Luis Alberto Alonso Ortiz (Cartes, 1962), estudió en el colegio Cervantes, en el IES Besaya y en la Escuela de Arquitectura de Valladolid. Estudioso y defensor del patrimonio cultural de Cantabria, es colaborador de varias asociaciones y publicaciones relacionadas con estos temas y coautor del libro ‘Iglesias de Torrelavega. Una arquitectura moderna’.

Son las cinco y media de la tarde y con tres timbrazos despierto a Luis Alberto de su tranquila siesta de domingo, abusando de su confianza.

De camino al café situado frente a su estudio en Torrelavega, hablamos de cómo ha crecido esta ciudad en los últimos diez años. Me contesta contrariado que muy mal: “A finales del siglo XIX, Torrelavega se planteaba como una ciudad en ciernes. Se construía muy bien y se ordenaba muy racionalmente. Sin embargo, a partir de los años 60, se empezó a construir mucho y se derribaron edificios importantes, creando el Torrelavega que hoy conocemos” y cita Barcelona como ejemplo urbanístico en España.

Frente a un descafeinado, y encendiendo uno de sus ducados, confiesa no haber seguido ningún criterio en concreto, además de su gusto por lo artístico, al haber elegido arquitectura. De hecho, su asignatura favorita era matemáticas, pues el dibujo en el instituto en aquella época no daba un temario rígido ni exigente, siendo una optativa que le sirvió de muy poco en su primer año de carrera.

Sorprendido por mis preguntas, pasó a contarme en qué consiste su trabajo actual, lejos ya de aquellos años en los que «tenía que delinear con rotrings, rascar con cuchilla y emplear papel vegetal». Pese a hacer alusión a otros proyectos y a sus años de trabajo en temas del Obispado de Santander (que va desde el asesoramiento hasta la restauración de edificios, pasando por la construcción de iglesias, como la de Nuestra Señora de Belén en Cazoña, Santander) sus palabras se centran en hablarme de su último encargo: «Tras haber ganado un concurso propuesto por la Fundación Comillas, nuestro estudio y otros se encargan de la rehabilitación de la Universidad Pontificia, introduciendo en el edificio histórico un programa para un centro universitario».

Nuestra conversación se ve interrumpida por la aparición en el establecimiento de un cliente que se acerca para saber cómo va el proyecto de su vivienda. Aprovecho entonces para preguntarle qué criterio sigue para elegir o rechazar un proyecto: “Cuando se rechaza un proyecto casi siempre es por lo que te transmite el cliente. Cuando se ve que es un proyecto del cual no se va a sacar provecho o que va a ser problemático se rechaza. A veces también intento convencer al cliente si creo que está equivocado. En viviendas unifamiliares el tema es distinto porque es la inversión, por parte de una familia, de casi todo el dinero que tiene disponible. En otro tipo de obras prevalece lo que yo, el técnico, pienso”, aclara sonriendo.

Ha dejado sobre la mesa una revista de arte en inglés y una guía de Dubrovnik que ha utilizado en sus últimas vacaciones e insiste en la importancia de los idiomas no sólo en su trabajo. Enlazamos entonces con sus aficiones: los viajes y la lectura. Me cuenta los países donde ha estado y lo mucho que le gusta conocer las costumbres de las gentes que allí viven, mencionando también cuáles son las construcciones que más le han impresionado. Bromeando, le propongo que me nombre cuáles considera las siete maravillas del mundo actual: “Nueva York como espacio urbano; la capilla de Notre Dame de Haut en Ronchamp, de Le Corbusier; el Panteón de Agripa en Roma, que pudo haber sido una maravilla de las del mundo antiguo; las ruinas de Petra; el Auditorio Finlandia de Alvar Aalto, en Helsinki, y otras de obras de este arquitecto”.
Tras recordarle que sólo le pedía siete, me cuenta que Rafael Moneo es, para él, el mejor arquitecto del mundo. Es entonces cuando le digo que si para llegar alto en la vida es necesario ser ambicioso: “Sin lugar a dudas, no”, me responde.
Le comento que por qué ambicioso no y supersticioso sí: “Que yo sea supersticioso obedece a lo que me han transmitido mis amigos y, sobre todo, mi familia.”

Cambiando de tema, pasamos a conocer su punto de vista sobre el POL (Plan de Ordenación del Litoral). Considera que es una una buena decisión política que preservará el medio ambiente y, sobre todo, los paisajes naturales de Cantabria.

Me despido de él contento de haber disfrutado, más que de una entrevista, de una estupenda charla. Sin embargo, aún me quedo en el café cinco minutos pensando cómo será la arquitectura dentro de cien años, a raíz de conocer el título de su libro de Márquez favorito.

 

Trabajo original