Dos alumnas nos ofrecen un completo trabajo sobre la mitología cántabra, como el Ojáncano, el Trasgo, el Trenti, las mozas de agua, las brujas de hábito blanco, el hombre pez, las sirenas o los ventolines. Además, las estudiantes incluyen dos relatos fantásticos contados por una vecina de San Vicente de la Barquera. Los amantes de estos temas encontrarán aquí las principales características de estos «fabulosos seres» a los que tantas líneas dedicó el escritor cántabro Manuel Llano.

Introducción a la Mitología Cántabra

Mito es un ritual que pone al hombre en contacto con una realidad que está más allá de sus posibilidades normales y que le ayuda a comprender su misteriosa existencia, aquietando sus temores.

Cantabria no permite una mitología autóctona. Cuando descubrimos su historia, los mitos celtas y romanos se hallan ya emparentados y las conexiones con la mitología del Norte peninsular son claramente evidentes.
La cultura cántabra muestra restos de mitos, inconexos con más importancia como ritual, conjuro o comportamiento, que como narración significativa.

Todos estos relatos se transmiten oralmente durante siglos, fueron escogiéndose a partir del siglo pasado y hoy, aunque todavía siguen recopilándose testimonios de ancianos montañeses, es difícil creer que se descubran cosas desconocidas.

Entre los mitos quedan vestigios de la existencia de grandes divinidades protectoras; así el culto al sol parece que lo atestiguan varias estelas encontradas y, en relación a él, el culto al fuego, del que las hogueras de San Juan pueden ser una reminiscencia. También el culto a un dios-padre parecido a Júpiter; el culto a diosas-madres como la Luna, y el culto a un dios del mar asimilado a Neptuno.

Se divinizaron los montes y las aguas de los ríos; también los árboles y el bosque y algunos animales. Creían en augurios y ya rendían culto a los muertos. El ritual que acompaña a estas creencias no es demasiado conocido. El culto al fuego se debió celebrar con hogueras, danzas e himnos y, en especial en el solsticio de verano, los lugares sagrados fueron la misma naturaleza. Celebraban sacrificios.
De sus ceremonias fúnebres se sabe también poco: incineraban a sus muertos y tenían ritos especiales para los guerreros que morían en combate. Utilizaban conjuros para librarse de enfermedades y era frecuente entre ellos el uso de amuletos.

Seres fabulosos de la Mitología cántabra

Al lado de las divinidades, hubo en Cantabria seres fabulosos con aspecto más o menos humano o bestial; las gentes les temían o adoraban y en torno a ellos trazaban leyendas y todo un complicado ceremonial de ritos. Todos estos seres mitológicos se interrelacionaban formando un gran conjunto, una gran familia
en la que hunde sus raíces la memoria histórica de Cantabria:

Ojáncano

Es un monstruo que tenía fuerzas descomunales y mucha agilidad. Las melenas de color panoja se juntaban con las barbas duras como las cerdas de los jabalíes y le llegaban hasta las rodillas.

Tenía dos filas de dientes y un sólo ojo en medio de la frente muy brillante, por eso le llamaban cíclope. Parece que cuando se enfadaba bramaba como un toro en celo, arrancando árboles y produciendo argayos que a veces hasta destruían los caseríos de los campesinos o las mojadas.

Ojáncana

Era otro monstruo deformado que elegía por víctimas a los niños, a los cuales se comía con preferencia a otros alimentos. Es una personaje mítico cruel.

Tenía dos ojos cubiertos de legañas y carecía de barba. Era muy peluda y de su cabeza caía una larga melena estropajosa. Es chata y de belfo caído y tenía dos colmillos afiladísimos en espiral. Pero lo más característico eran sus pechos, dos pechos enormes y rollizos que le cuelgan hasta el vientre, de modo que, cuando corre enfurecida, se los hecha por encima de los hombros para que no la estorben.

Trasgo

Este personaje era un pequeño duendecillo de forma humana que
invisiblemente se colaba en todos los hogares. Cojo de la pierna derecha, siempre estaba tramando diabluras para asustar a la gente, haciendo ruidos y revolviendo las cosas entre risotadas y quejidos. Era muy peludo, tenía vello hasta en las palmas de las manos. Cuentan que tenía rabo y unos cuernecillos.
Su cuerpo era renegrido y su vestido confeccionado con cortezas de aliso, resultaba rojizo.

Trenti

Era otro duendecillo imaginario muy bromista con las mozas encargadas del ganado. Era un pícaro enano que se escondía en sus guaridas de los montes hasta que las mozas estaban cercanas para tirarlas de las faldas.

Tenía la cara negra y los ojos muy verdes y presentaba todo el cuerpo recubierto de hojas (secas), musgo y raíces.

