El IES José Hierro de San Vicente de la Barquera organizó un concurso de cartas de amor con motivo del Día de San Valentín. Estas son las epístolas que obtuvieron premio.
CARTA A UN AMIGO
Por María Escobio, 4º D
(Primer Premio de la ESO)
Anhelo ese momento. El momento justo en el que entro por la puerta y te encuentro allí sentado y te saludo con un tímido buenos días y tú me lo devuelves con una sonrisa de complicidad que disipa todos mis miedos, que despierta en mí la vida de verdad (no esa en la que sólo respiras y, eso, vives) y que devuelve la alegría a mis ojos después de la tristeza que dejó en ellos el hasta mañana del día anterior.
Y después, llega el momento mágico en el que tú me llamas para cualquier tontería y me miras a los ojos de una manera que sólo tú sabes hacer, que hace que me sienta especial, que no pueda mirar otra cosa que esos ojos que me inspiran confianza y que me dejan sin defensa ante tus palabras.
¡Oh, tus palabras! Sonidos que brotan de dentro de ti y que llegan a mis oídos como mucho más que eso porque hablas de una forma única, dulcemente, como si estudiaras cada una de tus frases.
A medida que transcurre la mañana me voy serenando y todo es perfecto: tu risa, tu sentido del humor… pero apenas he empezado a disfrutarte cuando llega la hora y te marchas. Me dices hasta mañana y a mí me gustaría que esas palabras fueran eternas para no separarme de ti, porque en cuanto desapareces de mi vista siento esa extraña sensación de que me falta algo, me falta ese toque especial, eso que sólo tú puedes darme, esa tranquilidad de que nada malo puede pasarme. Porque tú eres… eres… eres mi amigo y no cambiaría esa amistad por nada del mundo.
Hasta mañana, amigo mío
Por Mariví González, 2º Bachillerato A
(Primer Premio de Bachillerato)
Querido mío:
¿Cómo anda todo? Sólo escribía para contarte lo que me ocurrió la otra tarde. Fue una tarde cualquiera, no una tarde de esas que dejan huella, como la tarde que te conocí, o cuando te fuiste. No fue una tarde especial. Simplemente estaba aburrida, y me puse a ordenar mi viejo armario; el armario de los recuerdos, el armario de la memoria. Viejos juguetes desechados, antiguos pantalones cortos de pana (¿recuerdas cuánto los odiaba?), mil y un cachivaches que ahora parecen absurdos. De repente, de entre los recuerdos, surgió tu jersey azul. Aquel jersey que tanto me gustaba, el que llevabas el día que te conocí, el que te olvidaste el día que te fuiste. Súbitamente tu imagen volvió. Volvió tu risa fresca, el tono de tu voz, las caricias de tus manos, tus besos… volvió todo de golpe, sin avisar, sin preguntar siquiera si quería que volviera (y no sé si quiera), volvió tan de golpe que me encontré indefensa. Indefensa y sola. ¿Sabes? Volvieron tantos recuerdos y tan de golpe que no pude defenderme, y me encontraron allí, abrazada a un apolillado jersey llorando como una auténtica imbécil. Y sólo tú y yo sabemos por qué.
Siempre tuya.
Por Elena Vega, 4º D
(Finalista de la ESO)
A veces me encuentro contigo, y siempre lo primero que haces es sonreírme con esa sonrisa tuya, tan tierna, gracias a esos suaves y carnosos labios del color de las amapolas, y a esos dientes que te salen cuando te ríes con muchas ganas.
Y, entonces, algo que parece un escalofrío me recorre el cuerpo: una dicha tremendamente grande; eso es lo que me produce tu sonrisa, felicidad. Además, cuando sonríes te brillan los ojos más de lo que lo hacen habitualmente, y me gusta, porque son aún más dulces que de costumbre. Y entonces siento que respiro más hondo, y que no puedo parar de sonreírte yo a ti también. Y, si me haces tan feliz con una simple sonrisa, imagínate cuando me hablas… ¡cómo disfruto de tus palabras que se oyen dulces y se ven graciosas! Tal vez no sean palabras bonitas o encantadoras (esas te las guardas para ella…), pero me gustan, y las disfruto en el momento que las dices, y me las guardo dentro de mí, y también la cara que pones. Y las disfruto cuando las recuerdo, y veo cómo las palabras dejan tu boca acariciando tus labios, como si les diese pena irse. Y las comprendo, porque están tan cerca de tus labios… yo tampoco querría irme si fuese una palabra. Y, aun siendo persona, si algún día rozase tus labios con los míos, no querría separarme de ellos. Son tan rojos y tan dulces a los ojos que miran, que derriten un corazón con más rapidez que el sol a un trozo de hielo indefenso y cristalino, y es que dan más luz y más calor que el mismo sol.
No te pienses que exagero, ahora que hablo de tus ojos, que son tan verdes, tan verdes y profundos que me recuerdan el infinito, aunque nunca lo hayan visto. Y cuando les da el sol, brillan más y son más claros y me doy más cuenta de que son tan dulces como lo son tus labios o como lo es la miel. Y más bonitos me parecen cuando en vez de mirar otra cosa me miran a mí. Y me pongo nerviosa, no sé si porque tú me estás mirando o porque tus ojos me susurran cosas que apenas puedo entender. Ellos lo saben. Saben que te quiero, y tratan desesperadamente de decírtelo, pero no lo consiguen. Y yo no sé si me alegro o me entristezco.
Y te acercas un poco más a mí, muy poco, y distingo tus graciosas pecas revoloteando traviesas como niños, por tu nariz y tu cara. Oigo cómo respiras, monótonamente y de una manera tan distinta cada vez que tomas aire… Y, de repente, cuando más estoy yo disfrutando de ti, te vas. No puedes perder el tiempo conmigo… Te comprendo, yo que te quiero tanto como tú la quieres a ella. Yo también renunciaría a todo por verte en cada momento, por oír cómo hablas, por ver cómo sonríes.
Pero ya ves, me quedo sola, pensando en ti, escribiéndote todo esto para decirte algo inefable, algo que siento dentro y que llevo plasmado en el alma.
Simplemente que te quiero.
Por Alberto S. Díaz, 2º Bachillerato C
(Finalista de Bachillerato)
Querida Joana:
Las flores son pedazos de tu cuerpo, y el rocío reclamo de su savia.
Muchas veces aprieto mis labios, incluso los muerdo para impedir que te relaten lo mucho que te quiero, pues sí, te quiero, te amo desde el día y el momento en que te conocí, hasta el fin de mis días y eso es algo que nada ni nadie cambiará nunca.
Este amor que a ti te profeso será eterno y aunque la historia no la recoja o no seamos famosos como los amantes de Teruel o Romeo y Julieta, aunque sea un amor silencioso para la inmensa mayoría, para mí yo sé que esta historia será mía.
Las flores son pedazos de tu cuerpo, el rocío reclamo de su savia.
Tú entera, amor, no sé a qué me recuerdas y sólo puedo decirte y gritar a los cuatro vientos y al firmamento que yo te quiero.