Vivimos tiempo de dudas constantes: no sabemos qué pensar, a quién creer ni a quién apoyar. Vivimos en una sociedad instantánea en donde nuestras ideas cambian con la misma velocidad que nos cambiamos… de muda, por ejemplo. Uno de los casos más sangrantes es el cambio de mentalidad que la religión católica está sufriendo acá en tierras occidentales.
Hemos pasado de vivir por y para la Iglesia a vivir ahora, regímenes anti-democráticos aparte, en una sociedad en la que cada vez es menos importante rezar y más vivir el día a día.
El problema para la Iglesia es que cuando en una empresa se produce un fallo, se buscan las posibles soluciones para enmendar y corregir ese error. Pero esto no ocurre en la mayor «empresa» del planeta, la Iglesia Católica, donde tras numerosos años de bonanza económico-social, se han quedado estancados en aquella estrategia de marketing que hace 50 años funcionaba tan bien y que les llegó a colocar en la cima de las obligaciones y pensamientos de nuestra sociedad.
Esto ocurre porque vivimos en tiempos nuevos donde sus técnicas publicitarias tales como la «prohibición» del uso de métodos anticonceptivos o la homofobia les han hecho perder enteros en nuestra sociedad cada vez, aunque con dificultades, más liberal. Pero ésta no es su única estrategia errónea, ya que sus intentos de lavar la imagen de la cristiandad no hacen sino remover más los cargados aires del anti-clericalismo.
Y para muestra un botón: Hace poco, diversos medios con marcado origen religioso arrojaron unos datos muy positivos y que venían a decir que la Iglesia era la organización mundial que más ayudaba en las obras de caridad en el mundo. Todo muy bonito y romántico, sino fuera esta noticia una verdad a medias, y me explico, ya que hay que dejar bien claro que esos fondos proceden de nuestra propia caridad y donaciones a la Iglesia (ya que la residencia de verano del papa creo que todavía no se ha puesto a la venta; y residencia por decir poco, la verdad). Esto significa que nosotros somos la caridad que mueve el mundo y que bajo el patrón de la doctrina católica apoyamos y ayudamos a los menos necesitados.
No necesitamos a nadie que se ponga medallas inmerecidas, gracias, ya que nuestras donaciones se reparten a medias entre pobres y directivos eclesiásticos. Por lo tanto no creo que sea justo ponerse esas medallas. Por eso sólo me queda afirmar que la Iglesia es una empresa más, aunque todavía no haya entrado en bolsa, todavía. Una empresa que se basa en un logotipo (la cruz católica) y los valores que ésta pueda reflejarnos para poder vendernos unas ideas que no sólo están muy atrasadas sino que suponen un ejemplo de incompetencia del cuerpo de marketing eclesiástico ya que, pese a tener un gran producto con unos valores perfectos, no están sabiendo cómo venderlo al futuro de la sociedad, los jóvenes entre los que me encuentro. Quizás deberían buscar nuevos eslóganes más modernos tales como: «¿Te gusta ayudar?», «Si respetas a los demás ya no hay stop», o el más aclamado en las últimas fechas: «Sé justo, my friend».