Las incesantes obras puestas en marcha en Torrelavega están creando serias dificultades a la ciudadanía torrelaveguense para desplazarse por el centro de la ciudad, sin encontrar obras que obstaculicen su camino.
Vivo en la calle José María de Pereda, a la altura de Cuatro Caminos. Todas las mañanas, para ir al colegio, sorteo máquinas, obreros, socavones…y todo un sinfín de dificultades que se presentan en mi camino, todo ello acompañado por el agradable sonido de la taladradora que levanta la calle, del polvo que genera una excavadora que recoge unas piedras… Día a día convivo, ya sin apenas percatarme de ellos con esta imagen, la de una Torrelavega en obras.
Ahora me doy cuenta del error de un genial actor y cómico americano al desear suerte a los madrileños para encontrar el tesoro que buscaban, ironizando sobre la cantidad de socavones y fosas que se estaban produciendo en Madrid el pasado verano, porque a ciencia cierta el lugar que los piratas eligieron para su emplazamiento se situó más al norte.
Además, he tenido la suerte de haber podido disfrutar de la llegada a Torrelavega de una nueva compañía de teléfono llamada ONO, que en poco más de un mes logró hacer de nuestra ciudad la del caos y los atascos, del ruido y la suciedad, al tener que levantar calles y plazas para acometer el cableado necesario. Sin olvidar por qué no, las obras de peatonalización de muchas céntricas calles, como se lleva haciendo desde unos años atrás.
Y justo ahora que comenzaba a acostumbrarme a la aburrida idea de pasear por la calle con tranquilidad, sin escuchar otro ruido que el de los coches, de poder detenerme junto al escaparate de una tienda y sin hacer peripecias entre las piedras, llegan las elecciones y con ellas el ambicioso, para algunos, proyecto de eliminar al guardia de Cuatro Caminos.
Así que aquí estoy; feliz. Feliz de saber que salir a la calle se convierte otra vez en una aventura. Feliz de pensar que volveré a saltar aquel gran socavón de mi calle para delirio de mis compañeros, que volveré a utilizar ese pequeño puente metálico que ponen para entrar a la tienda de la esquina. Feliz porque a mis oídos llegará de nuevo la suave melodía de aquel martillo hidráulico, que ya empezaba a olvidar.
Y por si todo esto fuera poco, ayer se hizo realidad mi otro gran sueño, la construcción del esperado, por mi claro, parking de La Llama, una obra costosa y prolongada en el tiempo, que además acabará, probablemente, con aquellas pistas cubiertas donde tantas tardes disfruté con mis amigos practicando mi deporte favorito.
Por todo ello quisiera dar las gracias al señor alcalde de esta ciudad por mantener viva esta tradición que desde hace años se instaló en Torrelavega. Sin duda nunca entenderé a esos ancianos que protestan desmesuradamente espetando que están hartos de no poder disfrutar ya ni de un paseo por las calles, de resbalarse, caerse, mancharse, de sortear charcos y barro cuando llueve, de no poder quizás llegar a una tienda por las complicaciones que supone el trayecto, pero ahora que lo pienso, ¿serán ellos los que verdaderamente llevan la razón?