Cuando sonríe, a Adil se le ilumina la cara. Es risueño, moreno, que parece feliz por el mero hecho de ser feliz. Al principio es tímido, pero al hablar se transforma en una persona abierta, muy amable y servicial. Le gusta hablar y hace que realmente te sientas como él cuando narra sus vivencias. Adil nació en una pequeña ciudad al Sur de Marruecos, cerca de Marrakech, que lleva ya algún tiempo trabajando en el área de mantenimiento del instituto. Su trabajo es silencioso, pero sin él no sería posible el correcto funcionamiento del centro.

Adil emigró de su país hace ahora casi tres, en una fecha que él recuerda como si fuera ayer y que cambió su vida. Nuevo país, nueva lengua, nueva cultura… Adil, amablemente, accedió a contarme un poco cómo fue aquel viaje, su antes y su después, por lo que desde aquí agradezco su calidez y su afabilidad. Y también su sonrisa.

Pregunta.- ¿Qué es lo que te decidió a querer emigrar?
Respuesta.- ¿La motivación, dices? Pues nada, que después de acabar los estudios me encontré con un vacío… digamos que no había trabajo, no había posibilidad de sacar mi carrera adelante.

P.-¿Qué estudiaste?
R.- Literatura. Bueno, no estudié mucho, sólo hasta Bachillerato, y luego como los medios económicos no me permitían ir a la universidad, pues me decidí a jugarme la vida, de una cierta manera, y llegar hasta aquí, hasta Europa, no a España concretamente, pero… ¿sabes? es el sentirse vacío, que te encuentras que tienes que ir a buscarte la vida como sea.

P.-¿Cómo hiciste el viaje? ¿Fuiste solo, acompañado…?
R.-El viaje no estaba muy organizado. El viaje fue… es el azar, es la suerte, son diversas cosas que juegan en todo esto. Te juntas con un amigo, bajas al puerto, y allí hay cargueros que van a España… y nos lanzamos a ello, nos arriesgamos. Cada vez le tocaba salir a uno, y al final le tocó salir al nuestro también.

P.-¿Y no tenías miedo?
R.-Miedo, sí, sí, sí. A que te pillaran, a que pasara algo, también porque la mercancía que llevan los cargueros es muy peligrosa, es fosfato mezclado con amoníaco, que es muy tóxico, pero es que… es que no tienes nada. Estás allí y ves que tu tiempo no vale nada. Aunque claro, tu familia está muy preocupada, te dicen, oye, no bajes más, que te vas a matar, pero ya tienes la idea. Allí, cuando nos juntamos los chavales, pues nos contamos las historias unos a otros, pues que yo llegué hasta tal sitio, y qué tal te fue y eso…pues eso también te da la idea, te motiva más o menos, ¿sabes? Pero siempre tienes la idea de llegar a un sitio y buscarte una vida mejor.

P.-¿Cuánto duró el viaje?
R.- El viaje duró tres días. Nos montamos en el carguero, con la mercancía, con el fosfato con amoníaco y… bueno, nosotros es que hemos tenido buena suerte, porque hemos venido en una época muy fría, en marzo, exactamente el 23, creo, un jueves…

P.- Cómo te acuerdas todavía Adil … Claro, como para no acordarte…
R.- Es que es una cosa muy… (sonríe). Y nada, después llegamos aquí y salimos. El carguero era un poco viejo, bueno, no tan viejo, pero las puertas no cerraban bien y dejaban pasar el aire. Pero estuvimos allí muy bien, aunque pasamos muchísimo miedo cuando atravesamos el estrecho, pensábamos que el carguero se hundía, porque tú sólo oyes el ruido del hierro y de las olas que rompen contra las paredes del barco, y piensas, esto se hunde y nosotros aquí dentro.

P.-¿Qué es lo que más recuerdas del viaje?
R.-La oscuridad. Estuvimos allí tres días y la oscuridad era completa, sólo estábamos mi compañero y yo. Lo único que tienes es el escuchar, el oír el sonido del mar y el hablar entre nosotros, dónde estás, yo aquí… el sentirte con alguien.

P.-¿Y qué sentiste cuando llegaste a España?
R.-Primero sentí miedo, por si me cogían y me devolvían otra vez. Cuando llegas piensas que se han abierto unas puertas. Sí, la verdad es que sí, que tuvimos la suerte de salir del puerto sin ningún problema y llegar a la ciudad, conocer gente, paisanos nuestros y eso, que nos facilitaron un lugar donde dormir hasta que viéramos qué íbamos a hacer, y la verdad es que se portaron muy bien con nosotros.

