La invasión de anuncios antes, durante y después de cualquier programa emitido en televisión resulta agotador para esta estudiante. Así lo relata, sarcásticamente, en este artículo.
Me encanta encender la televisión y ver a esa abuelita tan preocupada por los gérmenes. ¡Que alegría! Hasta los desconocidos se preocupan de si llevas la camisa amarillenta o si a tu hermano le huelen los pies. Aunque las chicas más majas son esas del anuncio de compresas; son fantásticas, cualquier día podrían escribir sus memorias con sus reflexiones filosóficas de las compresas con alas: ¿a qué huele el silencio? ¿a qué huele la música?
Lo que ya no huele son los anuncios de perfume: que si cómo se siente Abnil, que si eres un Diavolo y, por supuesto, ¿quién es Tomy? ¡Y a mí qué coño me importa quién es Tomy! Pero, claro, su perfume debe ser maravilloso, porque todo el mundo pregunta por él y quiere conocerle. Y, hablando de conocer… cualquier día te compras un buen coche, llamas al fontanero y conoces al hombre de tu vida.
La verdad, es que, con hombre o sin hombre, lo único que puedes hacer al llegar a casa es no encender la televisión y «prego», tómate un capuchino, que parece que funciona.