Un homenaje muy especial de una alumna a su abuelo, a quien con casi noventa años le ha llegado la hora de «su irreversible partida».
Aún recuerdo, como si de ayer mismo se tratara, cuando su blanco bigote cosquilleaba mi cara al saludarle, como su empolvado sombrero yacía siempre inmóvil sobre la mesa camilla. Cómo sus agrietadas manos manejaban el pincel y la pluma con sabiduría. Pero, sobre todo, nunca olvidaré aquel legado que nos dejó, aquellos montones de papel escrito que permanecerán intactos aunque sus letras queden corrompidas por el pasar de los años.
Nunca podré olvidar aquel último y lluvioso día, aquella última mirada, aquel “hasta luego” que deseosa estoy ya de finalizar, y para eso tengo su vida plasmada en los versos que escribió.
Tengo ese espejo que representan sus palabras inmortales en amarillos manuscritos; un espejo que, yo creo, él mismo se encargó de hacer durante su vida, para que, cuando su irreversible partida llegara, los que nos quedábamos pudiéramos saber lo que le aconteció en esos casi noventa años.
Cuando descubrí su “Noche de Reyes”, su “Salamanca”, su “Nieta pequeña”…, me di cuenta de que nos dio todo aquello que sólo Arturo de La Lama Ruiz – Escajadillo supo dar. Por eso ahora sólo me queda decir:
“Hasta siempre, abuelo”.