Y al igual que los deportistas del anuncio de las natillas, que repiten porque les gustan mucho, los intrépidos montañeros del Pereda volvieron a salir de excursión junto con otros compañeros del IES Cantabria y de Muriedas. Esta vez el lugar escogido fue el Pico del Carlista.
El Pico del Carlista está situado en el valle de Carranza, y el número de alumnos del Pereda que el 19 de febrero se animaron a ir aumentó con respecto a la vez anterior, con lo que en esta ocasión se reunieron doce personas ( lo cual significa que la actividad resulta interesante y cuenta con un grupo de incondicionales que como quien dice se apuntan a un bombardeo).
Para comenzar el ascenso al mencionado pico se desplazaron hasta la localidad de Gibaja. Allí se situaron en la margen derecha del río Carranza y empezaron a subir hacia el monte siguiendo una serie de bifurcaciones. Llegando a un pequeño bosque de eucaliptos continuaron progresando en diagonal por la ladera, hacia el Este, y más tarde por un camino que sigue bajo una escarpada peña, atravesando varios roquedales y bosquecillos de encinas, madroños,etc.
El camino salía del bosque y continuaba por terreno despejado, dejando atrás y bastante abajo los pueblos de Riancho y Gibaja. Desde aquí el sendero estaba poco marcado, pero siguieron la misma dirección que llevaban, es decir, hacia el Este, hasta cruzarse con un pequeño encinar y un collado; escondido entre las encinas divisaron un polvorín de unas antiguas canteras que fueron explotadas en esa zona.
Una vez pasado el collado prosiguieron hacia la derecha, hacia el Este, hasta conectar con un sendero procedente de la zona de Ojébar, balizado con marcas de pintura rojas y blancas. Era el GR-12.3 o vuelta a Vizcaya, que venía a Ranero desde Trucíos. Remontaron el Portillo de Valseca y, siguiendo las marcas de pintura que rodean al pico, llegaron hasta las faldas del mismo.
Ya en aquel punto, lo lógico es que hubieran continuado hasta alcanzar la cima del pico, pero se encontraron con un pequeño problema que estuvo acompañándoles durante todo el camino: la niebla. En las partes más bajas no significó un peligro, pero ya en esas alturas daba un poco de respeto, pues nos les permitía ver poco más allá de sus narices. Aún así hubo quienes se aventuraron a subir, pues tenían la esperanza de poder contemplar las magníficas vistas que había desde la cima, pero a unos ocho minutos para llegar a la misma tuvieron que desistir porque no veían ni al que tenían al lado, y no era cuestión de correr riesgos innecesarios.
El nombre del pico viene dado, según cuenta la leyenda, a raíz de que un capitán carlista durante la guerra del mismo nombre, acosado por el enemigo y antes de rendirse, prefirió arrojarse a la torca situada junto al pico (que por cierto tiene 125 metros de profundidad y unas dimensiones tan espectaculares que en ella cabrían nada menos que tres campos de fútbol). Asimismo, el sobrenombre de Ramales de la Victoria viene dado por la batalla ganada por las tropas del general Espartero en 1839 (el País Vasco fue un importante bastión de los carlistas y paso de tropas hacia Castilla, escenario de diversas batallas durante las guerras carlistas).
Ya en tierra firme, los excursionistas buscaron un lugar lo menos mojado posible (esa mañana también amenazó con lluvia) para comer, tras lo cual se dirigieron a visitar la cueva de Pozalagua, famosa no tanto por sus estalactitas y estalagmitas como por unas curiosas formaciones denominadas excéntricas, que dibujan lo más parecido a un mar de corales que uno se imagine, pero en el techo (vamos, que las formaciones en cuestión se atreven a desafiar las leyes de la gravedad), cueva que fue descubierta «por accidente» a causa de una explosión para extraer roca caliza del entorno (recordemos que nos encontramos ante un paisaje kárstico).
Y con eso y un bizcocho, los montañeros llegaron a Santander a eso de las ocho, preparados para deslizarse por la Vega de Pas el próximo 1 de abril.