Una alumna del instituto de San Vicente de la Barquera relata la despedida entre lágrimas de Elena.

Los padres de Elena habían decidido separarse desde hacía un tiempo. Su madre se la llevaría muy lejos de su pequeño pueblo y tal vez no volvería a ver a su padre, su paisaje favorito, ni a todo lo que ella conocía, que aunque en un momento de su vida fuera totalmente extraño para ella, ahora eran sus recuerdos.

Pero eso no le dolía tanto como despedirse de su mejor y más verdadero amigo. Ese amigo lo era todo para Elena, era el eje que movía su vida, la importancia de su existencia, quien en los momentos tristes la animaba y en los alegres se divertía con ella, era alguien que la había comprendido desde siempre. Aún recuerda la primera vez que se conocieron.

Aquel día había sido soleado y caluroso, y ella decidió ira a dar un paseo por aquellos nuevos parajes tan bellos. Siguiendo un diminuto sendero había llegado a un campo totalmente llano, que la impresionó bastante, pero lo que a continuación vio, la asustó e intimidó mucho más. Al principio de aquella novedosa visión se hallaba una gran explanada de un material dorado indescriptible, que al contacto con las plantas de sus pies irradiaba un fuerte calor. Pero lo que seguía a ese sedoso manto dorado y que lo humedecía continuamente, era lo más maravilloso que había visto en su corta vida. Tenía un intenso color azul y una espuma blanca bordeando unos largos brazos, que salían de él sin detenerse nunca.

Pero lo que más maravilló a Elena fue la inmensa infinitud de aquel celeste ser. Parecía inacabable, estaba segura de que no tenía fin.
Desde aquel grandioso día, ya fuera verano o invierno, Elena siempre visitaba a su mejor amigo, porque desde el día en que se conocieron entablaron una íntima amistad, que el ser humano no podría romper.
Ese ser infinito siempre estuvo junto a Elena, incluso cuando ésta le contó que nunca más se volverían a ver, él se esforzó todo lo posible en consolarla, diciéndole que no se preocupara, que haría todo lo posible por ir a visitarla, por muy lejos que se fuera.
Pero a Elena le dolía mucho separarse de su único y verdadero amigo.

Llegó el día en el que tenían que marcharse. La madre de Elena metió las maletas en el maletero y llamó a su hija para irse. Ella ya se había despedido de su padre el día anterior, quien en estos momentos había desaparecido y con pasos pesados se dirigía hacia el coche.

Pero antes de subirse se acordó que le quedaba alguien de quien despedirse y pidió a su madre que esperara un poco. Elena fue corriendo a una pequeña colina que había al lado de su casa y se subió a ella. Desde allí divisó por última vez la infinitud tan grande de su amigo, que un día le impresionó y ahora, en esos tristes momentos la tranquilizaba. Allí subida, con la cara ahogada en lágrimas, gritó un agudo hasta pronto y corrió hacia el coche para no sufrir más.

Cuanto más se alejaba de la casa y de su amigo, más sentía Elena que le robaban un pedazo de ella misma, que no volvería a recuperar. Y con una lágrima corriéndole por la mejilla, vio por la ventanilla del coche a su amigo, su inmenso amigo.

 

Trabajo original