Todo empezaba como siempre… la misma ropa sucia y raída, el frío insoportable, la oscuridad del día que no había empezado, y el mismo cansancio, de hecho casi no podía abrir los ojos…Continúa leyendo el relato de Cintia ‘Siglo XIX Reino Unido’.

Andando por la orilla de la carretera me di cuenta de que el reloj se me había olvidado, así que durante los diez minutos de caminata, me entretenía recordando aquellos años, en los que sólo estaba yo, recorriendo el mundo trabajando en un barco apilando cajas, realmente aquello me había dado vados conocimientos sobre astronomía.

De lejos ya oía el ruido de las máquinas en funcionamiento y, sin más remedio, entré, me quite la chaqueta y me puse al lado de la cinta, intentando olvidar donde estaba. Tras aquellas ventanas minúsculas y grises debido al polvo, empezaba aparecer el sol como si fuese un día de verano, más brillante que nunca.
Las horas se me hacían eternas, sólo tenía como distracción, los chillidos que me daban mis compañeros, debido a mi desconcentración.

Todo era muy extraño, el sol empezaba a apagarse y el cielo a oscurecerse, lo que me dio muchísima alegría. Corrí hacía el perchero, cogí mi chaqueta y salí corriendo a la calle sin entender por qué mis compañeros no hacían lo mismo. Todo estaba oscuro, y la calle vacía, cuando siempre estaba llena de madres e hijos que iban hacia casa.
Mire al cielo, mientras oía el ruido de maquinas y de golpes, me asombré, un anillo de fuego enorme sustituía a la luna, en ese momento no podía dejar de mirar, mis ojos estaban allí clavados y doloridos, aún así aquello me parecía perfecto, de la luz sentía que mis ojos se enrojecían y me caían lagrimas. No quería dejar de mirar. En mis viajes había visto cosas espectaculares pero nunca nada así… De nuevo se puso el sol…
Tras unos minutos, el sol me cegó y me volví a la realidad.

Con los pies arrastrando y avergonzado por mi confusión me puse de nuevo enfrente de la cinta, sintiendo las miradas de mis compañeros.

Trabajo original