Tras esta aventura en Picos pocas veces he estado tan cansada, pero tampoco tan feliz. Hace diez días, Andoni nos propuso una marcha a más de dos mil metros de altura, y aunque era un día después de venir de las convivencias de sexto, mis amigas y yo no nos lo pensamos. Sabemos que aunque lleguemos a casa reventadas, con Andoni, Pedro y los monitores del campamento nos lo vamos a pasar genial.

El sábado amaneció muy luminoso. Como siempre yo tuve que correr, mi madre me riñó por no haber dejado lista la mochila la noche antes, y a punto estuve de quedarme en tierra. Pero llegué. Los monitores tuvieron que ayudarme en el autobús a reordenar mi mochila en la que, con las prisas, no todo estaba en su sitio, y no todo bien sujeto. Pero con Juan o con Sergio eso no son problemas, siempre están en los viajes pendientes de nosotras, te ayudan con una sonrisa, siempre bromean, y siempre están ahí.

El viaje en el autobús se nos hizo corto, cantando, contando todo lo que habíamos vivido el día antes en las convivencias del cole, y cambiándonos nuestros aparatos de música. Cuando llegamos a Fuente Dé, empezó lo grande. Subir en el teleférico fue como volar. Subíamos entre los pájaros hacia la montaña, lentamente y en un vuelo que no parecía tener fin. Arriba, un cielo enormemente azul, y un paisaje y un silencio grandes, muy grandes, eso es lo que encontramos.

Después de dejar las mochilas en Vegarredonda, caminamos más de diez kilómetros hacia Cabaña Verónica, donde comimos. Fue impresionante lo bien que me supieron los bocadillos que me había preparado mi madre, ese bocata de bonito con tomate, esas aceitunas sin hueso, ese chocolate… uhm. Y todo sentados en el suelo de la montaña, y junto a la casa de Manolo. Andoni nos explicó como una torreta de un barco de guerra sirvió hace muchos años para construir en medio de la montaña el refugio de Manolo, el guarda de esa zona del parque de Picos de Europa, un hombre serio, que dicen vive solo, y que ha salvado la vida de muchos montañeros.

Tras el descanso Andoni y los monitores nos llevaron a un lago y a unas cuevas, mientras los buitres se colocaban sobre nosotros o comían despojos de animales. Y es que en esa zona hay muchas vacas y caballos que viven sueltos, y cuando mueren se convierten en la cena de los buitres. A la bajada, paramos un rato en la estación del teleférico, nos tomamos un batido y compramos algunos recuerdos. Yo compré a Europa una vaca de peluche, mientras Sara, Nilo y mis amigos se compraban llaveros, gatos, recuerdos o dulces.

El cielo se ponía negro y el viento empezaba a rugir, así que los monitores nos llevaron al refugio. Por la noche, después de cenar, contamos chistes, trabalenguas, acertijos, adivinanzas e historias de miedo, hasta que a las once y media nos mandaron a la cama. Bueno, al saco.

Llovió por la noche, pero como si le hubiéramos caído simpáticos al sol, al levantarnos el se levantó con nosotros. Todos desayunamos cansados pero tranquilos. Todos menos yo, que pensé que había perdido mi cámara de fotos, por lo que me pasé una hora de búsqueda a lo tonto, hasta que Sara y Carlota se dieron cuenta que estaba en lo más profundo de mi mochila.

Tras una larga marcha recorriendo brañas y lagos, y con la boca abierta de lo que Andoni nos iba enseñando llegamos por fin al valle. Allí, el padre Aurelio nos estaba esperando, con una autentico cargamento de bocadillos, dulces y refrescos. Nos recibió con su sonrisa de siempre y nos fue repartiendo una comida que nos pareció un manjar, después de tanto camino.

Son las ocho y ya estoy en casa. Mis padres me han dejado jugar un poco en la plaza antes de volver. Me he duchado, me he cambiado y voy a cenar. Pero sigo viendo la montaña, sigo escuchando a los buitres y las salamandras y sigo oliendo las vacas y la hierba. Pero sobre todo sigo pensando lo bien que lo he pasado con mis amigos y mis monitores, y lo bien que lo pasaré en la próxima aventura. Normal, así es mi cole.

 

Trabajo original