Una alumna del IES Santa Clara relata en Livin’ Europa cómo fue su experiencia en una convivencia en Alemania con 30 jóvenes de toda Europa, que fue el premio que obtuvo en el concurso Europa en la Escuela.

Tres de la tarde del 26 de agosto en la estación de ferrocarril de Koblenza, Alemania. Un grupo de personas espera en un banco, en la calle, bajo un sol abrasador. A lo largo de dos horas se va sumando gente. Son chicos de unos dieciocho años, con cara de cansados y enormes equipajes, que se presentan entre ellos en un tímido inglés. A media tarde se suben a un autobús y desaparecen, como si nada, en medio de los bosques alemanes.

Y yo entre ellos. Treinta chicos de mi edad venidos de todos los puntos de Europa, hablando una jerigonza extraña, mezcla de inglés, alemán y la lengua de cada uno, dispuestos a vivir una experiencia inolvidable como premio a la preparación de un trabajo.

Cuando nos acostamos esa noche en Bad Marienberg, yo no sabía siquiera el nombre de mi compañera de habitación. Katarzyna, from Polonia. Lo descubrí a la mañana siguiente, en un juego de presentación. Tras la opípara comida, típicamente alemana, un curioso Brainstorm sobre nuestros países de origen, en el cual nos dimos cuenta de la cantidad de tópicos que tenemos en la cabeza: España era, para ellos, principalmente flamenco. Es cierto que no dio otra imagen la presentación de nuestro país, durante la cual Pedro y Adrián, mis compañeros españoles, enseñaron al resto a bailar la sardana, y corrió de mi cuenta el tema de la quesada.

Esa noche cambió mi idea sobre muchos países que pasan desapercibidos en nuestra información diaria. ¿Alguien sabe algo del conflicto turco-griego en Chipre? ¿Algo de la pobreza en Bulgaria? ¿Quizá sabemos que el irlandés tan sólo se habla en las escuelas? ¿Qué hay de Lituania? ¿Croacia? ¿Hungría? Thekla y Flora, Martin y Grace, Radka y Jakub, Regimantas y Raminta abrieron nuestras mentes esa noche.

Al día siguiente, el plato fuerte del viaje: visita en la ciudad de Bonn al Museo de Historia de Alemania. Como introducción, una conferencia-coloquio con varias personalidades de la Unión Europea. Hablamos del origen y la evolución de la Unión, y, como tema principal, de la próxima inserción de varios países, entre los que están los de algunos compañeros, como Lituania, República Checa o Hungría. La visita al Museo de Historia fue muy interesante, a la par que veloz. Había tantas cosas allí dentro que tuvimos que ceñirnos a lo que nos convenía: la historia más reciente, hasta la caída del Muro de Berlín. Un rato de compras en Bonn nos dejó conocernos más a fondo, ¡y también practicar el alemán!

Al día siguiente hicimos juegos de debate y un rally por Bad Marienberg, nuestro pueblo. Fue muy divertido porque todos los grupos corríamos unos detrás de otros, y la gente del pueblo nos tenía que enseñar canciones en alemán para que las cantásemos al terminar el rally. Cada grupo tenía que cantar, además, una canción popular del país de uno de los miembros. No os podéis imaginar a una alemana, una holandesa, un húngaro y un checo cantando Campana sobre campana.
Dedicamos la tarde a preparar la sesión del día siguiente, en que esperábamos la visita de un personaje importante de la política internacional. Después de cenar (cosa que hacíamos a las seis) fuimos todos al único pub que había en el pueblo, y allí discutimos sobre las costumbres de nuestros respectivos países en una mesa de billar, entre montañas de aperitivos con cerveza o té.
Mr. Ameshaura nos estaba esperando cuando terminamos nuestro desayuno. Pasamos todo el día con él, en la conferencia, salvo un pequeño paréntesis que hicimos para comer. Fue increíble la cantidad de pequeñas propuestas que aportamos entre todos para conseguir un desarrollo sostenible. Llegamos a la conclusión de que desarrollo sostenible es la mejora de la calidad de vida conservándola para un futuro. ¿Cómo se hace eso? Pues es fácil de entender: un primer paso es ayudar a los países que se encuentran con problemas en este momento. Pero no ayudarles dándoles alimentos y artículos de primera necesidad, sino proporcionándoles los medios para que ellos mismos los produzcan. En una metáfora de mi compañero David (Hungría): si levantas una casa para un indígena del Amazonas, la próxima vez que la casa se caiga él no sabrá cómo construirla. Fue una conferencia cansada, por intensa, pero muy interesante.

El último día fue, quizá, el más divertido, porque empezábamos a conocernos a fondo. Por la mañana nos dividimos en cuatro grupos, dispuestos a plasmar en representaciones artísticas nuestros sentimientos y aprendizajes en toda la semana de convivencia. El grupo de fotos hizo una interesante recopilación de símbolos de la Unión Europea. El grupo de collage presentó todos los países, con sus similitudes y diferencias. El grupo de música, en el que yo me encontraba, compuso una letra en inglés, español, holandés, croata y checo tomando como base el himno de la Unión Europea, o Himno de la Alegría, de Beethoven. Fue una experiencia fantástica porque cada estrofa sonaba diferente pero tenían exactamente el mismo significado. En cuanto al grupo de «performance» teatral, interpretaron La Cenicienta, pero en una versión adaptada: Cenicienta eran los países que quieren unirse a la Unión Europea, o sea, al príncipe; la madrastra representaba los problemas que tienen esos países, pero el hada buena los solucionaba.

Nuestra última tarde juntos fue bastante triste porque algunos compañeros ya se iban, pero culminó en una fiesta apoteósica que finalizó a altas horas de la madrugada (de la madrugada alemana, se entiende: a eso de las doce).

Sigo en contacto con muchos de mis compañeros del encuentro, bien por carta o mediante Internet. Practicamos idiomas y compartimos experiencias. Todos queremos volvernos a reunir alguna vez. Animo a todo el mundo a participar en el concurso de Europa en la Escuela y poder vivir una experiencia como ésta, en la que lo único malo, lo sé de buena tinta, son ¡LAS DESPEDIDAS!

Trabajo original