P.-¿Te llamaron la atención cosas de España? ¿Qué notaste diferente?
R.-Bueno (ríe), es que la primera vez que llegué era Semana Santa o algo así, ¿no?, y me llamaron mucho la atención las fiestas, la gente que se emborrachaba, todo el mundo por la calle… y yo flipaba, ¿cómo puede estar la gente así, ir por la calle de esa manera, bebiendo? Pero nada, luego ya me di cuenta de que eran fiestas, pero me parecía un poco exagerado, porque llegaba de un país donde no hay tanta libertad de emborracharse, hacer fiestas o salir a la calle… enorme, es un choque enorme, pero luego poco a poco pasa el tiempo, empiezas a buscar trabajo, a buscarte la vida, porque no quieres estar así, sin hacer nada. Luego ya te va entrando la dureza de la vida, te das cuenta de a lo que te estás enfrentando. No es lo que tú esperabas, lo que tú imaginabas, en cierto modo, que todo lo que tenías que hacer era encontrar trabajo, pero no, para llegar a cierto nivel tienes que pasarlo mal, muy mal.

P.-¿Y cómo fueron los primeros días, hasta que consigues trabajo?
R.-Es muy difícil, muy difícil… aunque cuando llegamos tuvimos la buena suerte de conocer unos paisanos nuestros, de la misma ciudad y todo.

P.-¡Qué curioso…!
R.- Sí, sí, fue curioso, lo que pasa es que la mercancía ésta siempre llega a España al mismo sitio, y los chavales que se han ido de nuestra ciudad se han quedado allí. Entonces, cuando llegué, reconocí a un chico al que veía mucho por el puerto, y nada, nos abrazamos, nos dijimos, oye, qué tal, y nos dejó una habitación, y allí estuvimos casi dos meses. Mi compañero se fue a Italia, allí tiene su familia, y yo me quedé aquí, a buscarme la vida. Bajé hasta Huelva, donde estaba mi hermano trabajando en la colecta de fruta, en la fresa, que me dijo que fuera y cogí el autobús, y nada, allí y a currar.

P.-¿Tienes más familia en España, aparte de tu hermano?
R.- No, no, mi hermano nada más.

P.-¿Te gustaría que se viniera alguien más, o irte tú un día a Marruecos otra vez?
R.- Sí, él y yo, sí… Todavía no he bajado a Marruecos, pero sí que me gustaría ir, de verdad, quedarme allí con la familia y eso, pero es que ahora cuando llamo, me dicen que la situación es la misma, la gente todavía está en el paro, no hay trabajo, y ves la diferencia de la gente que ha acabado la carrera, que tenía una esperanza muy grande y se encuentra con las puertas cerradas. Además allí para entrar a algún trabajo del Estado tienes que pagar un… un soborno, digamos, para que te den la plaza; no hay juego limpio, y eso fastidia mucho a los pobres. Por eso prefieren emigrar clandestinamente, sin papeles, a quedarse allí. Aunque no pasan hambre, se visten bien, comen bien, están en casa de sus padres… pero cuando pasa un cierto tiempo, después de una cierta edad, piensas en tu futuro, tu vida, que no puedes quedarte allí esperando que te den de comer, y para afeitarte, y para… Que son cosas que dices, hombre, que tengo ya tanta edad y sigo dependiente de mis padres, y eso te da coraje para enfrentarte a cualquier cosa.

P.-¿Hay mucha diferencia entre la gente que tiene mucho dinero y la pobreza?
R.-Sí, muchísima. Hay una clase media, que es de donde yo vengo, de padres obreros, que han trabajado toda la vida, que han ahorrado poco para sacar a sus hijos adelante, y una clase muy… bueno, que vive en chabolas, que es gente que viene del campo, porque dentro de Marruecos también hay inmigración. Es la que coge, vende su casa en el pueblo, sus animalitos, y se viene a la ciudad. Y allí en la ciudad se encuentran con que la vida es muy dura, que no acceden a la vivienda… y entonces tienen que poner una chabola y pagar por ella. Y luego está la parte que es muy rica, digamos, la de los coches, los chalés, y todo es fácil, ¿no? Allí, si tienes dinero, mueves dinero, y si no tienes nada, no mueves nada. El dinero lo trae todo.

P.-¿Qué te gustaría conseguir ahora Adil?
R.-¿Conseguir? Una vida… buena, ¿no? (ríe). Tener mi casa, mi esposa, mis hijos, tener mi vida bien asegurada, digamos, sí. Un trabajo fijo, estar estable. Lo normal.

P.- Para asegurar un poco a tu familia también…
R.-Sí, sí, también. La familia, aunque no necesite mucho, pues de vez en cuando hay que mandar algo para ayudar. Eso ya es parte de de devolver lo que han hecho los padres por ti, es reconocer cada esfuerzo que han hecho por ti. Sí, es una sensación muy diferente.

Adil forma parte de una gran cantidad de personas que, de una manera u otra, deciden jugarse la vida para intentar mejorarla fuera de las fronteras de su país, lo que a mi modo de ver requiere de mucha valentía y sobre todo de mucha ilusión. Por ello me gustaría que la gente que haya leído la experiencia de Adil reflexione y se dé cuenta, aunque sólo sea por un momento, de lo afortunada que es.

Trabajo original