Las mozas de agua

Son otros personajes míticos que salían de las fuentes y de los ríos. Eran pequeñas y vestían con capas de hilos de plata y oro. Usaban muchos anillos y brazaletes.

Tenían las trenzas muy rubias y los pies descalzos. Por la mañana salían del agua con madejas de hilo de oro que posaban en la hierba para secarlas al sol.

Las brujas de hábito blanco

Las brujas del hábito blanco eran brujas negras vestidas de blanco. Se aparecen en todos los caminos. Tienen los ojos colorados y las pestañas del color de la ceniza.
Vuelan como los milanos y se ponen a bailar a la media noche. Los mozos que quieren que alguna moza se enamore de ellos sólo tienen que salir al balcón y decir cuarenta veces lo siguiente:

Bruja, brujona de la buena suerte
haz que esta moza me quiera muy fuerte.

Después, a los siete días justos, a la media noche, se quema una rama seca de laurel debajo de un nogal de los más delgados. Y la moza se hace mimosa y zalamera el que vaya a rondarla como Dios manda.

El hombre pez

El hombre pez era un ser nacido hombre y que, en contacto con el medio acuático, ha ido adquiriendo características de pez hasta no poder vivir sino en el mar.

Tenía cabeza de hombre y la parte del cuerpo que se veía era blanca. Vivía en las aguas de donde procedían los dioses del mar.

Los familiares

No se pueden ver. Nadie sabe cómo son ni de donde vinieron, ni donde viven. Ayudan a las personas buenas y trabajadoras, dándolas la buena suerte y muchas alegrías. También se fijan en quién da limosna a los pobres y en quién no da limosna.
A los que dan limosna los aumenta la cosecha y los guardan el
ganado de los lobos, en cambio a los que no la dan los castiga con enfermedades y desazones.

Pájaro de los ojos amarillos

El origen de este pájaro es tan extraño como sus formas y costumbres. En el último día de invierno se aparean un murciélago viejo y una lechuza de las que tienen un puntito morado encima del ojo derecho.
Desde entonces están juntos y al cabo de cinco años la lechuza pone un huevo y lo abandona.

Entonces de él sale un pájaro amarillo. Es un bicho ruin que tiene la mitad de murciélago y la mitad de lechuza, con los ojos amarillos y muy grandes,. En las salas tiene unas rayas azules y unos pequeños bultos.

Su corazón es de color negro y la sangre del mismo que el aceite que chupan las lechuzas en las lámparas de las iglesias.
En las patas tiene unas uñas muy largas. Todas las personas que le encuentran cuando suena la primera campanada de las oraciones, se mueren a las cuatro horas de encontrarle, si antes de llegar a casa no pasa alguna golondrina por encima de él.

Las sirenas

Los hombres dicen de ellas que son perversas, pues seducen y embelesan a los marineros con dulces cantos para que se estrellen contra algún escollo.

Las sirenas son seres adorables. Se enfadan cuando ven que algún marinero canta o silba, pues consideran que es burla mofa de sus delicados cantos, y en este caso se juntan muchas de ellas y nadan dando vueltas formando remolinos alrededor del barco, para asustar a la tripulación, pero esos es todo.
No son mujeres- pez, sino mitad pez, mitad mujer.

Los ventolines

Se decían que eran como angelitos pequeños, con las alas verdes y ojitos blancos. Viven en las nubes rojas de la puesta de sol, y bajan a ayudar a los pescadores viejos, que los llaman con esta oración:

Ventolines, ventolines,
ventolines de la mar
este viejo está cansado
y ya no puede remar.

Enanitos bigariagas

Son unos seres diminutos como un puño que viven en el campo, ya sea en agujero en el suelo parecidos a las tapaderas o en los huecos de árboles. Tienen los ojos azules y chispeantes, pelo bermejo y pantorrillas muy abultadas, y visten medias calzas de color rojo.

Entre ellos se caracterizan mediante un silbido característico, y además tienen un bígaro o caracola con la que entonan un canto muy especial.

Nuberos

Estos marinos se encargan, como su nombre indica, de dirigir las nubes por el cielo.

La osa de Ándara

La osa de Ándara era un Ojáncano enorme que vive en el lago de Ándara y recorre los picos de Europa cada día y se zambulle luego en las aguas del lago, que por eso son tan espumosas.

Tentirrujo

Es un duende de baja estatura que no levanta más de un palmo del suelo. Son capaces de adivinar el futuro, de ver lo oculto, de transformarse en lo que quieren, de hacerse invisibles, de desafiar las llamadas leyes de la naturaleza.

En cuanto a su componente humano lo que mejor les caracteriza son sus inagotables ganas de broma. Una segunda característica es la compasión.

Los caballitos del diablo

Los caballitos del diablo son siete: uno blanco, otro negro, otro rojo, otro azul, otro verde, otro naranja y el otro amarillo. Parecen libélulas gigantescas, pues tienen alas larguísimas y transparentes con las que vuelan velozmente por el cielo nocturno.

