Los alumnos de Biología tras visitar la fábrica conservera continuaron sus visita por Santoña: «nuestro próximo destino era el monte Buciero, pero como el tiempo parecía no acompañarnos, decidimos en su lugar, ver una cantera que estaba a pocos metros».

La cantera extraía rocas calizas y dolomías, para la construcción. Se pueden distinguir estalactitas y estalagmitas, gracias al proceso de carstificación: relieve caracterizado por el modelado en hueco de las rocas carbonatadas, sobre todo calcáreas, por efecto de la disolución producida por aguas que contienen dióxido de carbono.

La cantera se puede apreciar a varios kilómetros de distancia y estropea el paisaje, por lo que yo creo que se deberían plantar líquenes, musgos, plantas trepadoras u otra vegetación que vaya formando suelo. Este desolado paisaje nada tiene que ver con el que nos hubiésemos encontrado de haber podido ir al Monte Buciero.

El Buciero es realmente una isla costera al que un tómbolo arenoso unió a tierra formando así una península. También llamado Peñón de Santoña está coronado por las Gibas del Águila (260 metros), la Atalaya (312 metros) y Ganzo (377 metros). Sus paredes se han desgajado en cantiles verticales (gracias al proceso de carstificación), como la Peña del Fraile, aguja de 50 metros que se hinca a pico en la mar. Más al Oeste pasado el faro del Pescador, la Punta del Águila marca el fin de la Península y el comienzo del istmo junto a los sombríos muros del penal de El Dueso.

Este istmo determina, por la parte del mar, el largo arenal de Berria: Dos kilómetros de playa hasta la punta del Brusco.
Por el interior, el istmo de Santoña se desfleca en un laberinto de marismas, amenazadas por el paso de las carreteras y por los rellenos que apuntan a crear suelo ganadero, industrial o urbanizable destruyendo, en todo caso, el hábitat natural del paisaje marismeño.

Trabajo original