La familia Manrique preparaba sus maletas una mañana de invierno, de viaje a Siberia. Habían esperado ocho años para que les concedieran una visita a una reserva donde podían ver tigres típicos de donde ellos iban. Sin saberlo iban a salvar al tigre.

Estaban muy contentos con lo que iban a hacer… Susana y Mario se iban a perder más de siete días de colegio y podían hacer cosas que pocos de sus compañeros harían en sus vidas: ver al natural a los tigres siberianos. Los padres eran muy aficionados a los felinos, en casa tenían siempre más de cinco gatos y siempre algún póster sobre panteras, leopardos o ese tipo de animales.
El viaje duró mucho tiempo, tuvieron que cambiarse de avión varias veces pero al final mereció la pena.

Hacía un frío insoportable, aunque ya se lo habían avisado… el guía les enseñó su hotel donde se iban a hospedar todo el tiempo que estarían allí. Les aconsejó que durmieran un poco porque al día siguiente visitarían el parque natural donde estaban los tigres.
Susana y Mario estaban tan nerviosos que no pudieron dormir así que bajaron a la cafetería del hotel.

Susana tenía 17 años, se la daban muy bien los idiomas y era la «traductora» cuando se encontraban perdidos en los aeropuertos. En la cafetería estaban el guía tomando una copa con otro amigo, no les vieron llegar así que Susana escuchó lo que decían. Decían algo así como que tenían que matar a un tigre para poder saldar sus deudas, todo esto claro, lo decían en inglés, pero ella entendió perfectamente sus palabras.

De momento no le dijo nada a su hermano. Mario tenía 13 años, era bajito, pelo moreno y corto y de tez muy blanca todo lo contrario que su hermana que era altísima, de piel oscura y el pelo largo siempre sujeto por una coleta. Volvieron a sus habitaciones sin tomar nada. De repente a Susana le entraron las ganas de dormir; quería pensar que todo lo que había oído era un mal sueño.
Llegaron a la reserva. El frío aumentaba, estaban a menos de 24 grados. Subidos a un peñasco a casi 200 metros de distancia vieron una mancha blanca en movimiento, en pocos segundos pudieron distinguir como el tigre se restregaba sus mejillas contra un tronco después olfateaba el aire y a una velocidad pasmosa se dirigía hacía su presa, enseñando sus colmillos y lanzando un rugido sobrecogedor. Aunque ellos estaban a esa distancia se echaron para atrás, había sido tan rápido y sorprendente que los había dejado petrificados. El guía se rió…sus caras decían todo sobre lo que sentían.

La radio del jeep sonó. Estaban llamando al guía. Susana volvió a escuchar lo de la noche pasada… necesitamos ese dinero 20.000 dólares es mucho dinero… se cortó la trasmisión. Susana decidió contárselo a sus padres… ellos la hicieron estar segura de lo que decía antes de hacer algo; acusar de eso a alguien es muy fuerte, está penalizado con penas de cárcel muy largas porque solo quedan 500 ejemplares en estado libre y si también se mata a los que están en cautividad…. Aunque todos los tigres que están allí tienen un collar con trasmisores de radio para observar sus movimientos y entenderlos, es fácil para este guía quitar uno y para cuando se dieran cuenta de que faltaba un tigre, el guía y su compañero podían estar en cualquier parte del mundo.

Rápidamente, en cuanto llegaron al hotel, llamaron a la policía quien se apresuró a impedir este crimen con la naturaleza.
Por suerte les cogieron antes de llegar al tigre y ellos confesaron todo así que no hubo muchos más problemas. Su piel se vendía cara, pero no sólo es la piel del tigre siberiano lo que se quiere, también partes del cuerpo del tigre se venden a buen costo ya que en China el tigre macho es la encarnación del vigor sexual haciendo remedios contra la impotencia o casos similares.

La familia Manrique regresó antes de tiempo a Madrid, no querían pasar allí demasiado tiempo recordando lo que podía haber pasado si no hubieran creído a su hija.

 

Trabajo original