Como cada atardecer de verano, Nuria salió a correr por la playa. En comparación con otros días ésta se encontraba desierta; el tiempo no acompañaba y la temperatura aún menos. Mientras se encontraba tumbada sobre la arena, Nuria pudo divisar cómo una sombra bordeaba el agua interrumpiendo el transcurso de las olas.
El sol comenzaba a ponerse, por lo que no pudo ver con demasiado detalle a quién pertenecía aquella hermosa silueta. Tan sólo advirtió la figura de un hombre o tal vez de un chico, de cabellos oscuros y sudorosos que acariciaba lentamente la brisa.
Sin saber muy bien el porqué, Nuria se alzó al ver cómo ese joven dirigía su mirada hacia ella. Enseguida notó cómo un cosquilleo recorría cada uno de los rincones de su cuerpo; rápidamente presintió que no iba a ser la única vez que lo vería.
Regresó a casa algo nerviosa.
Cenó en un abrir y cerrar de ojos y salió de nuevo con la esperanza de encontrarlo una vez más. Tal como ella supuso, aquel joven estaba de nuevo en la playa. En esta ocasión le vio sentado en el lugar desde el cual Nuria le observó esa misma tarde. Con algo de timidez ella se sentó a varios metros, pero justo situada en un lugar en el que él pudiese verla. El joven volvió la mirada al oír cómo se acercaban unas pisadas. Cuando vio a Nuria allí sentada, se levantó y se dirigió hacia ella. Sin apenas cruzar dos palabras, ambos se encontraban juntos paseando por la orilla de la playa. El joven cogió su mano y comenzó a acariciar sus tiernos e inocentes labios.
Nuria no pudo resistirse a aquella tentación; sabía perfectamente que aún no conocía ni su nombre, y que tal vez el joven iba un poco rápido, pero no pareció importarla, aquello le gustaba y era más que suficiente.
Él continuó besándola dulce y apasionadamente mientras sus manos recorrían cada una de las curvas del cuerpo de Nuria y comenzaba a desabrocharle los botones de su camisa.
Ella no sabía muy bien el modo correcto de actuar ante sus ardientes caricias. Tan sólo contaba diecisiete años, y ese joven no lo era tanto. Sobre su cabellera comenzaban a dibujarse anchos entrantes dejando un interrogante sobre su edad.
Tal vez fue la madurez y seguridad que le proporcionaba lo que permitió a Nuria actuar como una adulta. En ese mismo instante ella comenzó a responder a sus caricias dirigiendo sus manos suavemente sobre su pecho y descendiendo hasta llegar a la cremallera de sus vaqueros. Él se inclinó llevando sus cuerpos hacia la arena, dejando que se fundiesen en uno solo y permitiendo que las olas, en su incesante ir y venir, cubriesen sus cuerpos de espuma.
Únicamente la luna hacía acto de presencia en aquella noche solitaria y fría en la que una joven entregaba su cuerpo, por primera vez, a un hombre que ni siquiera conocía, detalle que no hizo que pensara dos veces la locura que podía estar cometiendo.
Se hizo algo tarde, ambos se encontraban besándose cuando Nuria despegó sus labios de los de aquel hombre diciendo que debía irse; él juntó de nuevo sus labios a los de Nuria y con tan sólo decir «hasta mañana» se levantó y comenzó a caminar mientras ella observaba cómo su figura se alejaba de la playa.
Nuria llegó a casa, y sin apenas hablar se dirigió a su habitación y ya en la cama comenzó a recordar cada uno de los momentos vividos con aquel joven.
A la noche siguiente volvió al lugar donde se habían visto hacía poco más de veinticuatro horas. Él ya se encontraba allí, por lo que al ver llegar a Nuria se dirigió hacia la orilla.
La noche transcurrió de la misma manera; comenzaron por dar un paseo, escaso en palabras, hasta que ambos se volvieron a entregar por completo. Nuria dejó pasar por alto, de nuevo, que tan sólo era una adolescente y se dejó llevar por la madurez del hombre que se encontraba junto a ella.
Aquella noche fue él quien primero quiso abandonar la playa repitiendo una vez más «hasta mañana». Cuando se disponía a marcharse, Nuria le cogió de la mano deteniéndole para preguntarle cuál era su nombre; él selló sus labios con un nuevo beso y respondió escueta y secamente que eso ahora no importaba…
Nuria recordaba todo eso al abrir el paquete que le había entregado la azafata en el avión de parte de un caballero. Se quedó un poco extrañada por su contenido, pero aun así se dispuso a leer la carta que estaba dentro.
El principio de esta hizo que Nuria se alegrase enormemente y lo disculpase, pero según su contenido avanzaba la cara de Nuria iba empeorando hasta que comenzó a llorar dejando escapar un «¡no!» en medio de un mar de lágrimas y una enorme desesperación.
El rostro de Nuria iba cambiando de expresión. El paquete portaba una docena de rosas negras y sobre ellas una roja deshojada. Leyó la carta: «Amor mío, siento enormemente no haber podido llegar a tiempo al aeropuerto para despedirme». Continuó leyendo y llegó al final: «… quería darte una gran noticia y pensé que lo mejor sería que te enterases por esta carta: desde ahora perteneces al club del SIDA, ¡BIENVENIDA!»