Sólo aparecían en la noche de San Juan. Si alguna persona los veía en la noche de San Juan, tenía que hacer siete cruces en el aire para librarse de morir aplastado por un golpe.

Las anjanas

Son hechiceras buenas. Buenas hechiceras que visten capas inmaculadas, con estrellas de oro y plata. Andan por los caminos del monte al huelgo frío de la madrugada y en la melancolía del crepúsculo vespertino.
Las anjanas peregrinas y bondadosas se apoyan en un báculo blanco de cuento dorado.

Las anjanas secan el llanto de los amantes en cuita, alivian las congojas de los caminantes perdidos en la niebla y las nieves. Enervan las hambres de los pobres, las pesadumbres de los tristes, las quejas de los que han menestar pan y justicia en las ásperas jornadas del mundo.

Cúlebre

Culebra (común símbolo del mal) a la que se le atribuye larga vida y que figura en relatos como guardadora de tesoros. También sela evoca con alas de dragón, como en la tradicción clásica. Es el último representante de variada fauna de
monstruos ingentes que pobló la zona en remontísimas edades.

Muchas de la cuevas que albergan las peñas, roquedales y acantilados de Cantabria están habitadas por una especie de monstruos, entre dragón y serpiente, que se llaman cúlebres.

Por lo general guardan tesoros de los que escondieron los moros. Es difícil verlos, pues salen poco y nadie se atreve a internarse en sus guaridas.

De entre los más conocidos por la tradición se cuenta el que mató Santiago cerca de San Vicente de la Barquera.
En un acantilado al oeste de esta ciudad, por el antiguo camino de Santillán a Boria, existe todavía la cueva en que vivió,
se trataba de un extraño reptil comparable a un dragón, con cabeza ancha, potentes mandíbulas armadas de colmillos como pedernales de trillo, cresta espinosa que se prolongaba por todo el espinazo hasta la cola, patas de aceradas garras y alas de murciélago.

Cuando respiraba exhalaba un aliento ardiente y mefítico, y con un coletazo derribaba a un caballo.

Los habitantes de la ciudad se habían comprometido a entregarle cada año a una doncella a cambio de que no les ocasionara mayores males, pues, cuando le daba por salir de sus guaridas, destrozaba sembrados, diezmaba rebaños y devoraba a todo el que se le ponía delante.

Se elegía a la mocita por sorteo entre las de su edad y se la ataba a un poste fuera de la cueva. El monstruo salía lanzando feroces bramidos y la devorada lentamente.

En una ocasión la víctima era una muchachita que ya había asistido dos veces a aquel martirio y las dos veces se había desmayado en los brazos de su madre.

Volvió a desmayarse la joven y hubieron de darle un agua de aulaga blanca, que le pone a uno alegre quitándole todo tipo de angustias y dolores. En tal estado la llevaron a la entrada de la cueva el día señalado.

Al oler carne fresca, el dragó se dirigió lentamente hacia la salida de la cueva. La muchacha cuando lo vio aparecer, a pesar de la sonrisa que se imponía en su rostro, el corazón se le aceleró, sintió unas náuseas atroces y empezó a devolver.
El dragón levantó la cabeza e hinchió sus descomunales. Ella sintió en sus mejillas el insoportable hedor de su aliento, y estuvo a punto de desmayarse. Pero, acordándose de un cuento gritó:

-¡Santiago, por Dios, ayúdame¡

En aquel instante sintió el cúlebre un escalofríio por todo el cuerpo y sus gruesas escamas chascaron y empezaron a desprendérsele dejando al descubierto una como gelatina viscosa.
Entonces, apareció blandiendo su reluciente espada, el apóstol que la joven había invocado y que, asestó un poderoso mandoble al monstruo desgajándose del cuerpo aquella colosal cabeza. Del cuerpo salieron tres chorros de sangre, que bañaron todas las peñas de los alrededores.

Todavía hoy puede el visitante contemplar junto a la Cueva del Cúlebre de San Vicente de la Barquera las huellas que en la roca dejando las herraduras del caballo de Santiago.

Los caballucos del diablo

En Cantabria las hogueras de S. San Juan perpetúan la antigua tradición purificadora y propiciadora.
Esa noche de misterios, de hechizos y de ritos sagrados, en la que las brujas hacen maleficios para que las flores de los castaños no den fruto y todos los espíritus malignos andan sueltos, aparecen los llamados caballitos del diablo, dignos émulos de los caballos del Apocalipsis, a los que espanta y ahuyenta el fuego sagrado de ramos de álamo de las hogueras.

