Ha llegado la hora de descubrir una vieja forma de escalada que se ha puesto de moda entre muchos de los escaladores actuales. Metamos en nuestro viejo baúl las cuerdas, arneses y demás parafernalia para descubrir el maravilloso mundo del Búlder.
Esta vieja modalidad de la escalada nació a principios de siglo, posiblemente en la meca del Búlder, en Fontinebleau (Francia), un bosque lleno de grandes piedras.
El Búlder consiste en buscarse una «piedra», bien puede ser de 2 metros de alta (o 3, 4 ,5…, y si es vertical o desplomada mejor) y realizar por ella una serie de movimientos bien sea en vertical o en horizontal con los pies; claro está , sin que toquen el suelo, aunque muchos de ellos requerirán que empecemos sentados en el suelo.
En un principio puede parecer una tontería o muy fácil, pero la idea no está en encontrar una roca y realizar los movimientos por el lado fácil sino por el difícil. No todas las rocas que vemos valen, pero si nos esforzamos siempre encontraremos alguna. La dificultad reside en resolver con éxito los acertijos que la roca nos propone; aunque nos quedemos de los agarres, habrá que habituarse a cada presa (agarre), ensayar durante algún tiempo, comprender la posición ideal y entender lo que la piedra nos trata de decir.
Estos bloques de piedra les vemos a menudo, pero no nos fijamos y posiblemente hemos estado apoyados en alguno sin prestarle la más mínima atención.
Se encuentran en los sitios más dispares, como pueden ser acantilados (como es el caso de la Magdalena, o cerca del Faro de Santander), en las Tuerces (al lado de Aguilar de Campoo), sitio más representativo a una hora de Santander, en Los Picos de Europa, en El Valle del Asón…
Aunque esta modalidad es muy practicada no deja de ser criticada por muchos escaladores clásicos por que posiblemente ellos aún no lo han probado y la tratan de desprestigiar. Pero, aunque parezca lo contrario, estar a un alto nivel en el Búlder requiere un gran sacrificio y dedicación.