Relatos del mes de marzo, elaborados por el alumnado de los centros educativos de Cantabria y publicados en la revista.

LAS 24 HORAS DE UNA FAROLA
Por Vanesa Sota, alumna de 2º ESO.

Había una vez una farola que vivía en un parque de Sevilla. Era primavera. Un día la farola estaba muy triste y apagada porque llevaba varios días sin ver nada, pero vino un electricista para cambiar la bombilla, que estaba fundida y para quitar el polvo, ¡qué maravilla!
A las 7 de la mañana vio a D. Pedro el cartero, a Dª Paquita abriendo la carnicería y a D. Juan el panadero cargándola furgoneta. Pero cuando dieron las 9 de la mañana se apagaron todas las farolas. ¿Qué ha pasado?
La farola de al lado le explicó que se volverían a encender a las 7 de la tarde porque hay que ahorrar electricidad ya que por el día no se necesita.
Nuestra farola estaba muy contenta porque le habían quitado el polvo y ahora podía ver todo lo que pasaba a su alrededor. A las 9,30 de la mañana vio unos niños yendo al colegio con sus madres y a las 12,30 los vio salir a todos del colegio para ir a comer. Cuando todos estaban en sus casas, la farola se echó una siestecita pero a las seis la despertó el ruido de los niños que estaban jugando al balón y Juanito estaba subiéndose encima y dándole patadas. Sintió que estaba mojada porque estaba meando el perro de Dª Juana, ¡qué cochino!.
De repente a las 7 en punto su bombilla se encendió de nuevo. ¡Qué contenta estaba la farola! Se sentía muy orgullosa de poder alumbrar la acera y así ayudar a la gente que pasaba por allí.
La farola no se sentía un adorno y por eso estaba feliz.
Vio a los jóvenes que salían a tomar unas copas y a las parejas que iban cogidas de la mano.
Al atardecer la ciudad se fue quedando poco a poco silenciosa, tranquila y cada vez pasaban menos coches. A las 4 de la mañana la farola se adormiló, pero seguía dando buena luz, pues esa era su labor y quería hacerlo bien.

SOY EL LIBRO DE HISTORIA
Por Gustavo Quevedo Garrán , alumno de 2º ESO.

¡ Hola !, soy el libro de Historia. Un día, harto de tener tantas guerras, reyes y revoluciones encerrados en mis hojas, decidí salir a la realidad y viajar por el tiempo para conocer todo lo que había leído y visto dibujada y fotografiado.
En un descuido salté de la mochila de Ángel y viajé a la Prehistoria.
La gente de esta época era bastante bruta: peleaban por muchas cosas, pero casi siempre por comida. Decidí irme de allí, no fuera a ser que los hombres prehistóricos me cazaran pensando que yo era una moderna y apetitosa comida del futuro.
Mi próximo destino iba a ser la época de los dinosaurios.
Siempre me habían entusiasmado y no podía dejar de verlos en una ocasión así.
Una vez allí quedé impresionado. ¡Era increíble! unos animales tan inmensos como unos grandes almacenes. No me extrañó que no viviera con ellos ningún ser humano porque de ser así se lo hubiera comido de un pequeño bocado. El mundo en aquellos tiempos era muy aburrido: sólo había rocas y másrocas. Si me quedara un rato más… ¡Cuántos inventos haría!. Pero, cansado de épocas tan remotas me marché de allí y no pude conocer la respuesta a la gran pregunta:¿ Por qué desaparecieron los dinosaurios?.
Como decía, quería ver una época más moderna. Decidí viajar a la Edad Media, para observar el descubrimiento de América realizado por C. Colón. Guiándome por la página 207 me situé en el 3 de agosto de 1492 en la embarcación Santa María. Cualquier historiador hubiera dado su vida por estar en mi posición.
Empezaron el viaje muy nerviosos sin saber hasta donde iban a llegar. Me impresionó mucho que no hablaran de América si era aquél su destino.¡ Oh no! Después de leerme el tema 3 recordé que Colón no buscaba América sino dar la vuelta por la esfera terrestre y llegar a las Indias.
Todo transcurrió igual hasta el 12 de octubre en cuya madrugada mientras todos dormíamos se oyó: ¡Tieeeeerraaaaa!
No se puede contar con palabras la alegría de aquellos marineros que habían conseguido algo que nunca se imaginaron y que murieron sin saber: el descubrimiento de un nuevo continente. Nunca más me extrañó la expresión: «Ni que hubieras descubierto América» utilizada por los humanos.
Por un día ya estaba bien, se hacía tarde en 1995 y tenía que regresar a la mochila de Angel porque éste debía hacer los deberes. Otro día haría más viajes y conocería otras muchas épocas. Había sido una gran experiencia.

