El colegio La Salle de Santander ha celebrado recientemente ‘La Semana del Pensamiento’ que, entre otras actividades, convocaba un certamen de ensayo dirigido a todos los centros educativos de la comunidad autónoma. Este fue el trabajo distinguido sobre un jinete en busca de la felicidad.

Arduo es el camino al andar,
cuanto más si el viento sopla en contra del caminar.

La alegría es señal de que la vida ha vencido.

Llevan los jinetes sobre sus caballos recorriendo toda la llanura sin obstáculo alguno. A vista de pájaro un águila observa su caminar y dirige su destino. Pero cuando la estepa llega a su fin, el afable camino se transforma en un empedrado recorrido donde la llanura se cambia por montes gravemente inclinados. Entonces es ahí donde se forma la primera división, es donde la naturaleza hace su selección, donde los jinetes deciden seguir o no, dependiendo de su valentía y del estado de su caballo.
Los que deciden continuar, no saben lo que en la cima encontrarán y si a ella podrán llegar. Pero su esperanza todavía no la han perdido y es la ilusión de alcanzar la cumbre, la fuerza la que le mueve a cada paso. La meta es imaginable por los jinetes de diferentes maneras: Unos creen que existirá un abismo, otros lo imaginan como un lugar del infinito y otros como un lugar en el que todo jinete se funde a su caballo y entre todos se crea una sola unidad… pero nuestro jinete posee un pensamiento en la cabeza que desde tiempo atrás asumió; como un lugar inimaginable. Tal es su imposibilidad del conocer que le lleva a dudar si tan siquiera puede existir ese final admirado por todos ellos.

El jinete a simple vista no está solo en su caminar, sino que le acompañan millones de jinetes a su alrededor. Entre ellos existen muchas diferencias raciales, culturales, sociales… aunque solo una característica común a todos ellos: El llegar, el conquistar la cima y sentir… lo inexplicable. El conseguir por méritos propios lo deseado.

El sendero sigue ascendiendo sobre la montaña, muchos de los que emprendieron el viaje se retiran a descansar. En aquel momento nuestro jinete observa comola piña de tantos y tantos caballeros unidos se va disgregando cada vez más. Él, que está en el medio vuelve la vista hacia atrás y ve el sendero descendente lleno de jinetes con sus respectivos caballos cansados pero persistiendo en su afán de continuar a un ritmo menor. Llevan el camino con más tranquilidad que la mayoría, puesto que lo más importante es el llegar.
Al regresar la vista, incluso puede observar en la lejanía a los más valientes jinetes que deciden cabalgar hacia arriba a un ritmo más precipitado que los demás para poder ser uno de los primeros en coronar la cumbre, sin pensar que muchos otros ya lo hayan conseguido antes, en la lejanía de los tiempos y los espacios.

La soledad se va haciendo presente en el camino y la compañía que al principio era inmejorable se cambia por la apatía y competitividad a cada paso. El compañerismo que se hacía presente entre los jinetes se ha perdido totalmente y prima la rivalidad. La confianza en los demás vira hasta el extremo de producirse la más extrema desconfianza. Y el amor ya no existe porque ni tan siquiera se quieren consigo mismo. Entonces nuestro jinete reflexiona de lo que esta ocurriendo y se pregunta si él también es así para con los demás. ¿Qué nos esta ocurriendo? Tras mucho meditar saca en conclusión que ha cambiado la forma de cabalgar; se tiene prisa por exprimir el tiempo, se lucha por ganar tiempo al tiempo. Los jinetes están locos por llegar no por disfrutar del camino. “Están locos por hacer y se han olvidado del tiempo para el Ser”.

Los jinetes infelices e insatisfechos, que son la mayoría, creen que la felicidad la encontraran al final del trayecto, en la cima, y harán lo necesario para conseguirla porque ellos entienden que para lograrlo hay que sacrificar antes todo lo demás. “Amor, paz, amistad, compañerismo…” Y ese es el planteamiento erróneo que les conduce a la infelicidad. Orientan la búsqueda de la felicidad hacia el mundo exterior más que hacia el mundo interior que verdaderamente es donde reside. Por eso al mirar hacia el interior de si mismos experimentan un gran vacío que nada ni nadie podrá lograr llenar, hasta que no se den cuenta que, para obtener esa felicidad, hay que estar en armonía consigo mismo, con los demás, con el mundo y con Dios. Y eso es más difícil que escalar cualquier montaña, que cruzar cualquier océano…
Por ello la felicidad es el bien más preciado para el hombre.

Entonces nuestro jinete busca pero no encuentra. Y bien es cierto que “el buscador no es el que encuentra sino el que busca”, aunque el que busca no quiere decir que encuentre….

Sigue su cabalgar con menos ímpetu que al comienzo de la aventura. La experiencia del camino le ha enseñado la senda que hay que tomar para llegar realmente a la verdadera felicidad. Pero esta no es un estado completo, ni permanente, podría más bien formularse como un estar siendo feliz. Más que en un ser o no feliz.

“Ser capaz de encontrar alegría en la alegría del otro, ese es el sentido de la felicidad” Por eso nuestro jinete con su cabalgadura cansada, ya a un paso de coronar la cima, decide descender el camino recorrido, porque para él lo anterior no ha tenido sentido. Renuncia al camino general. Cuando está bajando los jinetes que suben lo miran extrañados, atónitos de su decisión.

Creyó haber vivido en una montaña toda su vida y al subir a la cima de esta, pudo observar que había estado viviendo siempre en un valle. Entonces, al llegar abajo, su vida cobró valor y sentido, puesto que ahora ya no hacía falta estar en la cumbre de la montaña para encontrar la felicidad porque allí tampoco se encontraba. Aprendió, en su largo cabalgar, a apartarse de las distracciones de la vida y a despertarse en una conciencia más profunda, más espiritual y más natural. Se entristeció al comprender que toda su vida había estado buscando la felicidad por el camino equivocado pues la suya se encontraba en el interior de su Ser.
Él no se detuvo en el fracaso ni en el desánimo para que siguieran vivas las fibras del alma. Se alegró de tal hallazgo aunque fuera demasiado tarde para disfrutarla y contagiársela a los demás jinetes del camino. Parado sobre su cabalgadura pensó cómo poder hacer para que los jóvenes jinetes que intentasen llegar a la cima no se desesperasen en su afán por alcanzarla porque lo importante ya no era el llegar, como antes se pensaba, sino el vivir en armonía el camino. Por ello se le ocurrió grabar, en la gran piedra que existe al principio de la ascensión, la frase que todo jinete debe tener presente en su larga travesía: “Que la felicidad te acompañe en tu largo cabalgar, abre bien los ojos e intenta buscarla en el Ser, no en el hacer”.

A nuestro jinete se le consumió la vida y nadie sabe porqué pereció. Sólo se le recuerda, además de por su frase grabada en la piedra, por la sonrisa en su cara de alegría al llevar consigo su mayor tesoro nunca antes encontrado.

 

“La alegría profunda del corazón es como un imán que señala el caminar de la vida. Uno debe seguirlo, aunque la senda esté plagada de dificultades”.
Madre Teresa

 

Trabajo original