Un acercamiento, narrado en primera persona, al universo particular de los enfermos de Alzheimer, la constante lucha por aferrarse a unos recuerdos que se escapan de la memoria para aparecer renovados a cada instante.

Es una cálida mañana de finales de otoño. Desde mi ventana veo jugar a los otros intemos en el patio. La puerta se abre y una enfermera entra con mi desayuno:

¿Qué tal nos encontrarnos hoy? Debería salir usted también, un poco de sol no le vendría mal.
Le dirijo una sonrisa forzada.
No, gracias, me encuentro un poco cansada. Por cierto, ¿cómo se llama? Todos los días le hago la misma pregunta y todos los días me contesta lo mismo:
-Me llamo Frida, igual que ayer y anteayer.

Esto yo por supuesto no lo sé, lo mismo que no sé qué hace ahora una enfermera en mi habitación. Me levanto, me ducho y me visto. Me siento en la cama, desayuno y me ducho. No sé por qué, pero las toallas están mojadas. Viene una enfermera y, después de decirme que se llama Frida, me acompaña al despacho del doctor. La escucho, habla durante todo el camino, y me siento aterrada. ¿Cómo es posible que alguien sepa tanto sobre mí cuando yo no sé ni cómo me llamo?

Cuando llegamos a nuestro destino, se marcha. Y el doctor me dice:
Es simpática, ¿verdad?
– ¿Quién?
– Frida
– ¿Quién es Frida?
– La enfermera.
– ¿Qué enfermera?

Por más que miro, no consigo ver ninguna. El doctor me dice que no tiene importancia, que ya me acordaré. Parece simpático, tan amable bajo ese aire profesional. Sí, definitivamente este hombre me cae bien.

Bien, querida paciente. Ya va siendo hora de que hablemos. Lleva dos años aquí, y no hemos conseguido recuperar nada de su memoria. Cada vez que pensamos que va a recordar algo, no lo hace. Es como si hubiera un muro en su cerebro, que bloqueara todos sus recuerdos.
– Creo que no le sigo.
– Verá, voy a ponerle un ejemplo: cada mañana usted se levanta y mira el jardín. Cada mañana usted ve las flores por primera vez. ¿No cree que sería mejor acordarse de ellas?
– Sinceramente, no. Cada vez que miro las flores, me sorprende su belleza por primera vez, como usted dice. ¿Cree que si yo me acordara de ellas, seguiría admirándolas?
– Tal vez no, pero su memoria es importante. ¿Qué hay de sus amigos, su familia? Ellos están preocupados por usted, y mañana empezaremos un nuevo tratamiento.

Me despiertan los rayos de sol que entran por la ventana. Alguien ha corrido la cortina. Abro los ojos y veo una enfermera.

– ¿Qué tal ha dormido? El doctor me ha dicho que le pregunte si ha tenido algún sueño.

No sé quién es ese tal doctor, pero tengo la sensación de que no me gusta. Aún así, contesto:

He soñado con flores.
-¿Un sueño agradable?
– Tal vez.

Empiezo el tratamiento.

Hace 15 días que empecé el tratamiento. Me acuerdo de algunas cosas como el nombre de la enfermera, también me acuerdo de mi familia y amigos. Me asomo a la ventana. Hay unas flores muy bonitas en el jardín. Decido salir a pasear y, mientras camino, voy pensando en los extraños sueños que tengo. Con cada sueño descubro un poco más sobre mí y lo que veo no me gusta. Sin embargo, parece inevitable. Es la última fase del tratamiento. Esta tarde debo recuperar mi memoria. Todas las huellas mnemónicas deben ser rescatadas. Tengo miedo, no creo que pueda soportarlo. Creo que me harán enloquecer…

Ha comenzado la última fase. Mi cerebro recibe pequeñas descargas. Todos los recuerdos se agolpan frente a una puerta en mi mente. Ahora todo está en mi mano. Soy yo quien decide si debo abrir la puerta. La decisión está tomada.

Esta tarde abandono el hospital. Me siento como un preso al que acaban de conceder la libertad. Nadie me espera en la puerta. No sé por qué, pero no me extraña. Decidí retomar otra vez mi camino sin valerme de nadie y ésta es la primera de sus consecuencias. Espero que no me guarden rencor. El hospital está en las afueras de una ciudad, parece Berlín, pero no estoy segura.

Me paro en el jardín. Es un precioso atardecer de otoño y el tiempo es bastante cálido. Corre una suave y fresca brisa. Me detengo a admirar las flores. Son realmente bellas. Es una pena que no las haya visto primero. Recojo mi maleta y me dirijo a ese supuesto Berlín. No sé qué me deparará el futuro, pero sé que siempre estará cargado de sorpresas.

Trabajo original