Manuel tenía cinco años y dentro de una semana iba a descubrir algo totalmente nuevo para él.
Su madre y su padre acababan de mudarse a Santander, porque su ciudad natal era Nueva York.
El padre era español y había tenido que venir a España por asuntos de trabajo.
Manuel sabía hablar español e inglés porque su padre le había enseñado a él y a su esposa.
Juan, que así se llamaba su padre, estaba entusiasmado porque dentro de una semana iba a ser carnaval y quería darle una sorpresa a Manuel. Le iba a comprar el disfraz más original que pueda existir en el mundo, al menos lo intentaría.
Recorrió todo Santander pero nada, todo era inútil todos los disfraces eran los de siempre de perro, de oveja, de caballero, de príncipe… Nada, no eran nada originales.
Tenía que encontrar un disfraz.
Ya no tenía esperanzas era las doce de la noche y mañana era carnaval.
Al día siguiente Juan estaba muy desanimado no tenía un disfraz para Manuel.
Manuel corrió hacia su padre a darle las gracias por el disfraz que le había comprado.
Juan se extrañó, él no le había comprado ningún disfraz.
Cuando vio el disfraz no se lo podía creer era un simple disfraz de perro.
Comprendió que su hijo se conformaba con cualquier disfraz. Manuel pasó un día muy especial.