Un grupo de 2º de Secundaria ha obtenido un accésit especial con la redacción Curro Chaquetacorta en el concurso convocado por la delegación en Cantabria de la Real Federación Española de Capitanes de Yate con motivo de la llegada a Santander de la regata Cutty Sark.

El trabajo, presentado con el nombre de Curro Chaquetacorta, nos muestra las vivencias de un joven enamorado de la mar, Curro. Acompañado por un viejo lobo de mar, Lolo Bardal, recorre escenarios imaginarios y barcos legendarios ofreciendo al lector una breve historia de la navegación, con un lenguaje muy marinero en el que da repaso a los nombres propios más conocidos del reino de Neptuno, desde Ulises hasta Colón navegando desde la nave Argos hasta el Titanic pasando, por supuesto, por la navegación en internet e incluso por el espacio.

Para el que esté interesado, ahí van las primeras líneas y la parte final del extenso trabajo:

CURRO CHAQUETACORTA

Curro, Chaquetacorta le llamaban sus amigos cuando querían verle mosqueado, llevaba unas cuantas semanas más inquieto de lo habitual y eso que normalmente no paraba. Nada le salía bien: en el instituto seguía coleando aún el jaleo que montó en el laboratorio buscando nuevas fórmulas químicas; en casa sus padres seguían insistiendo sin éxito (rallándole, decía él) en que tenía que dejar de pensar en la vela y dedicarse más a los estudios, que el fin de curso ya se aproximaba y los cinco cates de la segunda evaluación no eran precisamente moco de pavo.

Para colmo, Marta estaba ya hasta el gorro de pasarse todas las mañanas de los sábados y de los domingos plantada en Puertochico esperando a que el señor llegara de la mar y cuidando de las cosas; ya ni tan siquiera la calmaban los libros que Curro le iba regalando. De hecho, el otro día, los mules de la bahía se debieron dar una buena merendola con La carta esférica de Pérez Reverte: tan harta estaba ya Marta de ballestrinques, palos de mesana, trasluchadas, aparejos y arboladuras.

Pero aunque todo esto le llegaba al alma, lo que verdaderamente tenía preocupado a Curro eran dos cosas bien diferentes. La primera, que su viejo amigo Lolo, el marinero jubilado que le había metido en el cuerpo el gusanillo de la mar, ya llevaba dos semanas en Valdecilla y nadie le sabía, o le quería, decir qué era lo que tenía. Curro ya no era un niño, y se temía lo peor, últimamente Lolo solía repetirle:

Curro, me quedan menos días en el convento que maganos en la bahía, lo que, viendo cómo está hoy en día nuestra bahía, no parecía una frase precisamente muy positiva.

Y es que Curro quería realmente al viejo Lolo, por muy cascarrabias que fuera; le quería y le respetaba, sobre todo le respetaba, pero no como lo hacía a su padre o a sus profesores, era el mismo respeto que había visto en los marineros hacia Ulises o en el capitán Acab hacia Mobby Dick: para él, Lolo era como un dios, y además nunca le había fallado; aunque le sacaba más de 60 años, le consideraba su mejor amigo.

Lolo fue quien le puso el mote de Chaquetacorta el primer día que le embarcó. Tenía Curro 7 años y el chaquetón salvavidas que llevaba le quedaba un poco grande (O sobra chaqueta, o falta marinero, se reía de él, guasón, el viejo). Ese era el único motivo por el que no le importaba mucho realmente que se lo llamasen sus amigos, para él no era un insulto, era casi como un título, el que le había concedido «su» patrón, a quien Curro, un poco en venganza, le había empezado a llamar Lolo Bardal porque sabía que no le hacía mucha gracia que le recordasen lo despistado que era y los jaleos en que se metía; al final, resultó que sí, que también el viejo lobo de mar estaba encantado con tan poco poético título. Y así, «insultándose» se pasaban muchas tardes. Con él y en alta mar, aburrido de que no picara ni una sola julia, Curro había echado su primer cigarrillo y su primera vomitona lejos de tierra, a él le había confesado lo que sentía por Marta, él pagaba todos los platos rotos de sus broncas en casa y en el colegio, él era quien le había convencido muchas veces de que lo que más le convenía no tenía por qué ser siempre lo que más le gustaba. Era Lolo Bardal, el único, el inimitable, el auténtico.

Se reía Curro de la sabiduría de muchos «sabios de libro»; para él, Lolo era el más sabio de todos porque conocía la mar, conocía el cielo y las estrellas y conocía también a las personas, tal vez por eso su mejor amigo desde hace unos cuantos años, justo desde que había muerto su fiel Carmina, era Salitre, un perro de aguas, según Lolo un milleches, casi tan viejo como su amo, que ahora estaba realmente triste y desorientado sin su colega humano. Curro se había hecho la promesa de que mañana sin falta iría al hospital a verle. Nadie tenía derecho a impedírselo.

