Ni siquiera los luceros se detienen ya a brillar,
tan sólo quedan golondrinas con ese gesto de humildad.
Ni las rosas sienten la necesidad de extender sus pétalos,
hasta las bombas se han derrumbado por no descansar.

El fuego no insiste en convertir todo en ceniza,
el verano no se preocupa de acalorar nuestra piel.
Las mañanas no tienen prisa por despertar,
la incandescente luz, debe haberse fundido ya.
Los niños no tienen ansias por divertirse y jugar,
las decisiones importantes no pretenden acertar.
la suerte no se conoce usando caras y cruces,
la fuerza no se consigue con horas y sudor,
la felicidad se vende en pequeñas dosis.
En las mentiras ya no se cruzan los dedos,
y en las pérdidas no se conoce el sufrimiento.
La inmensidad del océano no se considera grande,
las campanas no nos envían ningún mensaje,
y de las promesas nunca se acuerda nadie.
Las montañas no hechizan con sus alturas,
cada historia es precedida por dos caras.
Nadie sueña con tener un mundo perfecto,
volar no suena como un deseado reto.
Una carta, hoy día, no emotiva a nadie,
un baile no significa lo mismo que ayer.
La noche no invoca ese profundo temor,
un deseo imposible de conseguir.
El corazón ya no late al son del mismo compás,
un sentimiento no es recordado como algo único,
El juego del destino es imposible de adivinar.
La mente no da pie a la imaginación,
ni siquiera existe el concepto de paraíso.
Unos ojos enrojecidos son símbolo de fragilidad,
el dinero en estos tiempos no tiene nada que comprar.
Cuando todo lo que está a su alrededor desaparece,
se distancia, se pierde, se deteriora o se muere,
ya nada te levanta el ánimo.
Cuando las ganas por luchar, la desesperación por vivir,
el eco que siempre volvemos a escuchar, se pierde,
ya nada te sigue gritando que eres libre.
Ni siquiera los luceros se detienen ya a brillar.

 
Trabajo original