El instituto José Hierro encierra entre sus barrotes a cuatrocientos alumnos cada día. Es la Jungla del Hierro.
¡Horrible!- Comenta uno de los alumnos que, por desgracia, tiene que asistir al instituto a diario.
¡Pobrecito!… Pero, no sólo es él, el que tiene venir aquí, sino que somos cuatrocientos, atrapados, todos, aquí en la jungla del «Hierro».
Terribles y diversas son las desgracias que tenemos que sufrir a diario: las notas, los exámenes, los deberes, las largas y horrendas clases…
Toda esta presión a la que nos vemos sometidos, en ocasiones, se ve transformada en una explosión creativa que reflejamos en nuestro entorno: paredes, techo…
Pero no todo es tan sumamente terrible, sino que también hay momentos (aunque breves) de descanso, y cuando esto ocurre, solemos ir a la cafetería a respirar paz y tranquilidad.
Muy de vez en cuando, algún alumno se nos escapa a la biblioteca, obligado por algún miserable trabajo, pero que conste que no es muy a menudo.
Gracias a una fuerza superior tenemos de vez en cuando un pequeño recreo, y al sonido de la señal que nos lo indica, salimos corriendo como fieras indomables para aprovechar lo máximo posible el pequeño oasis que se nos presenta.
Mientras nosotros sufrimos aquí, nuestros carceleros nos observan continuamente, y con sólo echarnos un vistazo se inspiran para hacernos sufrir una nueva tortura… ¡Esto es peor que la Santa Inquisición!
Sin embargo, hay algunas aulas donde no todo es tan sumamente horrible, por ejemplo tenemos el aula de música que inspira creatividad a distancia.
A pesar de lo difícil que nos lo ponen algún día podremos escapar de este terrible lugar donde nos tienen encerrados, y gozaremos al fin de nuestra merecida libertad.