Estudiar fuera se convierte cada día en un reclamo menos atractivo para los jóvenes que comienzan sus estudios universitarios. Así lo recoge Eugenio en ‘Papás, me voy a la universidad’.

Desde que era pequeño siempre me ha gustado campar a mis anchas, alejarme de mis padres, sentir la libertad de enfrentarme sólo contra los problemas del mundo. No es que odie a mis padres, no; simplemente creo ser uno de esos adolescentes a los que nos llama la curiosidad por conocer nuevos lugares y nuevas gentes. Para mí la universidad supone por tanto la oportunidad deseada para desligarme de mis padres, para saber hasta qué punto soy capaz de defenderme como un adulto.

Desde siempre, la universidad ha ofrecido la posibilidad, al mismo tiempo, de aprender y la invitación al viaje. Sin embargo, por algún motivo, en España, el aire viajero de los estudiantes ha dado paso a un aire de sedentarismo.

Actualmente, y provocado sin duda por la creación de un número mayor de universidades que permiten al estudiante cursar sus estudios sin tener en la mayoría de los casos que salir de su ciudad, el único viaje que realizan los jóvenes y que esta relacionado con el ámbito escolar, se ha ido reduciendo al llamado «viaje de estudios», donde por cierto, poco se aprende, salvo en muchos casos los efectos de las primeras resacas.

Así, la mayoría prefiere estudiar sin alejarse de la comunidad casera y colocarse enseguida en algún puesto sin responsabilidad, sin los sobresaltos ni las amenazas del mundo exterior. Por tanto parece que sólo una parte mínima de los estudiantes se anima a alejarse de su ciudad.

Muchos de ellos argumentan que no es que se haya perdido la costumbre juvenil de marcharse (como dicen los expertos) sino más bien que el dinero para becas es escaso, y que no hay muchas familias que puedan afrontar los gastos que supone tener un hijo estudiando en una capital lejana.

Atrás quedan ya aquellas tristes despedidas cuando con 18 años el estudiante dejaba atrás todas sus rutinas familiares para embarcarse camino de la universidad donde su principal aprendizaje no estaba sólo en las aulas o en los libros, sino en la alegría de estar lejos, de enfrentarse a una ciudad en muchos casos desconocida y generalmente más grande y verse forzado a tratar con personas completamente ajenas.

Sin embargo, y a pesar de que aún no he llegado a la universidad animo a todos aquellos estudiantes que como yo desean emprender este viaje pues creo que las experiencias que se viven en ellos suponen un paso necesario en la etapa de maduración de la persona, y constituyen una pieza fundamental para saber si uno esta preparado para afrontar una nueva vida lejos del ambiente familiar.

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