Ésta es la historia de una niña que deseaba con todas sus fuerzas tener un perro. Un relato que obtuvo el primer premio de su categoría (8 años) en el XXIV Concurso Infantil y Juvenil de Relato de la Agencia Estatal CSIC.
Ana era una niña pequeña, de unos 6 años, traviesa y un poco tímida. El gran sueño de Ana era tener una mascota como casi todos sus «compis». El único problema era que a sus padres no les hacía gracia tener un animal en casa. Aún así Ana seguía insistiendo: «lo cuidaré y lo lavaré todos los días, lo daré de comer y lo sacaré a pasear, no se me olvidarán sus cuidados,» repetía Ana intentando convencer a sus padres, pero éstos no se daban por aludidos.
Y no creáis que a Ana no le importaba tener cualquier animal, quería uno en concreto: un perro. Pero tampoco cualquier perro, quería un pastor alemán, y además una hembra, para así poder tener cachorros, quedarse con uno y vender los demás, con el dinero comprarse una entrada para el cine para poder ver una película que estrenaban esa semana, la cual molaba a todos los niños y niñas que iban a verla y se titulaba ‘El dragón del bosque’.
Total, que la idea de Ana se iba extendiendo por las ramas, cada vez iba añadiendo al problema una idea más y sus padres ya no podían más, pensaban que su hija nunca se sacaría esa idea de la cabeza.
Preocupados, sus padres la llevaron al médico, éste les dijo que lo que le sucedía era que Ana tenía falta de compañía, por eso quería una mascota.
Los padres de la niña pensaron en ello y la madre dijo: «¿Qué tal si celebramos su próximo cumpleaños con todos sus amigos?, así se lo pasará mejor». Al padre le pareció una buena idea y así lo hicieron.
No le dijeron nada a Ana, invitaron a casi todos los niños de su clase, y por desgracia a su peor amigo, que se llamaba Carlos, tenía rizos y pecas y también llevaba gafas. Carlos era muy egoísta y cuando se encontraba algo decía que era suyo y no había forma alguna de que lo devolviera salvo que le apretaras la nariz durante un rato, pues no
aguantaba más de cinco segundos respirando por la boca. Entonces lo soltaba y te lo entregaba a cambio de que le soltaras la nariz. A Carlos tampoco le gustaba que le golpearan con los globos ni que le tirasen serpentinas. Tampoco iba a comer tarta pues la de chocolate le daba alergia. En fin, que con Carlos la fiesta iba a ser una ruina y además de todo aburrida.
Cuando llegó el día Ana estaba muy nerviosa pero al final la fiesta fue horrible, un infierno, un espanto. Todo sirve para decir el aburrimiento que fue aquella fiesta. Ana estaba muy triste, no había habido ningún regalo. Bueno sí, uno, el de sus padres que era un pastor alemán de peluche, pero para Ana no era suficiente. Ella quería más regalos, como todos los años.
La fiesta de cumpleaños de Ana había sido una terrible pesadilla. Tras la fiesta, Ana se fue a la cama con lágrimas en los ojos, dio un beso de buenas noches a su padre y le dijo: «Gracias por intentar que en mi fiesta me lo hubiese pasado todo lo contrario de lo que ha sido, pero aún así me ha gustado el regalo y hoy dormiré con él», dijo Ana satisfecha. «Me alegro de que te haya gustado», contestó el padre.
Por la noche Ana soñó con que estaba en una tienda de animales y sus padres le dejaban comprar uno. Ana no sabía cual coger, hasta que vio un ratoncito y gritó: «¡Éste, éste!», repetía Ana emocionada. Sus padres se asomaron y dijeron extrañados: «Pero hija, si no hay nada». «¡Sí!», gritó Ana, cabezona como siempre. «Pues venga, cógelo, así no nos dará la lata», dijo el padre bromista. Pero a la madre no le parecía bien no verlo, así que le dijo a Ana que cogiese uno visible. «¡Aquí, éste!», gritó de nuevo Ana. Pero sus padres seguían sin ver nada. «Pero que sí, no veis que es un gatito muy bonito», decía Ana desesperada. «A ver si en vez de comprar un animal vamos a tener que ir a comprar unas gafas», dijo Ana sonriendo. «Bueno, bueno, si tu dices que los ves, llévatelos», dijo la madre de Ana.
Pero de repente un ruido extraño despertó a Ana de su sueño, encendió la luz y iqué gran sorpresa!, un pequeño ratoncito estaba comiendo zanahoria y pipas. Por la mañana Ana buscó una caja para que sus padres no lo vieran. Y así fue como Ana y el ratón se hicieron amigos para siempre.
Un día con el mismo suceso apareció un gato, éste era igual que el gato de sus sueños. Ana empezó a pensar si aquello había sido un sueño o lo había vivido. Entonces Ana corrió al dormitorio de sus padres y les contó lo ocurrido. Ellos le pidieron a su hija que se los enseñase, pero entonces desaparecieron. Los animales eran imaginarios, sólo existían en la imaginación de Ana. Ella estaba alucinando cuando, de repente, los animales volvieron a aparecer en cuanto sus padres se fueron del cuarto de su hija.
De pronto los dos animales escaparon por la ventana, entonces Ana empezó a perseguirles gritando: «No os vayáis, justamente ahora os iba a poner nombre». Cuando los cogió, los puso nombres: el gato se llamaría Tomás y el ratón Willie.
Vivieron felices hasta que un día, como bien sabéis, se pelearon, pero no como todos estáis pensando que el gato perseguía al ratón, no, no, esta vez fue al revés, pero no ganó ninguno de los dos porque Ana consiguió separarlos metiéndolos cada uno en su caja que ella misma había decorado y puesto su nombre con rotulador.