‘Notas de Entremés’, escrito por Diego, ha obtenido Mención especial del I concurso de relatos del IES Augusto González Linares. La historia se localiza en el bar-restaurante la Floresta Alegre.

Entré en el bar desconocido pasadas las diez de la noche. Era un bar extraño, sí, muy extraño. Nada más entrar, a la derecha, había una especie de galería formada por fotografías de autores célebres que, supuestamente, habían desayunado, comido o cenado en alguna de las mesas del local. Observé unas cuantas de las fotografías: Rosa Montero, Eduardo Mendoza, Javier Marías …

Bienvenido a la Floresta Alegre, ¿puedo ayudarle en algo?

Un tipo vestido de etiqueta acababa de interrumpir la inspección que estaba realizando a la galería, sin salir de mi confusión inicial y sorprendido por la violenta irrupción, pedí que me repitiera el nombre del bar – restaurante – replicó él visiblemente ofendido.

Superada la tensión inicial, el camarero comenzó a explicarme que el restaurante se llamaba la Floresta Alegre debido a que todas las mesas que había en el comedor, cinco como pude comprobar posteriormente, estaban decoradas «alegremente», y ahí estaba el primero de los motivos, por unos vistosos adornos de papel, con formas que variaban únicamente entre las flores, los árboles o cualquier otra cosa que pudiese considerarse agreste, ahí estaba el segundo motivo del nombre.

Mientras él contaba y yo pensaba sobre lo contado, me fui dirigiendo hacia una mesa en la esquina del local, la única libre. La mesa tenía en el centro una rama de laurel, una perfecta rama de papel.

Después de ordenar al camarero, que por cierto se llamaba Juan Cabo, un tipo excéntrico y susceptible, que trajera un menú sencillo pero ligero, me dediqué a contemplar el aspecto que presentaba aquel lugar a mi alrededor, había varias personas sentadas en las mesas restantes, pero todas solas, no había ninguna pareja, ningún grupo de amigos, cosa que me extrañó, pero bueno, el caso es que estas personas, mantenían la comida apartada en cualquier lugar de la mesa e inclinadas sobre carpetas negras, todas iguales, escribían sin parar, como si estuviesen poseídas por el espíritu de cualquiera de los escritores que posaban inmortalizados en la galería. Cada mesa tenía un adorno de papel en forma de planta que, caprichosamente, parecía tener alguna similitud con la persona que se hallaba en ella.

Aquí tiene – dijo el camarero posando la comida sobre la mesa- ¿le apetecería escribir algo?, ¿le traigo una carpeta de cuartillas?, le aseguro que este es …
¿Una carpeta con cuartillas? ¿Es aquí se viene exclusivamente a escribir?
¡Oh sí! Nuestro restaurante siempre se ha caracterizado por ser un lugar en el que la gente que gusta de escribir acude cuando le faltan las ideas, vienen aquí, observan a otros clientes, y escriben, luego nosotros les guardamos las carpetas hasta el día siguiente, o hasta el siguiente día que vengan a visitarnos. ¿Hago mal en suponer que usted escribe?
No, supone mal, traiga una carpeta.
Si quiere le traigo solo unas cuartillas de forma que luego se lo pueda llevar a casa.
No traiga una carpeta, supongo que volveré más veces.
No se arrepentirá! Le aseguro que escriba lo que escriba, jamás será leído por nadie que no sea usted.

El camarero llamado Juan Cabo trajo la carpeta, la dejó en la mesa y despidiéndose desapareció tras el mostrador.
Miré la carpeta durante largo rato, era igual que la del resto de los comensales, finalmente la abrí, cogí el bolígrafo que había en su interior y comencé a hacer lo que se supone que se hace en este restaurante, observar.

