Esta situación comenzó hace varios meses cuando el padre de Fátima, una niña marroquí de trece años, pidió plaza para su hija.
El centro público estaba completo y le dieron plaza en un colegio concertado, en el que le pusieron trabas para matricularla a causa de la exigencia de utilizar uniforme, y dado que esta niña quiere ir a la escuela con la cabeza cubierta con un hiyab o pañuelo que es tradicional en la cultura musulmana. Al parecer lo quiere llevar de forma totalmente voluntaria.
Yo creo que hay que respetar la libertad religiosa y que todo ser humano tiene derecho a no ser discriminado por razón de raza o de religión, y pienso que Fátima tiene derecho a llevar el pañuelo como símbolo de su cultura tradicional siempre que lo haga libremente.
Me ha llamado la atención el tiempo que las autoridades educativas han tardado en dar solución a esta situación, y que no se haya resuelto en el centro concertado trasladando el problema a un centro público. La enseñanza concertada está financiada con dinero público y sometida a los mismos deberes y exigencias que la pública, y no puede quedarse al margen, porque sino se estaría permitiendo que la enseñanza concertada seleccionara a sus alumnos, y los inmigrantes fueran segregados a la enseñanza pública.
Lo que sí entiendo es que en todo centro educativo deben de existir unas reglas de comportamiento, de respeto, con deberes y obligaciones y que garantice la igualdad de derechos y de oportunidades, y en este sistema educativo debe de estar también Fátima. Ahora lo está, pero con tres meses de retraso, y todo por un pañuelo.
El pañuelo creo que es sólo un símbolo cultural; muchas mujeres marroquíes no lo llevan, pero algunos piensan que es un símbolo de discriminación de las mujeres. Yo pienso que no sólo las mujeres marroquíes están discriminadas, y si el problema es la discriminación, y no el pañuelo, impidiendo el uso del pañuelo se dejará de ver el problema, pero nada más.
Estoy a favor de combatir esa discriminación, pero eso no se puede hacer de un plumazo, sólo se conseguirá con un trabajo educativo prolongado.
Lo que no se puede negar es que Fátima es la más perjudicada por este choque cultural, y que sólo facilitándole la integración en nuestro sistema educativo, y dialogando con su familia, conseguirá algún día alcanzar su sueño de ser maestra.
Lo que importa es que Fátima, y todas las demás niñas como ella, continúen con sus estudios cuando cumplan los dieciséis años, porque algunas familias marroquíes como sólo ven en la escuela un foco de conflictos, y no ven un valor especial en que sus hijas estudien, prefieren que se queden en casa ayudando a la madre, y educándose en las tareas del hogar.
Hay que concienciar a los padres inmigrantes de que la educación es la clave del progreso, garantizando así el derecho a una educación de esas niñas.
Con todo esto no pretendo decir que hay que aceptar todas las ideas y todas las costumbres, pues aquellas que sean enemigas de la igualdad y de la libertad, hay que combatirlas aplicando las leyes de una sociedad democrática como la nuestra.
No debemos olvidar que un inmigrante es un ser humano, que merece un trato como tal, que debe de respetar las leyes e instituciones del país que lo acoge, pero que también tiene los mismos derechos que asisten a cualquier ciudadano.
El problema surge cuando no hay voluntad de adaptación de los inmigrantes a las leyes, reglas y normas de nuestra sociedad y se aíslan con sus familias en ghettos cerrados, aislados social y culturalmente.
Creo que sólo a través de la educación, en contacto con otros modelos de vida, conviviendo con nosotros los jóvenes, los hijos de los inmigrantes podrán integrarse en nuestra sociedad, pero también el Estado debe poner los medios necesarios para facilitar esa adaptación, potenciando los medios de los Centros Escolares donde se escolaricen los hijos de los inmigrantes.