Hola. Mi nombre es Daniel y voy a cuarto del colegio San Andrés de la Cantera que es el pueblo donde vivo; aunque ahora no acudo a las clases, porque el pasado viernes, en una excursión, cogí frío y me entró una terrible gripe, y el médico me mandó hacer reposo durante dos semanas como mínimo. Entonces, como no era de extrañar en mi clase (cuarto C), sucedieron cosas increíbles ….
Todo comenzó cuando Felipe, que es uno de mis mejores amigos y que también va a mi clase, llevó a la escuela un rompecabezas de mil piezas con la imagen impresa de La Mona Lisa. Por una casualidad, Antonio, que es de la clase de cuarto D, llevó su rompecabezas de Las Meninas.
– ¡Qué rompecabezas más feo tenéis!– comentó Blas, observando con admiración el rompecabezas de Antonio.
Entonces, como nosotros somos niños a los que no nos gusta que nadie se meta con nosotros ni con nuestras cosas, nos empezamos a pelear y, justo a tiempo de que alguno terminara con alguna herida, aparecieron por la esquina nuestras maestras que, aparte de dar fin a nuestra pelea, nos adjudicaron un terrible castigo: el equipo que primero terminara su rompecabezas, únicamente montando piezas en el recreo, invitaba al contrario a merendar, así que todos los de mi clase comenzamos a montar piezas en el recreo del día siguiente. Entonces, como los del D tampoco querían tener que pagar la merienda, empezaron también a montar su rompecabezas.
En los días siguientes las cosas casi no habían variado nada, los dos cursos estaban muy igualados respecto al número de piezas armadas a pesar de que nosotros éramos minoría, porque a partir de ahí fue cuando yo me puse malo y ya no podía ir a la escuela. Felipe, que se percató de la situación, no tardó en telefonearme:
– Daniel, las cosas están muy igualadas. Si no vienes pronto, es posible que perdamos, y eso sería una terrible humillación. ¿Crees que podrás venir mañana?
– No lo creo. Cuando volví al médico en cuenta de que había mejorado, me llevé la sorpresa de que mi gripe se había convertido en un virus no identificado, así que tendré que estar en reposo una semana más. Además, ¿es que no sabéis hacer nada bien sin mí?
Entonces, como era de esperar, Felipe, que es muy orgulloso, colgó al momento y no me volvió a llamar en toda la semana, ni para informarme sobre cómo iba el asunto rompecabezas, ni para interesarse por mi salud, que prácticamente no había cambiado nada. Así que Andrés (otro de mi clase), que también se percató de la situación, me llamo al día siguiente:
– Daniel, los del D nos sacan ventaja. He oído rumores, se dice que los de sexto les ayudan, así que, como eso es trampa, se lo fuimos a decir a la maestra, que nos dijo que si íbamos perdiendo que no tratáramos de buscar excusas idiotas, así que ahora no contamos ni con el apoyo de la maestra; debes venir cuanto antes.
Entonces yo le conté el cambio de mi gripe a virus, y él, que es más comprensivo que Felipe, me deseó una rápida mejora y colgó.
En los días siguientes, para no perder el hilo sobre el asunto rompecabezas, llamé a Andrés, que nunca me daba buenas noticias. Al parecer los del D nos habían hecho un complot y nos faltaban piezas.
Los días pasaban y seguía sin haber ni rastro de las piezas. ¡Ni que se las hubiera tragado la tierra!
Para no llamar todos los días a Andrés, decidí contactar con Gustavo, pero como no me sabía su número de memoria, tuve que ir a mi mochila a por la agenda, y… ¿cuál fue mi sorpresa? Allí estaban todas las piezas desaparecidas. De repente me acordé: una vez, cuando yo aún no estaba malo y me aburría en clase de matemáticas, para adelantar trabajo me puse a clasificar las piezas por colores y, al final de la clase, se me olvidó volver a dejarlas en su sitio y me las llevé por error a casa.
Al final, los de mi clase perdimos la apuesta y tuvimos que pagarles unos bollitos a los del D. Las cosas entre Felipe y yo se arreglaron porque yo, como soy un blando y no soporto que mis amigos se enfaden conmigo, le llamé para pedirle disculpas. Respecto a lo de las fichas, nadie sabe que fui yo el causante de su desaparición y espero que nunca se enteren, porque no me lo perdonarían nunca, pero… ¿Sabéis qué es lo peor de todo esto? Pues que yo todavía sigo con mi virus, o fiebre, o lo que quiera que sea, a pesar de que ya hace tres semanas que me puse enfermo.
Además, ya no me duele ni la barriga ni la cabeza, así que espero que para el martes, que es cuando volveré al médico, me digan que ya puedo volver a empezar las clases y así poder ver de nuevo a todos mis compañeros. De todos modos, ahora empezaré a procurar no ponerme malo nunca más.