Un grupo de alumnos de cuarto de ESO del José del Campo estuvo el pasado mes de marzo en Búbal, un pueblo de Jaca, durante una semana participando en el Programa de Recuperación de Pueblos Abandonados en el que participa la Consejería de Educación del Gobierno de Cantabria. El siguiente texto ha sido elaborado por los alumnos ampuerenses y recoge las experiencias vividas en ese pueblo junto a otro grupo de la Comunidad de Madrid.

Búbal es un pequeño pueblo situado al norte de Huesca, a unos 20 kilómetros de Jaca. Se encuentra aislado en el profundo valle de Tena, rodeado por una gran cadena montañosa, nevada la mayor parte del año. El paisaje es impactante; las altas montañas pobladas de espesos bosques, y la gran presa en su frente, envuelven al individuo en un mundo de ensueño y fantasía. Todos y cada uno de los que pudimos participar en esta mágica aventura, quedamos maravillados y sin duda alguna deseosos de volver a repetirla.

El plazo de la excursión era de una semana, concretamente del 25 al 31 de marzo. Anterior a ésta, nos reunimos varias veces para hablar sobre los objetivos marcados, las normas expuestas, las dudas a resolver, etc.

El día de partida se iba aproximando y muchas maletas ya habían sido preparadas. Los nervios estaban a flor de piel y la tensión se palpaba en el ambiente. Y por fin llegó el momento. Los 25 alumnos y el profesor subían tan ufanos al autobús que les conduciría a su deseado destino. El viaje, de unas cuatro horas aproximadamente, fue interrumpido cuatro veces. Hicimos paradas en dos estaciones de servicio (en una comimos), en Jaca (donde visitamos el pueblo y sus monumentos y edificios más destacables) y en el castillo de San Javier (donde visitamos la iglesia, ya que el castillo permanecía cerrado en ese momento).

Llegamos a Búbal antes de lo previsto, aún el otro instituto con el que conviviríamos esa semana no había llegado. Descargamos los bultos e hicimos que la espera fuese algo más amena entreteniéndonos con algunos juegos que había en la sala principal. Al cabo de un rato, el instituto madrileño llegó y la ilusión del encuentro se reflejaba en cada una de nuestras caras. El primer día fue dedicado a las presentaciones, distribución de habitaciones y camas, división en grupos para realizar las tareas y juegos y localización y conocimiento de los edificios del pueblo y la zona.

Los grupos habían sido confeccionados por los monitores del pueblo. Habían mezclado a madrileños con cántabros, chicos y chicas, para forzar aun más la formación de nuevas amistades.
Cada grupo recibía el nombre de una de las casas del pueblo, y en cada uno de los días que se iban sucediendo, tenían que realizar las distintas tareas ya programadas: cuidado de los animales, jardinería, mantenimiento,-construcción, limpieza de la depuradora… Claro que todo no era trabajo, también tuvimos nuestro tiempo libre y momentos de diversión.

Por la tarde realizamos una serie de talleres que cada cual escogió por su preferencia, se trataba de talleres de cerámica, carpintería, elaboración de quesos, escalada, barranquismo, senderismo, etc. Luego, después de la merienda, cada instituto se reunía con su profesor correspondiente y fuimos elaborando nuestro proyecto del centro, en nuestro caso un pequeño folleto sobre Búbal y la experiencia vivida. Por la noche después de cenar, tenía lugar la animación: cada día realizamos una actividad diferente: un día una gimcana, otro un juego de rol en el que nos teníamos que hacer pasar por los antiguos habitantes del pueblo, otro día contamos leyendas e historias de miedo junto a la hoguera y un sinfin de cosas más.

El tiempo libre estaba distribuido en pequeñas porciones a lo largo del día. Disponíamos de varios lugares para reunirnos como la iglesia o la casa Fanlo, pero creo que la habitación de los chicos fue el principal punto de reunión para nosotros, aún sabiendo que estaba prohibido. El horario de levantarse estaba programado a las 8:00, ya que el desayuno tenía lugar a las 8:30, y el de recogida por la noche fue variando a lo largo de los días según nuestro comportamiento y actitud.

Llegó el momento de la despedida. Abandonamos Búbal muy temprano, con lágrimas en los ojos y rostros que reflejaban una profunda tristeza y desamparo. La aventura había llegado a su fin. En el viaje de vuelta de Jaca realizamos alguna que otra parada: volvimos al castillo de San Javier, para visitar esta vez su interior y también paramos en otra estación de servicio para almorzar y estirar un poco las piernas.

De esta excursión nos hemos traído con nosotros muchas cosas buenas: hemos adquirido nuevos conocimientos sobre labores rurales y naturaleza, hemos convivido con gente completamente desconocida y con la que hemos establecido lazos de amistad, en algunos casos el amor ha aflorado y aún sigue vivo, y nos hemos llevado una experiencia única e irrepetible en la vida que perdurará siempre en nuestros corazones y nunca olvidaremos.

Trabajo original