Esa noche no pude dormir. Buscaba alguna razón lógica, algo que explicara porqué Celina me lo había ocultado a mí que, aparte de su hermano, soy su mayor confidente y amigo.
Celina no tenía demasiados amigos, ya que no había muchas personas que comprendiesen su manera de ser.
Por la mañana me levanté cansado, pero decidido a averiguarlo todo. Creí que el momento más conveniente sería de camino al instituto.
Ese día no me senté con Quini, como solía hacer, y me puse junto a Celina. No le extrañó mi conducta pues esa era una de las cualidades de mi hermana, saber lo que va a suceder antes de que suceda.
Sin que yo le preguntara nada, me contestó a lo que estaba pensando.
– Es una larga historia y te lo voy a contar todo. Te pido por favor que no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a papá y a mamá.
– Esta bien – contesté, sin pensar demasiado en las consecuencias que después pudiera tener el guardar ese secreto.
Celina comenzó así una historia que desvelaba un gran secreto:
– Todo empezó el pasado verano. Yo solía ir algunas tardes a pasear por la playa, cuando el mar estaba en calma.
Me encantaba meter los pies en el agua y correr por la arena. Había días en los que simplemente me quedaba observando el mar o cómo se ocultaba el sol tras el horizonte.
Poco a poco me fui introduciendo más en el agua y ya no sólo en los días en los que el mar se encontraba en calma. A partir de esto empezaron a suceder cosas muy extrañas.