‘Un atisbo de locura’, escrito por Nuria, ha obtenido la Mención especial del I concurso de relatos del IES Augusto González Linares de Santander.

Me parecía increíble que mis manos ya tan débiles, sean capaces de coger una pluma, pues muchas son las décadas que llevan ya sin hacerlo. La gangrena corroe mi cuerpo como si fuese el ácido de un alquimista y la parálisis impide mis piernas.

No viviré ya mucho tiempo. Mejor, pues no hay mayor tortura que la muerte en vida. Mi robustez y mi salud juveniles han sido mi peor maldición, pues no me han permitido una muerte pronta y encerrada me encuentro ahora entre estas paredes que ya mi ataúd considero. Paredes que han oído gritos de furia y suspiros de despecho y amor.

Quiero dejar constancia de que no es cierto lo que mis detractores dicen sobre mi persona, que la locura ha tomado morada en mi espíritu. No, no es así. Soy capaz de pensar, decidir, recordar … Sí…, ¡Un recuerdo…!

Tengo presente las imágenes de mi matrimonio con Felipe de Borgoña, hombre al que no conocía, al que fui entregada por intereses políticos y del que me enamoré de forma lujuriosa y poseí fuera de toda castidad y decoro.

¡Ay, y mi vida en Bruselas! Banquetes y fiestas que ocupaban gran parte de mis días. Y mis hijos … mis pequeños príncipes.

¡Estaba destinada a vivir una vida feliz si no hubiese sido víctima de los juegos de ambición y poder de aquellos que me rodeaban! Y los celos; estos eran producidos por las repetidas infidelidades de Felipe.

En aquellos días de relativa tranquilidad encontré un pasatiempo que acabó siendo la obsesión que habría de ocupar todo mi tiempo de ocio.

Una tarde de verano, con unas hojas de papel bajo el brazo, pluma y tintero, me dirigí a una pequeña plantación de cinco sauces que se alimentaban en la tierra del palacio. Sauces llorones … ¿Cómo podía yo saber que cada hoja de ellos representaba cada una de las lágrimas que yo derramaría en el futuro?

Allí comencé a anotar palabras y frases en latín y su significado en castellano. Aquel fue el primer día, pero volví otro, y otro más hasta que el verano dio paso al otoño y éste al invierno y el frío hizo de mí una reclusa en palacio.

Con los primeros rayos de sol de la primavera, volví bajo mis sauces y con mis propias manos planté bajo uno de ellos una camelia, mi planta preferida, para poder respirar su dulce aroma mientras el montón de hojas seguía aumentando.

Y en esto desaparecieron la camelia, los cinco sauces y el diccionario. Los colores, la luz, el amor que apenas tuve tiempo de gozar, todo desapareció.

No voy a contar como fui encerrada en este Castillo de Tordesillas a mis veintinueve años, pues eso el tiempo y la historia tal vez se encarguen de relatarlo; ni yo misma sé muy bien como llegué a esta situación. Sólo sé que tras la muerte de mis hermanos Juan e Isabel y de sus pequeños hijos, mi esposo y yo quedamos herederos de la corona de España, que sin yo saberlo iba a ser mi condena a una muerte lenta.

Ahora tengo setenta y seis años y ya nada espero. Pienso en mi diccionario; aquello en cuya labor puse mis conocimientos ya debe ser polvo, como polvo seré yo muy pronto. Esto me es grato, sé que tengo el mismo destino que tuvo mi obra.

No puedo seguir escribiendo mucho más pues mis ojos han quedado anegados de lágrimas y me impiden la visión.

Firmaré como no pude firmar mi ya perdido diccionario, firmaré como la hija de Fernando e Isabel, llamados los Católicos; nieta de Isabel de Portugal; y tal como me llaman los carceleros sin ningún respeto por mi persona … Juana, La Loca.

Trabajo original