La otra cuestión que le tenía atormentado a Curro era mucho menos triste; se había apuntado como voluntario para participar en la organización de la más importante regata de grandes veleros que ese mismo verano iba a arribar a Santander, la «Cutty Sark». Si para sus amigos ir a El Sardinero a ver a Rivaldo, a Zidane o a Raúl era el no va más, la máxima ilusión de Curro, con lo que había soñado infinidad de noches, era llegar a participar algún día como tripulante en esa mítica regata. Estaba convencido de que algún día, tarde o temprano, lo conseguiría. Ya había echado la solicitud hacía meses y la respuesta no acababa de llegar; sus esperanzas casi habían desaparecido cuando esa mañana su madre le entregó una carta de la organización en la que se le notificaba que había sido admitido y se le citaba para una reunión a celebrar la próxima semana.

El bote que pegó le hizo tocar con la cabeza en el techo. Curro tenía quince años, pero ya rondaba el metro ochenta. Su padre, al verle tan entusiasmado, rápidamente le hizo uno de esos comentarios irónicos que a Curro le sacaban de quicio:

También a mí me gustaría chocar contra el techo el día que lleguen tus notas; si hace falta, me compro un casco.

Curro, que había heredado de su padre la ironía y de su madre la talla, le respondió, muy sarcástico también:

Para que tú puedas pegar este salto, tendrías que bajar las dosis de cerveza, que la tripa ya te llega por debajo de la rodilla.

El padre encajó deportivamente el golpe bajo. En el fondo, no se llevaban mal, les venía bien un poco de caña mutua de vez en cuando.
Estuvo toda la tarde encerrado en su habitación buscando datos en el ordenador acerca de la regata; se pasó horas y horas navegando hasta que le arrancaron literalmente del aparato para la cena. Se enteró de mil y una cosas la mar de interesantes, reuniendo un montón de información para más tarde poder leerla con detenimiento. Devoró la cena como si fuese la última y pasó de ver la tele, poco le importó que hoy echaran el último capítulo de su serie favorita, y volvió a encerrarse, esta vez en la biblioteca de su padre tratando de encontrar algún libro referido a la navegación y a los barcos en general. Recordaba haber ojeado hacía tiempo un viejo manual muy interesante, sí, ahí estaba, junto a la botella con el barco encerrado, que nunca le había hecho la más mínima gracia, a quién se le ocurre encerrar a un barco, cuando lo que un barco busca es precisamente lo contrario, libertad; desde entonces no soportaba ningún tipo de jaula, incluidos los ascensores.

(Final de la redacción:)

¿Estás en la Luna, o qué?
Sí, sí, ya he llegado, ya he llegado, estoy por fin en la Luna, respondía Curro a los chillidos de su madre, que llevaba quince minutos intentando que su hijo se levantara: le había hecho sonar el despertador y le había enchufado a tope la radio, le había quitado de encima el edredón, le había abierto la ventana, le había azuzado de mil maneras, daba igual, su hijo estaba realmente en otro mundo.

Cuando despertó de verdad, su madre le preguntó si le pasaba algo, porque estaba empapado en sudor.

¿Has tenido una pesadilla o qué?
¡Qué va, qué va, he estado toda la noche navegando!.

La madre no sabía si se refería a internet, ya estaba sacando la zapatilla, o es que realmente aún estaba dormido. Decidió dejarle no sin antes aconsejarle que se pegara una buena ducha y se diese prisa porque iba a llegar tarde al Instituto.

El día transcurrió sin novedades en clase y por la tarde se acercó al Hospital a ver Lolo; antes pasó por la bodega a llevarle un poco de comida a Salitre y de paso preguntarle si ya había regresado de Marte y si se había cambiado el nombre; el perro, por supuesto, movió la cola y levantó su pata trasera. Se llevó una gran alegría al ver al viejo Lolo en muy buen estado, sólo había sido una ligera neumonía y en un par de días le darían el alta. Charlaron muy animados sobre lo que harían en verano y Curro le contó el extraño sueño que había tenido. Soñar con viajes fantásticos es señal de buena suerte, seguro que se te cumple alguno de ellos. Curro sabía que esos sueños no se le podían cumplir (bueno con el de Marte no lo tenía tan claro, su madre siempre le decía que las ciencias adelantan que es una barbaridad) pero no dejaba de pensar en su sueño real, la Cutty Sark.