YO, LA CARTA
Por Laura González Fernández, alumna de 2º ESO.

Aquella noche de verano, larga y calurosa me enamoré del chico que me estaba escribiendo. Él era rubio, alto y con los ojos azules. El chico era imaginativo y se llamaba José Alberto, pero no sólo me enamoré físicamente sino también por su forma de escribirme, de tratarme y de cuidarme.
Me escribió encima cosas tan ¡bonitas y románticas!.
No eran de mí sino para la chica de la que estaba enamorado. La chica esa debía de ser muy bonita porque la describía con unas palabras tiernas.
Terminó de escribirme cosas bonitas sobre esa chica y me dobló cuatro veces y me metió en un sobre blanco que tenía una cara blanca que me pregunto yo, ¿de quién sería esa cara , qué pintaba allí ? y me cerró muy suavemente.
Yo iba con destino a Barcelona, él me cogió con sus finas y blancas manos y me llevó a un buzón amarillo y allí me echó, después vino un cartero de avanzada edad, gordo y con bigote que me trasladó a casa de la chica.
El cartero llamó al timbre y me metió por debajo de la puerta y una chica alta, castaña y con ojos azules me recogió, era la criada de aquella preciosa casa, que era tan enorme que parecía un castillo.
La criada me llevó hasta la habitación de la chica.
La chica me recogió y me abrió cuidadosamente y me leyó silenciosamente, después se quedó mirándome durante un rato con una lágrima en cada ojo y me metió en una caja con unas cartas y aquí fue donde acabó mi historia.


LA VIDA NO CAMBIÓ NADA
Por el alumnado de 2º ESO.

Una gran ciudad era la jaula, estaba apresado en su soledad, temía que sus torpes pasos le condujeran hacia la caída.
La búsqueda desesperada del muchacho no cesaba, esperaba que los suyos hubieran tenido más suerte que él, esperaba que ellos hubieran conseguido lo que él deseaba, dinero.
La operación podía esperar pero él no; hace tiempo veía la luz y la soñaba, muchos años a la espera no de tocarla, ahora sentía el bastón y así pensó que con él la rasgaba, la intuía, la sentía y siempre soñaba.
¡Estoy harto de este país! – decía mientras preparaba sus estúpidos cereales americanos, recordaba los estupendos desayunos de arroz, cogió el teléfono y pensó un número elevando los ojos como si pudiera ver, lo marcó lentamente, esperó unos segundos…
– Hola, buenos días…sí ahora voy.
Eran las seis y media de la mañana, el sol no había despertado, él aún sentía el frío, caminaba despacio, inseguro, escuchando el ruido de mil monstruos; como siempre llegó al periódico, empujó la puerta giratoria para salir de nuevo a la calle ante la risa de los infieles, volvió a intentarlo avergonzado, recogió sus periódicos y salió hacia la quinta avenida pensando en la palabra que todos los días gritaba en raro inglés:
– USA Today.
Salió el sol, sentía como sus rayos acariciaban su piel; frías manos, húmedas algunas y casi todas sucias iban dejando caer sobre la suya los cincuenta centavos de rigor, una de ellas le tocó, no era sucia, ni húmeda, ni fría, era como la suya, por fin le encontraron.
Se operó y vivió muchos años, salió otra vez a la calle y aquellos monstruos que escuchaba ahora los veía, y miraba el cielo y veía el sol.

LA ARDILLA Y LA MOFETA
Por Ruth Pardo del Álamo, alumna de 1º ESO.

Había una vez una ardilla y una mofeta que eran muy amigas.
Un día de verano, muy soleado, doña Ardilla y doña Mofeta:
– Pero doña Mofeta, ¿por qué lleva usted una bolsa tan grande?.
– Porque necesito llevar protectores solares para no quemarme.
– Pues a mí eso me parece una tontería – replicó doña Ardilla.
Se pusieron a tomar el sol y doña Mofeta se untó bien de protector solar.
Al día siguiente se encontraron doña Mofeta y doña Ardilla.
Doña Ardilla dijo:
– ¡Qué razón tenías amiga Mofeta! Ayer no pude dormir por las quemaduras.
– Si me hubieras hecho caso, nada de esto hubiera sucedido – replicó doña Mofeta.
Hombre precavido vale por dos.

Trabajos originales