Recordando la memoria del violinista cántabro, el Conservatorio Jesús de Monasterio adentra en el mundo musical a 600 jóvenes de la región bajo la tutela de 50 profesores. Desde hace casi dos años, el centro funciona en la antigua finca de la Maternidad, en General Dávila. Irene Victoria, estudiante del conservatorio, nos descubre las claves de su funcionamiento.
El Conservatorio Jesús de Monasterio de Santander es uno de los dos centros públicos de enseñanza musical que hay en nuestra ciudad, junto con el Conservatorio Ataúlfo Argenta. Su nombre le fue dado en homenaje al genial violinista cántabro Jesús de Monasterio (1836-1903), artista de fama internacional en su época.
El Conservatorio cuenta, desde hace aproximadamente año y medio, con un nuevo edificio, situado en la antigua finca de Maternidad, en la avenida General Dávila. Esta construcción tiene unas 50 aulas individuales, 12 salas de estudio, salón de actos, sala de coro y orquesta y un auditorio con capacidad para más de 300 personas, todo ello repartido en cuatro plantas y 4000 metros cuadrados.
Tanto la edificación como el parque adyacente están basados, en su estructura, en diversos motivos musicales: así, las curvas de toda la fachada son las mismas que las exteriores de los instrumentos de la familia de cuerda frotada, la cristalera del hall se asemeja a un arpa, las gradas del anfiteatro del parque parecen un pentagrama, y la vista aérea de todo el recinto tiene forma de clave de sol.
En este centro, más de 600 alumnos de toda Cantabria (dado que tiene sedes en Castro Urdiales, Laredo, Santoña, Colindres, Reinosa, Solares, Astillero y San Vicente de la Barquera) recibimos enseñanzas de piano, guitarra, violín, viola, violonchelo, contrabajo, flauta, trompeta, trompa, tuba, clarinete, oboe, fagot, percusión y canto, y todas las materias asociadas (Lenguaje musical, Orquesta, Coro, Música de cámara, Armonía, Análisis, Historia de la música, etc.), en los niveles de Grado Elemental, que dura cuatro años, y Grado Medio, que dura seis años.
Durante estos diez cursos, y bajo la tutela de los 50 profesores que forman la plantilla del Conservatorio, aprendemos a interpretar música con el instrumento elegido, a la vez que tomamos parte en diversas agrupaciones musicales, como son el coro, formaciones de cámara (dúos, tríos, cuartetos) y la orquesta: en esta institución existen dos, la infantil, constituida por los instrumentistas jóvenes, y la profesional, formada por los alumnos más avanzados. Esta última, junto con interpretaciones solísticas y camerísticas, desarrolla un amplio programa de conciertos y audiciones, tanto en el centro como en otros escenarios de Santander y la región.
Entre estos conciertos podemos contar el de Santa Cecilia, patrona de los músicos, que se celebra cada año el 22 de noviembre; el de Navidad, dedicado principalmente a los villancicos y otras obras propias de estas fechas, y el de fin del curso, que suele realizarse durante el mes de mayo, en el que intervienen los alumnos más destacados del curso. Hay conciertos y audiciones casi todas las semanas, unas veces dedicadas a un instrumento determinado, otras clasificadas según el nivel de los participantes, y la mayoría simplemente dirigidas a aquellos que disfruten escuchando música de muchos estilos y épocas diferentes.
Últimamente se está llevando a cabo una labor importante de difusión de la música en la región, con conciertos programados en los núcleos de población más importantes. Los anuncios y críticas musicales de estas celebraciones, junto con noticias de certámenes y premios ganados por los alumnos, y reportajes sobre actividades realizadas en el núcleo del Conservatorio (como el taller de luthería, dedicado a la construcción y conservación de instrumentos) se recogen en la publicación trimestral Acordes, editada por la APA del centro.
Personalmente, subrayo que la mayoría de mis compañeros del Conservatorio tienen, además de la música, otras aficiones en común y que, después de muchas y muy divertidas horas de ensayo, de clases, de nervios antes de los conciertos, de momentos únicos sobre el escenario, de bromas y de celebraciones y reconocimiento a nuestro trabajo (que debe ser constante, pero satisfactorio), hay entre nosotros, aunque seamos muchos, un grandísimo vínculo de amistad. Animo a todo aquel que sienta debilidad por este arte a que se sume a este enorme grupo de amigos con un amor y una dedicación común: la música.