Estaba un día una hormiguita, Raquel, paseando por un parque tan contenta, cuando vio a lo lejos a una amiga que hacía mucho tiempo que no veía…
Hablaron durante mucho rato y, cuando se despidieron, quedaron en verse otro día. La vez siguiente fueron a divertirse al parque de atracciones, donde estuvieron con otras amigas. Una de las hormigas, que se llamaba Rosa, tenía un hermano mayor muy guapo y simpático (Mario), y nuestra querida amiga se enamoró perdidamente de él. Donde el chico iba, ella aparecía como por arte de magia. Nadie lo sabía, pero a Mario también le gustaba Raquel.
Un día empezaron a hablar, y se hicieron muy amigos, casi inseparables. Quedaban para ir a tomar un refresco, al cine, a la playa, o a la discoteca que habían abierto un par de semanas antes. Iban a la misma escuela de preparación para que, cuando fueran mayores hicieran una carrera o trabajaran en el hormiguero de obreros. Allí, en cuanto se hacía un descanso, se buscaban para charlar. Poco a poco descubrieron sus verdaderos sentimientos, y empezaron a hacer planes de boda y pensaron en irse a vivir juntos.
Llegó el momento en que debían decidir qué querían estudiar. Los dos escogieron arquitectura, porque querían diseñar un hormiguero en el que todos vivieran cómodamente, y no apretujados como les pasaba a la mayoría de las familias: al principio se tenían menos hijos, unos 500.000 por pareja, pero el gobierno promovió una campaña porque se necesitaba más población para crear un futuro mejor. El problema estaba en que si tenían más hijos necesitaban mayores sueldos y viviendas. Lo del dinero se había arreglado, pero lo de ampliar el espacio todavía se estaba estudiando, sin llegar a ninguna conclusión.
En el momento en el que Raquel y Mario entraron en la universidad de la colonia, se tenían entre 4 y 5 millones por familia. Ellos también querían construir una casa bonita en la que vivirían en cuanto se independizaran, porque vivir con casi 3 millones y medio de hermanos no es precisamente el sueño de toda hormiga, o al menos no el suyo.
Empezaron a hacer sus primeros croquis de su futuro hogar. Al terminar la carrera, a Raquel la contrató una empresa para diseñar un centro comercial con cines, y a Mario le ofrecieron ir a un solar lejano (estaba a casi 4 horas yendo en sus automóviles) a diseñar una refinería, pero como eso significaría estar separados durante varios meses, lo rechazó. Por suerte le salió un nuevo trabajo: el de construir una autovía por la que pasarían los 600 millones de hormigas con sus coches cada día al ir a trabajar, por lo que debería tener muchas desviaciones para que los habitantes de Hormigolandia fueran también de fin de semana a otros pequeños pueblos de los alrededores.
Al terminar estos proyectos, mandaron construir su vivienda, y consiguieron un trabajo seguro y bien pagado como arquitectos de varios edificios importantes, tales como el ayuntamiento y la embajada de la nueva ciudad que pronto ocuparían las hormigas. Después decidieron casarse, e invitaron a sus familias a la boda, que en total eran aproximadamente 13 millones. Un tiempo después tuvieron su primer millón de hijos. Su casa estuvo llena de gente que quería ver a los pequeños durante sus primeros días. Raquel cogió la baja maternal para poder cuidar de sus hijos, y un poco antes de volver al trabajo, Mario hizo lo mismo, y así los bebés tendrían atenciones durante más tiempo.
Pero se hicieron mayores, y tuvieron que dejar de trabajar. Sus ya crecidos 3 millones de hijos tuvieron otros tantos niños, y éstos también, y así continuamente. Como es natural, Raquel y Mario murieron, pero tuvieron la satisfacción de haber cumplido el sueño de construir gran parte de una ciudad y haber hecho felices a sus familiares, amigos y gente a la que ayudaron al diseñar sus viviendas. De esta forma ellos también fueron felices.