Decidí anotar las similitudes anteriormente detectadas entre los clientes y los adornos de sus mesas, realizándolo de esta manera:

Mesa 1:
Rosa Blanca: Mujer de avanzada edad, escribe tranquilamente, supongo que espera que la muerte llegue rodeada de la pureza cegadora de la vejez. Mira la rosa, separa sus pétalos y escribe. Me resulta bella, igual que una rosa marchita.
Mesa 2:
Sauces llorones: Viejo, muy viejo, 70 u 80 años, mirada verde, acuosa, pesadez, cansancio. Esta imagen me recuerda a la muerte, el abatimiento ante su poder, la sumisión irremediable del final de la vida, que no para de llorar.
Mesa 3:
Laurel: Vacía. No hay ni dios ni río para Dafne. (En la mesa estoy yo, pero eso no cuenta)
Mesa 4:
Bonsái: Hombre maduro, lleva el pelo largo, enmarañado, mirada melancólica, más allá de los papeles, piensa, escribe, se para a pensar de nuevo, parece tener todo el tiempo del mundo, tal vez en esto se parezca al bonsái.
Mesa 5:
Camelia: El brillo de la camelia tras la lluvia. Blancuras entremezclándose en armonía con la luz del día, con la luz que un sol enamorado proyecta sobre ella. Me acabo de enamorar de una mujer desconocida. Lleva un vestido negro con abertura trasera, lo que me permite contemplar su piel, lechosa, un mar de leche que ilumina la estancia más que el sol, está situada frente a mí, el viejo de los cinco sauces ha descubierto mi perplejidad y sonriendo me guiña un ojo, después mira a camelia … un momento, Camelia ha cerrado su carpeta, se levanta, no veo su rostro, entrega la carpeta a Juan Cabo y desaparece por la galería de autores camino de la calle …

Me levanto corriendo, abandonando la comida y la carpeta con las cuartillas escritas sobre la mesa, corro hacia la calle, nada, no está, entro nuevamente en el restaurante todos los clientes me miran, me acerco a la mesa 5, tomo la camelia y observo que en sus pétalos, con letra apretada alguien ha dejado escritos unos versos:

«Pero si me paro un momento, si consigo / cerrar los ojos, los siento a mi lado / de nuevo, aquellos que he amado: viven conmigo»

Antero de Quental, poeta portugués, buen gusto, estos poemas llenan mi vida de amor desenfrenado hacia esa Camelia convertida en símbolo de espalda, blancura, vestido negro, mesa 5, Antero de Quental …

-«Tanta pasión y tanta melancolía / tenias en tus venas apresada / que una pasión a otra pasión sumada / ya en tu breve cuerpo no cabía.»

Me había hablado tranquilamente, como esperaba, era 5 sauces, el viejo triste y verde acuoso en los ojos acababa de descubrirme los sentimientos con otro nuevo poema que, volvía a llenar mi vida de simbologías, esta vez representadas en los 5 sauces, uno por cada sentido que poseo, cinco sentidos que lloran por separado, pero que no podrían hacerlo si faltara uno solo que aportara sus lágrimas.

Necesito conocerla – Le respondí –
¿A la muchacha, a Camelia?
¿Por qué la ha llamado camelia? – Volví a preguntar –
¿No ha notado su brillo tras la lluvia?

De esta manera, 5 sauces se hacía mi cómplice. ¡Él también lo había sentido!

Por favor, necesito conocerla, tiene que haber alguna manera, tiene que …
Sólo conozco una. -Me cortó –
¡Cual!, ¡Lo que sea!
Extrañamente el dueño guarda una agenda que él llama Diccionario Agreste donde apunta el nombre y las direcciones de todos los clientes que depositan sus cuartillas en el restaurante, está junto al mostrador, posado en una mesa reservada para los camareros. Si ella era real tiene que estar ahí.

Me despedí efusivamente de 5 sauces y cogiendo la Camelia y los 5 sauces dejé escrito en mis cuartillas: » Y en esto desaparecieron la Camelia, los cincos Sauces y el diccionario». Deposité sobre la mesa el importe del menú y desaparecí a toda prisa llevándome el botín.

Cuando Juan Cabo se percató de mi ausencia y acercándose hasta la mesa leyó aquella frase, pudo comprobar que los cinco sauces de la mesa 3, la Camelia de la mesa 5 y el diccionario agreste con las direcciones de los clientes habían desaparecido. Poco después, se dispuso a leer lo que dejé escrito.

Trabajo original