Febrero de 1998, los alumnos del IES Foramontanos visitan Madrid durante varios días. Aprovechan el viaje para visitar el Museo Thyssen, el del Prado y, como no, una discoteca: Mykonos.
La noche fue blanca pero no la vimos. Cinco compartimentos cerrados con cuerpos desmadejados, ojos semi cerrados y un cierto aroma de expectativa. La noche fue larga, pero se desvaneció con las primeras luces de Madrid. Un largo pasillo, escaleras mecánicas, acceso al Metro, rostros cansados.
El hotel no es el Ritz pero está en el meollo y lo compartimos con un grupo de solícitos atentos muchachos chilenos. Así que el hotel se convierte en un momento en el más maravilloso de los alojamientos.
El dueño nos mira con recelo -otro grupo, otro follón- y nosotros con cansancio. Son las nueve de la mañana y todavía no tenemos acceso a las habitaciones así que hacemos tripas corazón y emprendemos la caminata hacia el Reina Sofía.
Neptuno nos contempla aburrido, absolutamente indiferente a que algunos ojos le contemplen por vez primera.
Problemas para entrar. No hemos concertado cita. Al final, pagando todo se arregla y nos en entretenemos subiendo y bajando en dos grandes ascensores columnas como dos enormes tubos de cristal ciñendo el edificio… subiendo y bajando, bajando y subiendo; en el interior Tapies, Dalí, Serra, Equipo Crónica… y una araña gigante con entrañas de hierro.
Comida «typical spanish»: un reluciente Mc Donald´s. Tras la apetitosa colación, a dormir la siesta y digerir las hamburguesas. El dueño del hotel insiste en su cara larga pero los chilenos no están mal y las camas son blandas.
Vuelta a la calle.
Esta vez hacemos un recorrido fugaz -demasiado fugaz para algunos -por el Museo Thyssen: ¿demasiada pintura holandesa quizá? Juan Carlos se pierde en la librería. Anochece. Juan Carlos sigue en la librería. Urge volver al hotel y engalanarse para la movida madrileña. Juan Carlos es finalmente arrastrado al exterior.
Duchas, maquillaje y otra vez los chilenos, cada vez son más. Confraternización… y a chupar frío porque no nos dejan poner el pie en ningún sitio (Mayores de 18 años, por favor). A los chilenos no les importa andar a lo tonto así que damos un par de vueltas más y acabamos en la puerta del hotel. Vaya, justo ahí hay un garito para menores, así que la movida madrileña se reduce al Mykonos… La música es un poco rollo y la pista muy pequeña pero lo pertinente es aguantar hasta que el cuerpo aguante y el cuerpo aguanta y aguanta… Amanecemos juntos pero no revueltos. Los chilenos dejan esta mañana el hotel.
Parece que nuestro viaje ha perdido parte de su encanto: largas y sentidas despedidas… abreviamos dividiendo al personal según gustos y aficiones: Algunos se van a animar a los jugadores del Real Madrid al Santiago Bernabéu; otros dan un paseo por el Retiro y no consiguen encontrar al ángel caído.
A las tres Gabriel nos espera en el Prado. A las cuatro acabamos de empezar. A las cinco la cosa va para largo y a las seis nos arrastramos de sala en sala y de banco en banco. Al fin conseguimos tumbarnos un rato en la cama, antes de volver a empezar: duchas, maquillaje y otra larga noche en el Mykonos.
Ah! antes al cine: desde la tercera fila nos tragamos bocanadas de agua de mar contemplando el hundimiento del Titanic.
Llorar un rato relaja y te deja como nuevo. Dan las cuatro de la madrugada y con pesar nos despedimos del Mykonos, nuestro único refugio nocturno.
El domingo somos veinte resacosos ganduleando por el Rastro con un sol espléndido que daña la vista. Ultima comida juntos. Para celebrarlo… ¿qué mejor sitio que el Mc Donald ‘s? El dueño del hotel respira ya más tranquilo otro grupo que se va y el hotel sigue en pie.
Vuelta al Metro y a las escaleras mecánicas. Las bolsas de viaje pesan más que a la ida. El Talgo nos aleja de Madrid y nos devuelve a los campos nevados de Castilla. Los ojos se entrecierran y los cuerpos se acomodan para dormir… Estamos cansados, pero ¿quién no volvería a empezar de nuevo?