras tres años de complejas obras, con la presencia autoridades regionales y municipales, encabezadas por la vicepresidenta regional Dolores Gorostiaga que fue la encargada de realizar el protocolario corte de cinta. Junto a ella el delegado del Gobierno en Cantabria, Agustín Ibáñez; la alcaldesa de Torrelavega, Blanca Rosa Gómez Morante; los consejeros de Cultura y Obras Públicas, Javier López Marcano y José María Mazón; directores generales; concejales Luis Herreros, Luis Castillo, César Cubillas y muchos ciudadanos destacados en el ámbito social y cultural de la ciudad. El acto consistió en una breve proyección de fotografías del ayer y hoy del Concha Espina, desde su creación como cine en 1959. Tras ello la vicepresidenta regional, el consejero de cultura y la alcaldesa de la ciudad resaltaron el valor cultural y sentimental de la nueva instalación, sus cualidades técnicas, fruto del esfuerzo público para conseguir una infraestructura cómoda y asequible para los ciudadanos, y el hecho de que éste es un nuevo paso en el futuro cultural de la comarca, que se muestra pujante desde que hace 17 años Luis Herreros pusiera en marcha el Festival de Invierno. «La cultura es una obligación de los estados y de las sociedades democráticas plurales y libres, una prioridad, y lugares como este teatro han de ser para la gente, para quienes quieren explorar y disfrutar de la cultura», afirmó Gorostiaga. López Marcano resaltó el papel difusor del nuevo teatro, que será sede de la Escuela de Arte Dramático de la Consejería, con 52 alumnos.
Por la tarde el Concha Espina tuvo su segundo bautizo en un acto sencillo y familiar que contó con la presencia de la familia Berrazueta, propietaria del antiguo cine Concha Espina, comerciantes de la calle Mártires, la zona comercial Concha Espina, representantes de los colectivos sociales y culturales de Torrelavega y un grupo de seguidores, fieles desde los comienzos del Festival de Invierno.
Pero el momento cumbre se produjo el 4 de enero, cuando toda la población pudo conocer el edificio. Un larga hilera de ciudadanos esperó en la calle para, en fila india, acceder al recinto por su parte posterior, por la puerta del escenario. La espera en la calle fue amenizada por un documental que explicaba la historia del teatro local y del Concha Espina en particular. Ya en el interior la primera sorpresa, unos Reyes Magos poco al uso manoseaban al público que osaba hacerse una foto sentado en sus rodillas. Tras el sobe, el acceso a un teatro en plena actividad. Un ensayo en escena, actores deambulando por la tramoya, un huerto bajo el escenario (sí, un huerto, de los de lechuga, nabo y coliflor) y un sprint por los pasillos para hacer hueco a la fila de la calle. En ellos una visita entre actores, provocaciones y juegos por la sastrería, los camerinos, la capilla, la sala de masajes, maquillaje, cafetería, escaleras, vestíbulos, salas de danza y locales de las escuelas. Y todo entre el barullo, el calor y la comedia de una compañía que como pocas ha entendido y ha sido acogida en la ciudad: La Cubana. Ellos mismos, en boca de su director Jordi Milán i Milán, ya definieron lo que se iba a ver como «una tontería de acto para el que no hace falta ni sacar entrada, ni, consiguientemente, formar colas en taquilla, por cuanto no será un espectáculo propiamente dicho».
Pero setenta actores y mucho ingenio dan para mucho. Quizás no fuera muy reverente la escena «familiar» de María y José discutiendo como matrimonio moderno a punto de tirar al niño por la ventana, aunque la puesta en escena era perversamente inteligente. Quizás fuera un poco kitsch el tablao flamenco de la escuela de folclore, pero conviene rebajar la solemnidad que últimamente damos a la cultura local, que se ha convertido más en justificante político que en realidad histórica a defender. Pero, con todo, creó una atmósfera cálida y con sentido en lo que pretende ser un teatro como éste, un referente de la cultura popular. Y el público entró al trapo, y dialogó con los actores y colaboró, y sonrió, y se quedó maravillado con genialidades como las gallinas del gallinero, la plástica de las bailarinas del escenario, el virtuosismo cómico de las bailarinas peludas, o la emoción del espectáculo que se encontraban los espectadores al regresar a la calle, con una particular versión de La Traviata desde los balcones del viejo Impulsor, o la magia de Nacha Guevara desde las escaleras acristaladas de la calle Mártires. Quizás sobró algún gesto, pero nació un teatro.
Al regresar a la calle, lo más sorprendente, una traviata de letra muy torrelaveguense, que se alternaba con un plástico acto recreado en la música de Nacha Guevara y el homenaje al teatro. Todo ante un público encandilado.