Sigo sin entender nada,
pero me niego a preguntar
por si no escucho la respuesta adecuada.
Hablamos, sonríes, y tus ojos
miran mi alma, mientras,
tus manos, aprovechan para jugar con ella,
descubren todos mis secretos.
Y los publican abiertamente en tu boca,
quien no se atreve a besar mi alma.
Por miedo, por inexperiencia,
para nunca, así, demostrarme nada.
Tus suaves mejillas, comienzan a arrugarse,
padecen envidia de mi corazón,
por lo que, sin dudar, toman algo de su color.
Yo no me ofendo, es más, me siento mejor,
pues antes era él quien podía permitirse
jugar con mi alma,
pero ahora, en esta partida, nos encontramos los dos.
Nos distanciamos lentamente,
pero nuestros ojos nos prohiben dejar de verse;
comenzamos a hacerles caso,
nos acercamos, y pedimos un consejo
al dictador llamado pecado.
Ahora es mi boca quien siente ganas
de pronunciar algo,
pero él, no permite que se estropee este momento
y con fuerza y pasión, sella mis labios.
Nuestros brazos quieren expresar de una vez nuestro amor,
y no dudan en enredarse por nuestros cuerpos.
Mandamos al dios del tiempo
que detenga todos los relojes;
por piedad nos hace caso
y nuestro abrazo es observado
por mil ojos que no pretenden marcharse,
que son desbordados por un río seco de amor,
que piden que el tiempo se detenga para ellos
o que, de lo contrario, avance.

Trabajo original