Ya no sé qué hacer: en los meses que he recorrido esta esfera mal alimentándome con lo poco que mi anormal cuerpo es capaz de metabolizar no he encontrado ninguna pista del objeto de mi búsqueda. Pero Él se acerca, inexorable.

Ningún apunte de esperanza en este mundo que, según me dictan recuerdos escondidos tras el encuentro con El Que Se Oculta Tras Un Velo, una vez fue el mío.
¡Qué ironía que tras mis andanzas haya llegado a convertirme en un extranjero en mi propio mundo…!
-¡Lo siento! ¡Se acerca!
Otra vez su hambre insaciable me acosa; otra vez debo huir, pero ¿a dónde?
La negrura del océano Atlántico iluminado únicamente por una mortecina Vía Láctea se despliega a mi alrededor tumultuosa y acogedora.
Debo moverme, ganar tiempo hasta tomar una nueva dirección y elegir un nuevo plano en el cual continuar mi búsqueda. ¡Está tan próximo!
Tras nuestro encuentro en Kadath la del Páramo Helado nuestras esencias están enlazadas, compartiendo mi minúscula materia una fracción de su abismo. Y esa misma unión me grita ahora su cercanía: siento sus dentelladas ansiosas de mí devorar espacio y tiempo allá donde la Polar se convierte en la puerta de Ellos y en el confín de su prisión.
Alejarme, más y más, hacia el sur, lejos, más lejos.
Manipulo los controles de mi esfera y busco el cálido abrazo del trópico. Lejos, lejos… lejos de Él.
Pero esta vez parece que está decidido a dar fin a esta fuga, a imponer las leyes que he quebrantado, las normas de Aquellos Cuyos Nombres No Deben Ser Pronunciados.

Las luces de una costa rasgan el oscuro sedal del horizonte cuando la marea de entropía que precede a mi perseguidor inunda mi nave. Tiempo atrás esto habría significado mi muerte, o algo peor, pero gracias a mis múltiples experiencias he aprendido a combatirle.
Mis seudópodos gesticulan raudos entre los gases arrosados del interior de la cabina mientras en mi mente recito versos y fórmulas en un idioma anterior a todo tiempo.
Mientras, a través de la escotilla frontal se dibuja una bella bahía en cuyas riberas reposa adormecida en el sueño nocturno del verano una esbelta y rancia ciudad encabezada por una península coronada a su vez por un precioso palacio decimonónico; las olas parecen querer compartir la serena belleza de los espigados edificios y saltan enérgicas y alegres contra los muelles pugnando por recorrer sus antiguas calles.

Mi conjuro surte efecto y un rayo desgarra la aterciopelada oscuridad con su destello, saturando el silencio con su batir de dioses.
Por un instante le contemplo en una de sus mil formas: constrito ante el repentino flash, su masa de abisal negrura se retuerce en cien mil látigos ponzoñosos; venas de imposibles dimensiones pulsan fluidos vitales no del todo terrenos que rezuman por sus cuatro fauces repletas de dientes, picos y excreciones corneas de quiméricas formas; y destacando sobre todo, ese ojo trilobulado inyectado en algo rojo que no es sangre, faro de odio y rencor. Pero aun con toda su horrible grandiosidad, con todo su primigenio poder, se retuerce de dolor ante el relámpago: le puedo frenar, la luz es su enemigo natural.
Debo crear más y más rayos, convocar una tormenta como nunca nadie recuerde. Pero además debo extraer energía para emprender un nuevo viaje, para huir nuevamente y reiniciar mi búsqueda.
Los habitantes de esta hermosa ciudad serán testigos de mi huida. Con nuevos giros de mis miembros convoco a espíritus que no están bajo su poder, los elementales que servirán en mi combate contra Él: aire y agua se arremolinan en torno a mi esfera agitándola sin pausa.
La contienda se inicia.
Las fuerzas invocadas en mi nombre se alían y desencadenan un infierno de luces fugaces y mortales, una jaula de resplandores efímeros para Aquél De Las Mil Formas.
Él combate mi artificio con seudópodos, garras y tentáculos que buscan incansables el contacto de mi nave para arrastrarme a su oscuridad perpetua.
Tengo que encontrar ya la fuente de energía que me teleporte a otro plano, mas en este atrasado mundo no hay fuerzas místicas a las que drenar, no hay focos de energía cuántica de los que beber…
¡Un momento: el tendido eléctrico! Su energía es primordial, tanto como aquella con la que estoy conteniendo a mi perseguidor, y demasiado salvaje, incontrolable, pero no tengo nada más a mi alcance. Lo haré, de ello depende mi vida.
¡SÍII! ¡LA ENERGÍA! ¡ABSORBERÉ HASTA EL ÚLTIMO ELECTRÓN! ¡AHH, TODOS LOS SISTEMAS ESTAN A PLENO RENDIMIENTO, YA PUEDO PARTIR! ¡¡YAAAA!!

Lo he dejado atrás. No se donde estoy, pero Él tampoco puede saberlo.
Quizá tenga a mi disposición unos meses, incluso años, para encontrar la llave que me devuelva a mi pacífica existencia anterior, hallar esa Llave de Plata que me condenó a mí, Randolph Carter, a huir del Horror de Mil Formas para recuperar mi perdida forma humana y brindarme el sueño del olvido.

«Ayer domingo tuvimos sobre nuestras cabezas la que según las crónicas fue la tormenta con mayor aparato eléctrico en los últimos dos siglos. Provino del norte y continuó su camino con rumbo sur hasta desaparecer bruscamente pasado El Astillero. No causó graves daños en nuestra querida ciudad, aparte de alguna inundación, pero sufrimos un apagón general por causas aun no del todo conocidas.[…].
[…] Como curiosidad apuntar que un muy limitado número de testigos confiesan haber contemplado una esfera metálica de unos diez metros de diámetro sortear los rayos volando a unos cien metros de altura. Creemos son de menos fiabilidad los testimonios que esas personas hacen acerca de una «horrorosa mancha de oscuridad plagada de tentáculos» que dicen parecía tratar de engullir la esfera. Ambas visiones posiblemente fueron causadas por el contraste luz-oscuridad de la tormenta […].»

Diario de Santa Ana, 25 de Agosto de 1997.

Trabajo original