El IES Miguel Herrero Pereda se encuentra situado en el Paseo de Torres de la capital del Besaya. Sus alumnos nos hablan sobre tradiciones y algunos rincones de esta ciudad.
El Núcleo histórico
A pesar de las vicisitudes históricas que ha atravesado nuestra ciudad y de que tónica general ha sido destruir lo antiguo para hacer nuevos edificios en área de modernidad mal entendida, bajo la que se ocultaba la especulación del suelo y los intereses de las inmobiliarias (sobre todo en la posguerra), aún es posible descubrir en Torrelavega restos urbanos del pasado reciente y construcciones de indudable valor artístico.
Al situarse el desarrollo económico en el último tercio del siglo XIX y primeros del XX, no es extraño que la arquitectura definitoria del tejido urbano responda a modelos historicistas y modernistas.
Las corrientes históricas en sus diferentes aspectos -neotradicionalismo, eclecticismo y neogoticismo principalmente- tienen sus reflejos en los edificios más representativos de esta época que han llegado hasta nosotros (y otros lamentablemente destruidos, como el Casino, el chalet de Argumosa, los teatros Principal y Royal o los cafés Cantabro o Cabrillo).
Torrelavega, impulsos de la historia
A partir de mediados del siglo XVIII en la rápida formación de una territorialidad distinta, tanto de las vecinas Asturias y provincias Vascongadas, como de la cercana Castilla, Torrelavega tuvo una evolución paralela en muchos de estos aspectos.
La lana será sustituida por los cereales, especialmente, por el trigo. La harina sería pues la mercancía que habrían de captar los puertos españoles. Santander y su encumbramiento regional fue el productor de la nueva estrategia dinástica. De la mano del definitivo ascenso santanderino, Torrelavega, se convirtió igualmente en el centro económico de una gran comarca que abarcaba desde el eje del Besaya hasta los confines de Asturias.
Un poco más de un siglo. Desde las fabricas de harina, hasta las de curtidos, pasando por las de transformaciones metálicas, también de gran raigambre en la zona, todas tuvieron su gran actividad en Torrelavega.
El descubrimiento de minerales en los alrededores y el crecimiento y especialización del mundo real montañés en el vacuno de producción lechera, refuerzan este proceso que concentra en Torrelavega y sus alrededores muchas de las actividades extractivas y transformadoras derivadas de las nuevas formas económicas .
El mercado semanal de los jueves, la feria de ganado, los pequeños comercios y artesanías que crecieron en los bajos de las viviendas y en los alrededores de las plazas. Todo ello también tubo como corolario el despegue definitivo de Torrelavega en el ámbito de una gran área de una gran influencia que a finales del siglo XIX, desbordaba nítidamente, incluso, los límites regionales. Un proceso que tenía muchas similitudes con el desarrollo de capital santanderina.
Un capítulo aparte, merecería el hecho de la primacía de Torrelavega en el mercado ganadero no sólo regional, sino incluso nacional.
Pero no será hasta bien avanzado el siglo XX cuando, aprovechando las excelentes comunicaciones y la creación de infraestructuras dedicadas al mercado ganadero, Torrelavega se alce como el principal mercado dedicado al vacuno de producción lechera. A ello colaboran la proliferación de premios de las exposiciones ganaderas, la inauguración en 1951 del centro de investigación de inseminación ganadera y la inauguración en 1974 del mercado nacional de ganado de Torrelavega.
Este proceso acaba significando un profundo cambio en la estructuración territorial del mercado ganadero y paso a establecer los mecanismos para la formación de un único espacio de producción.
Sin duda el auge económico traía a muchos hombres y mujeres desde todos los puntos de España. Por la implantación de grandes empresas (SNIACE, Solvay, Firestone, AZSA) y de los cientos de talleres satélites y de pequeñas y medianas industrias, provoca un impresionante aumento demográfico y de los poco más de siete mil habitantes en 1925 se pasa a casi 23.728 un cuarto de siglo más tarde para volver a multiplicarse casi por tres en 1991. Es el momento de mayor esplendor demográfico.
Así la crisis industrial que tuvo lugar a finales de los setenta ralentizará el crecimiento y rompe un progreso ininterrumpido que había durado casi doscientos años.
Sin duda ya no es posible esperar la llegada de nuevos «Mister Marshall» en forma de macroempresas devoradoras de mano de obra.