Un relato de un día en el instituto es la disculpa de este alumno para hacer una crítica sobre lo «física, psíquica, psicológica, moral y mentalmente agotadoras» que resultan estas jornadas.

Voy a contar ahora lo que seguramente todos sabréis y que os recordará a cualquier día en ese edificio, convertido para algunos en sala de torturas y para otros en un instituto normal.

Este es un miércoles cualquiera de mi vida en este curso: Para empezar hay que levantarse muy temprano, entre las siete y media y las ocho menos diez. Luego hay que prepararse rápido porque se te echa el tiempo encima. Y, al acabar, sales a la calle: ¡Brrr! ¡Qué frío hace a las ocho de la mañana! Y encima cargados con la mochila; ay, si nos quitaran ese peso de alguna manera…

Llegas al Instituto y apenas tienes cinco minutos para hablar con los amigos de lo que se hizo el día anterior, pues enseguida suena el timbre que indica el comienzo del día y se van sucediendo las clases.

Tecnología: El profe nos explica un problema de ángulos y más de la mitad de la clase yendo a su bola sin hacerle el más mínimo caso.
Timbre. Recogemos y hay que subir dos pisos para ir a Francés; por las escaleras continúas la conversación que habías empezado antes de entrar.
Timbre. «Luego te lo acabo de contar» .
Exactamente lo mismo que dijiste antes; en clase casi no te enteras de nada y el bromista de turno que no se calla un momento.
Timbre. Cogemos nuestras cosas y «Espera, hombre, te decía antes que…» Y, tras tres horas de espera consigues acabarle de contar lo que hiciste ayer.
Timbre. Ya en clase, sacas los libros de Lengua y te pones a hablar con los de atrás hasta que entra la profa y se hace un silencio sepulcral.
-«A ver, fulanita, el ejercicio 4»
-«No lo tengo, es que…»
-«Pues así no podemos estar, ¿eh?. Pues, tú, a ver, el 4»
Y antes de acabar nos pone cuatro ejercicios y unas frases para analizarlas.
Timbre. ¡¡¡Recreo!!! Antes de que te dé tiempo a levantarte se te acerca una chica y te dice:
-«¿Me dejas lo de Soci?»
-» Me falta la 3, pero toma»
Y sales al pasillo con la esperanza de tener un recreo tranquilo y, para empezar, lloviendo y sin patio. ¡Empezamos bien!
Luego tratas de buscar un banco vacío para sentarte a conversar tranquilamente con un amigo. No hay y te tienes que quedar de pie, pero, por lo menos, al lado de la estufa.
Te acabas el bocata y les tiras la bola de papel a tus compañeros que responden con una aluvión de ellas. Al acabar, empiezas a hablar con el primero que pillas y en estas pasa la que te gusta de la clase y te quedas mirándola embobado hasta que recibes una colleja del gracioso del insti, le sueltas un taco y sales corriendo, no sea que se enfade y…
-«No, tú al pasillo, por aquí no» .
Sin darte cuenta te has metido en una zona donde no está permitido el paso en los recreos y el profe de guardia te reprende. Vuelves al pasillo y sólo te dedicas a observar a la que te gusta mientras ella habla con otro chico y te das cuenta de que es el mismo que te dio antes y piensas: «Adiós a la chica». Timbre. ¡Por fin! ¡Qué recreo más malo!

Ciencias: El profe nos empieza a explicar y, si el tema es entretenido, pues prestas atención, pero si te hablan, por ejemplo, de los métodos de defensa del escarabajo pelotero en estado salvaje, pues te entran unas ganas irresistibles de hacer cualquier otra cosa y te pones a dibujar en la última página del cuaderno o a enredar con el reloj o simplemente a pensar en las musarañas. De pronto, un codazo del compañero te hace reaccionar: al profe se le ha ocurrido pedirte de la pregunta 1 y a toda prisa abres el cuaderno, la buscas y… ¡La tienes bien!
Tras acabar de preguntar a media clase, tras dictarnos un cuestionario, tras mandarnos cinco ejercicios y tras asombrarnos con lo bien calculadas que tiene las clases, suena el timbre y todos respiramos para librarnos de la tensión y, al salir el profesor, los más atrevidos se van a pintar en la pizarra y tú te dedicas a meterte con la que tienes cerca hasta que recibes un empujón que casi te tira de la silla.
Timbre. Historia, entra la profesora, «buenos días», «buenos días» «¿qué preguntas teníamos para hoy?».
Con ese comienzo fulminante se inician siempre las clases. Si tienes un poco de suerte, puede que no te toque contestar a ninguna pregunta. Acto seguido de dar la respuesta le toca repetirla al que más distraído está. De pronto a alguien se le ocurre hacer una pregunta que, además sólo le interesa a él y la profe se extiende media hora explicándole el significado de una simple palabra y, horror, al terminar te pide que lo vuelvas a explicar y, entre lo que te sonaba de antes y lo que te va soplando el de atrás, consigues explicárselo y, además, recibes una felicitación.
-«Bueno, a pesar de que tenemos el examen mañana, os voy a poner unas preguntitas para ir practicando, ¿eh?»
-«¡No!»
-«Venga, ¿en qué año…»
¡Siete preguntitas! ¡Y mañana, examen de tres temas!
Timbre. ¡Noooo! A última hora mates y, encima con examen incluido. Das el último repaso en dos minutos y el resto, persiguiendo al gracioso que se ha llevado tu cartera y te la ha puesto en la papelera.

Timbre. A toda prisa, te acabas de memorizar lo que tienes más débil. Entra la profe, «Guardad los libros, tú, al rincón, tú, detrás del otro…» Después entrega los exámenes. ¡Madre! ¡Ecuaciones! – «Ahí tenéis veinticinco ecuaciones, muy fáciles, no os quejéis, ¿eh? También tenéis unas definiciones de teoría. Yo creo que en tres cuartos de hora estará terminado, y no os olvidéis de poner el nombre»
A mitad del examen oyes desde detrás:
-» la ocho, la trece y la veinte».
Y desde la izquierda:
-» ¿Tienes la dos y la dieciséis?
Entre lo difíciles que son y que tienes que decírselas a los de los lados no te da tiempo a hacer tu propio examen. 

Timbre. Sólo te faltan dos preguntas y la profe te recoge el examen. Sales de clase y te dan ganas de ponerte a cantar «libre, como el sol cuando… ¡Ay!» Te callas porque el gracioso de antes te ha soltado otra colleja y te ha dejado la nuca escocida. Te diriges rápidamente hacia la puerta para salir, pero a mitad de camino te paras porque has vuelto a ver a la que te gusta y ves que se va por otro sitio y, encima, acompañada por un chico. Al irte a casa vas hablando con un amigo, que se va por el mismo sitio, de temas interesantes: chicas, clases y el próximo sábado.
-«Aquí me quedo, adiós».
Te quedas tú solo y te diriges a tu casa pensando que en ese momento eres como un preso que ha quedado en libertad temporal. Llegas a casa y te tiras a la cama física, psíquica, psicológica, moral y mentalmente agotado. Te tiras toda la tarde haciendo tareas y por la noche caes rendido a los diez minutos.
Esa es la cruda realidad de un miércoles en el que sería mejor que te tragara la tierra.

Observación: Quizás haya exagerado un poco pero esta ficción no está muy lejos de la vida misma.

Trabajo original