En cuanto pudo volvió a la carga con lo de la regata. Le interesaba ahora conocerlo todo acerca de la misma; supo que el puerto de Santander iba a ser la tercera escala de la regata Cutty Sark de este año 2002, considerada como la regata de grandes veleros más prestigiosa del mundo, y que se iba a celebrar desde el cinco de julio hasta el 18 de agosto. La candidatura de Santander fue seleccionada entre 30 puertos que optaban a convertirse en sede en la reunión de la International Sail Trailing Asotiation celebrada hace ya dos años. Los barcos llegarían a Santander el 3 de Agosto y Curro ya se había hecho un calendario con todas las actividades en las que podía participar o ver: pasacalles, exposiciones, conciertos, competiciones deportivas, exhibiciones, etc. No pensaba perderse nada. En esta edición se produce además una circunstancia única, ya que cuatro de los seis puertos que componen el itinerario son españoles (además de Santander, Alicante, málaga y La Coruña por parte española, Brest en Francia y el puerto inglés de Portsmouth), eso quiere decir también que por vez primera la Cutty Sark surcará las aguas del viejo Mediterráneo.

Le llamó mucho la atención a Curro el hecho de que la participación puede ser muy variada, se puede competir tan sólo en una etapa o bien en las cinco que componen la Regata; si bien en la edición pasada fueron 80 los navíos, muchos considerados clásicos y todos de más de 9,1 metros de eslora, procedentes de 19 países y con más de cinco mil tripulantes, este año se superarán con creces esas cifras. Echo una ojeada al listado de barcos participantes y sólo sus nombres ya le hicieron soñar despierto: se veía con su melena al viento al timón del Eleanor Mary inglés o limpiando la cubierta en el danés Georg Stage, o cocinando un buen pescado en el español Gure Izar; otros nombres le sonaron francamente aventureros: el Rhytmic de Bélgica o los británicos Morning Star of Revelation y Hartlepool Renaissance, o el polaco Smuga Clennia. Le daba igual, no le importaba ir de tripulante en el más pequeño de ellos, aunque quedara el último, sabía además que no era ésta una competición al uso; en una página de «El Mundo digital» pudo leer algo que le llegó al alma: «… el preciado trofeo no permitirá a su poseedor hacer alarde de su capacidad competitiva, sino de su talante solidario, porque ése es el fundamento de esta regata en la que son las tripulaciones las encargadas de elegir cuál de ellas ha contribuido en mayor medida a promover ese espíritu…. Al Zenobe Granne le correspondió el honor en 1976 cuando se prestó a arrastrar a cinco barcos que se habían quedado indefensos en medio del Atlántico; la embarcación belga aún luce la enseña de un gran pato secundado por una pequeña fila de patitos que le entregaron como muestra de gratitud quienes recibieron su apoyo…«.

Maravilloso, esto es lo que Curro buscaba, nada de competición, sino amistad y solidaridad. Ese es precisamente el objetivo de la STA, la educación y La enseñanza del mar y la navegación a bordo de barcos de vela. La devoción al mar y el espíritu de aventura atrae a los majestuosos navíos, las escunas, bergantines, goletas y pailebotes ,junto a yates acompañantes de menor tamaño. Más allá del espectáculo que se crea, en la regata se encuentra un concepto más profundo, los jóvenes participantes aprenden a apreciar las cualidades de las emociones y de los retos que proporciona una experiencia única en la vida. Y eso Curro no se lo podía perder. Se enteró también de que cada tripulación ha de estar formado al menos por un cincuenta por ciento de jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 25 años; de hecho, desde la primera carrera, de Torbay a Lisboa, en 1956, han participado unos cien mil jóvenes. Casi nada. Curo se juró que si no era este año, sería la próxima edición, pero él tenía que ser uno de los que escribiría su nombre en el libro de la historia de la Cutty Sark.

Curro quería ser uno de la partida. Era consciente de su apodo: Chaquetacorta, muy parecido al significado de Cutty Sark en inglés, el nombre de una joven hechicera, bonita y muy veloz, que el poeta R. Burns creó en el siglo XVIII y que desde entonces pertenece a las leyendas y tradiciones míticas escocesas. Esta joven dio nombre a un velero de 963 toneladas construido en 1869 en los astilleros de Dumbarton para el capitán Jock Willis y con el que sus armadores hicieron leyenda por su extremada rapidez. Fue el más veloz de su época y en 1887 unió en 69 días Inglaterrra con Australia. Sirvió bajo bandera portuguesa y regresó después a la marina inglesa y se convirtió finalmente en buque escuela de la marina mercante. Ahora descansa en Greenwich, junto con el meridiano y el laboratorio mundial de la hora, como una atracción turística.

Curro estaba predestinado, no creía en esas cosas pero seguro que esa bella hechicera escocesa hallará la manera de que algún día su tocayo Chaquetacorta pueda hacer realizar su sueño. Mientras tanto, Curro sigue trabajando duro, en tierra y en la mar, para llegar a conseguirlo. El próximo verano empezará a tocar con sus dedos ese sueño.

Trabajo original