Qué ocurre cuando se encuentra una carta sin señas pero que merece la pena que llegue a su destino…. Partiendo de esta idea, la bibliotecaria del IES Augusto González de Linares, ha escrito este interesante texto con motivo de la celebración, el pasado 23 de abril, del día del Libro. Esperamos que disfrutéis con su lectura.

Un día, cuando me disponía a cerrar la Biblioteca, encontré un folio doblado que sobresalía entre la pared y las estanterías de literatura juvenil. Iba a echarlo a la papelera junto con otros papeles y envoltorios de caramelos, cuando observé que su cara interior estaba escrita. Lo primero que pude leer fue: «Hola Javier, tú no me conoces…». Fue suficiente para darme cuenta de que se trataba de una carta que alguien había extraviado. De modo que la guardé en uno de los cajones de mi mesa, esperando que su dueño viniera a reclamarla.

Ayer, al ir a buscar la grapadora me topé con la carta, que ya llevaba un mes dormitando en mi cajón. No sabía qué hacer con ella. Leerla no me parecía honrado, tirarla menos aún, pues quizá contuviese información importante para alguien, y dejarla en el cajón ¿qué sentido tenía?
Tras darle muchas vueltas, decidí que lo mejor era leerla para comprobar si existía algún dato que me permitiera localizar bien a su dueño, bien a su destinatario.

Sigo sin saber a quién pertenece, sin embargo considero que Javier no sólo tiene derecho a leerla, sino que, además, va a disfrutar haciéndolo. Por ello, y como única vía para conseguir este objetivo, se me ha ocurrido enviarla a InterAulas para que lo publiquen. A continuación la reproduzco tal y como la hallé.

«Hola Javier:

Tú no me conoces… Claro, que cómo ibas a hacerlo, si rara vez levantas la cabeza del libro de turno. Mis amigos dicen que eres un «raro», que te pasas los días en la Biblioteca o en los bancos del patio con tus «libritos». Yo, la verdad, tampoco podía entenderlo. Hasta en clase de Informática aprovechas el mínimo despiste del profesor para arrancarle unas líneas más a la novela que estás leyendo, con lo divertido que es jugar con el ordenador, ¡sobre todo ahora con Internet!

El otro día te seguí hasta la Biblioteca, cogí la revista «PC Computer» y me senté en una mesa situada enfrente de la tuya. No sé cómo no te diste cuenta, pues me pasé toda la hora contemplándote. Sinceramente llegó a intrigarme bastante el libro que estabas «devanando». ¿Por qué? Sencillo. A través de tus ojos pude captar todos los sentimientos que la narración despertaba en ti. A veces, te brillaban de alegría, otras mostraban curiosidad. Cuando fruncías el entrecejo y arrugabas la nariz, me preguntaba qué sería lo que te molestaba. Incluso hubo un momento, en el que tus ojos se hicieron chiquitos y parecía que te ibas a echar a llorar. De repente, se me pasó una idea por la cabeza: «si podía percibir todas esas sensaciones con solo verte leer el libro, ¿qué pasaría si yo misma lo leyese?»
Sin pensarlo dos veces, me levanté, me acerqué a la estantería situada a tu costado y, mientras cogía un libro al azar, tomé nota del título del tuyo.

Como anécdota, te diré que el libro elegido fue «Manolito Gafotas». Al llegar a casa, me puse a leerlo sin mucho entusiasmo, la verdad, pues era la primera vez que leía algo que no fuese obligatorio para el Insti. El caso es que me pasé toda la tarde enfrascado en su lectura. Me reí tanto, que a veces se me caían hasta las lágrimas. Fíjate que en mi casa andaban todos mosqueados. YO, ¡leyendo y pasándomelo bomba! ¡¡Impensable!! Se preguntaban si estaría enferma. Mi padre llegó a decirme: «Hija, ya era hora de que dejases la tele y el ordenador. Además de aprender y disfrutar mucho, nosotros ahorraremos en electricidad… ¡Ja, ja!». Al final, todos picados por la curiosidad decidieron leer el libro. Incluso mi hermano, a quien, como él mismo dice, los libros le producen «sarpullido». Mi madre insiste todos los días en que me acerque a la Biblioteca a comprobar si ya han devuelto «Pobre Manolito», para que se lo saque en préstamo.

Bueno, no quiero desviarte del tema. El hecho es que me siento un poco ridícula. ¿Por qué? Muy fácil. Todos los días esperando que me hablaras y, cuando vas y lo haces, mi única respuesta es «¡Ah!». ¡Con la de frases que tenía preparadas para la ocasión! Sí, recuerda, yo estaba sentada en la escalera leyendo «tu libro», ya sabes «Han quemado el mar», de Javier Manila, cuando te acercaste y me dijiste: «Tú aún no existías ni siquiera en el centelleo de la mirada de tus padres…» Mi cara de póker te debió demostrar que no sabía de qué me hablabas y te apresuraste a añadir: «Es la primera frase del libro. Me parece genial». Mi respuesta, como ya sabes, fue: «Ah». Te despediste y te fuiste. ¡Horror! ¡Qué le vamos a hacer! Desde entonces son varias las obras que he leído.

Javier, pensaba que a los libros debía agradecerles el hecho de haberte conocido, pero me equivocaba. Es a ti. A quien debo agradecer el haber descubierto el fascinante mundo de la lectura. Ahora, cada vez que empiezo un libro comienza para mí una nueva aventura. No se trata únicamente de que me divirtiera leyendo, compartiendo historias de seres reales o imaginarios a los que no conozco, sino que además estoy aprendiendo un montón de nuevas cosas. A veces me escucho a mí misma decir palabras -de las de 100.000 pesetas, que diría mi amiga Ana- que desconocía saber. La verdad, no sé cómo he podido estar tanto tiempo sin acercarme a los libros. He descubierto el placer que supone acurrucarse en cualquier sitio con un libro entre las manos al tiempo que saboreo unas onzas de chocolate.

Te lo debo, Javier. Gracias.
R.G.S.»

Javier, espero que esta carta llegue a tus manos. Seguro que has leído la cita de Arturo Pérez Reverte, que tenemos pinchada en el corcho de la Biblioteca:
«Siempre he considerado el mejor regalo descubrir a otros un libro hermoso que no conocían»
A esta persona tú le has hecho un regalo mucho más precioso que el de escribirle un libro, se los has descubierto todos al despertar en ella el interés por la lectura.

Trabajo original