«¡Oh! Rey Schahriar, poderoso señor del mundo, vuestra esclava os contará en esta noche un cuento, en el que narra como un rey eligió entre sus tres hijos como su sucesor y de cómo la sabiduría renace en las situaciones desesperadas. Espero que os complazca tanto como los cuentos que durante cuatrocientos trece días os he contado a vos».
-«Scherezade, tus cuentos han sido de buen provecho para mí y espero que este también lo sea, cuéntame entonces.»
-«Amado señor, el cuento trata de un antiguo rey poderoso. Este era amo y señor de un reino resplandeciente con unos muros blancos como la nieve, los edificios eran como templos dedicados al Dios más hermoso; pero no destacaba más que el paisaje, uniéndose a este tal como un árbol al bosque. El palacio sobresalía no sólo en su altura, que semejaba a la de un gigante y su fortaleza a la de un Titán. Su belleza sólo era comparable con nuestro Dios ¡Ensalzado sea!.
Este poderoso rey tenía tres hijos, semejantes a la Luna llena, pues era un rey muy bello (aún para su edad). Sus tres hijos eran, aunque del mismo padre, de madres distintas y todas ellas aún más bellas que un plenilunio sin nubes y ensalzadas por las estrellas. El primer hijo se llamaba Sharam, tenía veinticinco años y era tan diestro con la espada, que ni el mejor guerrero del reino le podía hacer sombra, además de ser diestro con otras armas. Siempre llevaba puesta una armadura de acero con ribetes dorados y tan dura era como el diamante. El segundo hijo se llamaba Alid, de veinticuatro años, era el más fuerte no sólo de sus hermanos, sino de todo el reino. Nadie en todo el reino sabía utilizar sus puños y sus piernas como él en la lucha y cuando golpeaba era como si las olas golpearan las rocas. Llevaba una armadura de cuero endurecido, pues necesitaba de su agilidad y no le gustaban más armas que sus puños, pues no se fiaba de ninguna. Su tercer hijo se llamaba Ashoj y él era fuerte en sabiduría y su inteligencia era admirada por todo el reino. Aunque tenía veintitrés años, su edad mental era como la de un sabio erudito, además de ser un gran estratega.
Los tres príncipes estaban siempre peleándose pues su padre, iba a designar prontamente su sucesor. El rey, en su máxima y pura sabiduría, decidió que la mejor manera de terminar con esas peleas era sabiendo quien era el más apto de los tres, por lo que les encomendó una misión a cada uno, en la que deberían realizar un viaje a un lugar desconocido y traer de allí un objeto especial, y una vez finalizada la misión quedar en una pequeña choza a tres kilómetros del reino.
Sharam tenía que ir a Occidente, Alid al Norte, y Ashoj a Oriente.
Sharam, que viajaba por el desconocido Occidente, se encontró con una extraña estructura. Cuando se acercó más, observó un gigantesco laberinto. Aunque no tuviera la inteligencia de su hermano pequeño, sí que entendía que si entraba en el laberinto se perdería, por lo que sacó un ovillo de cuerda, que casualmente tenía, y ató un extremo a una palmera y entró. No con poco esfuerzo llegó a una habitación que tenía un cofre en el centro. El cofre parecía muy robusto, pero con un certero mandoble, abrió el cofre, pero en consecuencia rompió la espada por el fuertísimo golpe. Al mirar su interior, se quedó maravillado al ver una espada, en cuyo filo se podía observar unas runas grabadas. Parecía una espada simple con un mango de roble, pero el brillo de su filo, alentaba a un guerrero en la guerra, un brillo que hechizó a Sharam, que al cogerla, sintió un hormigueo en el brazo. Al instante comprendió que era una espada mágica. Así salió y fue al punto de encuentro.
Alid que viajaba por el Norte, llegó a una especie de castillo que por lo que podía observar, llevaba ya mucho tiempo destruido. Alid entró y vio un gran salón con un trono en el centro. Pero lo más interesante, era que en el trono había un esqueleto totalmente descarnado, supuestamente muerto hace muchos siglos. En sus huesudas manos tenía un artefacto extraño alargado con unas lentes de cristal en cada extremo. Al quitarle el objeto, por arte de magia, se levantó el esqueleto y atacó a Alid. Este con gran fuerza y destreza, le dio un fortísimo golpe, desmontando al esqueleto. Al observar el objeto, Alid se sorprendió de verlo todo más cerca, como si él estuviera en ese lugar. Así salió y fue al punto de encuentro.
Ashoj, que viajaba por el Este, encontró una gran ciudad en ruinas situada entre dos grandes ríos. Al entrar en la ciudad, se encontró con un palacio derruido. Al introducirse en el palacio, vio una gran sala en la que destacaba un paquete, que al abrirlo era una alfombra. Maravillado se quedó al ver a la alfombra flotar en el aire. Además, el paquete tenía un antiguo libro que contenía una especie de inventario en una extraña lengua, que gracias a la sabiduría e inteligencia de Ashoj fue descifrado. Se trataba de todas las órdenes necesarias para manejar lo que parecía una alfombra mágica. Así salió y fue al punto de encuentro.
Al llegar los tres hermanos al punto de encuentro y en el día señalado, se encontraron con que su padre no estaba y se extrañaron. Para ver lo que en el reino ocurría, Alid observó con su objeto que su reino estaba siendo atacado. Sin momento casi para reaccionar, los tres hermanos montaron en la alfombra mágica de Alid y se dirigieron hacia allí. Cuando llegaron, la gigantesca puerta de roble que guardaba la puerta principal del reino les impedía el paso. Entonces Sharam, con su espada mágica destruyó la enorme puerta.
Entre los tres y junto con lo poco que quedaba de su desorganizado ejército, contraatacaron al enemigo, haciéndoles retroceder y venciéndolos finalmente. Encontraron a su padre encerrado en una celda y lo rescataron.
Así pues, su padre en eterno agradecimiento les dijo:
-«Los tres reinareis. Tú, Sharam gobernarás con tu diestra y con tus armas, en defensa de tu país. Tú, Alid gobernarás con tu fortaleza y tu espíritu a los pies de tu gran Dios (¡ensalzado sea!), Velando por la fortaleza de nuestra amada religión y de que no sea manchada por los infieles. Y tú, Ashoj gobernarás con tu infinita sabiduría y serás el rey de la enseñanza y del intelecto del pueblo».
Al final el pueblo fue gobernado por tres reyes, cada uno con lo mejor que sabía hacer, y el reino creció fuerte y sano, convertiéndose en un reino floreciente, dándonos a demostrar que sólo luchando unidos se consiguen los objetivos deseados.