Los caballitos del diablo son siete y parecen libélulas gigantescas. Van todos juntos y los cabalgan siete demonios.
Sus ojos relumbran como chispas, resoplan por las narices con la fuerza del huracán, arrojan inmensas llamaradas por la boca dejando en el aire una irrespirable estela de azufre, llevan en las patas unos fuertes espolones y, cuando huellan el suelo con los cascos, dejan unas marcas indelebles, como las que todavía pueden verse en muchos parajes de la montaña.

Cada uno de ellos es de uno de los colores del arco iris, y el
rojo, que va en el medio y es más corpulento que los demás, es el jefe. En realidad son las almas de siete hombres que hicieron mal en su vida, y que los demonios utilizan para visitar el mundo durante esa noche de fuego y hacer todo el mal que pueden.

El primero fue un molinero que siempre robaba a sus clientes parte del maíz o del trigo que llevaban a moler.
El segundo, un escribano que por dinero y favores firmaba certificados falsos.
El tercero, un usurero que sacaba la sangre a los labradores con todo tipo de trampas.
El cuarto, un hijo desalmado que pegaba a su madre y a su padre.
El quinto, un padre que vendió a su hija a un pretendiente viejo y rico.
El sexto, un cura que engañaba a sus feligreses
contándoles cosas que él mismo no creía.
Y el séptimo, un hombre riquísimo que nunca dio ni un céntimo a los pobres.

Como los caballitos del diablo no pueden acercarse a la hoguera de San Juan que arde en la plaza de cada pueblo, porque es un fuego sagrado, la gente acude sin miedo a cantar y bailar alrededor de la hoguera, evitando encontrarse con ellos, ya que se precipitan sobre todo ser humano que ven y lo destrozan con sus poderosos cascos.

Aunque, si la posible víctima consigue hacer siete cruces en el aire antes de que se acerquen, se desviarán relinchando sin hacerle daño.

Al día siguiente de la hoguera de San Juan los mozos y las mozas van al bosque a buscar en las fuentes la flor del agua y el trébol de cuatro hojas. Pues bien, los caballitos del diablo, que solo salen una vez al año, pasan la noche de San Juan corriendo por los bosques y comiéndose todas las flores de agua y todos los tréboles de cuatro hojas.

A la mañana siguiente, los caballitos del diablo desaparecen hasta el año siguiente.

Conclusión

La conclusión a la que hemos llegado es que estos seres y leyendas, que prueban la mentalidad de los cántabros con respecto a la mitología, respondieron a la necesidad de perder el miedo a lo desconocido en la naturaleza, de dominar las cosas creando un mundo de valores que hicieron posibles que el pueblo se insertara en una sociedad y cultura.

El mito no surge de la nada, sino que procede siempre de una realidad, a la que sobrepasa, por ejemplo, una ráfaga de viento que cierra repentinamente un ventanuco es la mano del trasgo que quiere asustarnos; el trébol de cuatro hojas que trae suerte es difícil de encontrar porque se lo comen los caballitos del diablo en la noche de San Juan.

Así mismo, los dos fenómenos más importantes de la existencia humana son los que nos conviene y los que no. En la mitología cántabra ambas entidades residen en dos personajes que son: el ojáncano y la anjana.

Finalmente, llegamos a la conclusión de que creer es el único fundamento de la mitología.

Entrevista a una barquereña

Esta señora en primer lugar nos ha descrito a las anjanas: «Las anjanas son brujas cántabras que vivían en las cuevas. Eran gente buena. Eran altas y muy delgadas con una tez cobriza; se decía que a los niños les daban de mamar por la espalda, tenían los pechos muy largos y los echaban al hombro. Las anjanas no se relacionaban con la demás gente.»

A continuación nos ha deleitado con dos fantásticas historias.:

«Se decía que había un señor que quedó viudo muy joven y tenía un lío con una descendiente de anjana. Una noche estando con ella en un invernal se le apareció un berraco. Y entonces ella le dijo: José, ¿tú tienes berraco?. Y el le contestó: No, María. Él cogió miedo y se marchó corriendo a casa y el berraco
le siguió. Entonces se decía que era el marido de la descendiente de la anjana para que no volviera donde ella.»

«En mi pueblo había un pastor de ovejas que las cuidaba en el monte. Todos los días salía una culebra cuando él pasaba Y el pastor le echaba leche de las ovejas en un bote. Cuando el pastor se hizo mayor, se fue a la mili. Al volver siguió cuidando a las ovejas. El primer día que pasó por la calleja silbó a la culebra y ésta salió detrás de un morio; se había hecho tan grande que de la alegría que le dió al ver al pastor le abrazó y le asfixió.»

Estos testimonios que nos relatan se han trasmitido oralmente durante siglos de generacion en generación.

Bibliografía

Pollux Hernúnez: «Monstruos, duendes y seres fantásticos de la mitología cántabra», 1994

Manuel Llano: «Obras completas II», 1968.

 

Trabajo original