Helena Casero Robles, alumna de 2º de ESO del colegio San José de Santander, ha recibido el primer premio del certamen ‘Jóvenes Investigadores’, que convoca la Concejalía de Educación del Ayuntamiento de Santander, por su trabajo ‘Mi vida según yo la recuerdo, por José María de Pereda’. El segundo premio ha sido para Jennifer Cruz, del IES El Alisal, por su trabajo ‘El panteón del inglés: una historia poca conocida de Santander’. Disfruta con la lectura.

‘Mi vida según yo la recuerdo, por José María Pereda’

Yo nací en 1833 en España, mientras tenía lugar la sucesión del trono de Isabel cuya designación iba a causar la mayor guerra civil de España.

El día 6 de febrero en un pequeño pueblo de Cantabria, Polanco, mis padres, el matrimonio Juan Francisco de Pereda y su esposa Josefa Sánchez Porrúa respectivos de Polanco y de Comillas, me tuvieron a mí, un precioso niño al que pusieron de nombre José María de Pereda Sánchez Porrúa. Mi familia se tuvo que mantener mediante el trabajo en el campo y la ganadería, pues éramos una familia de veintidós hijos, de los cuales sólo nueve hermanos llegamos a adultos. Cuando ya era más mayor mis padres y yo nos trasladamos a Santander donde yo, José María, conocí la ciudad y un panorama urbano y portuario diferente a mis primeras vivencias infantiles de Polanco.

Después de haber hecho los estudios de primaria en la escuela del pueblo, mi familia decide que estudie bachillerato en un instituto situado en la calle Santa Clara. A los 11 años ya estudiaba yo en esas aulas. Yo era un estudiante mediano con calificaciones de regular en el segundo y tercer año de Filosofía y suspenso en el cuarto.

Yo lo que quería era ingresar en la Academia de Artillería de Segovia. Entonces, cuando llegó el momento de elegir una carrera, opté por una que me permitiera entrar en ella.

En otoño de 1852 me traslado con este propósito a Madrid. Pero, como otro joven cualquiera, la vida de estudiante no me iba mucho y me incliné más por las tertulias en el café, por los bailes y la asistencia a teatros y fiesta.

Me encantaba leer y durante mi estancia en Madrid me pasaba más tiempo leyendo novelas que haciendo problemas de matemáticas. También estando allí presencié la revolución de 1854, en la que estuve a punto de perder la vida. Esa parte de mi vida la recuerdo como: una carrera científica que no terminé por falta de vocación para ello.
Éstos los relato en mi novela Pedro Sánchez. Tanto su vida (la de Pedro Sánchez) como la mía fueron en paralelo. A los dos nos gustaba el café, los teatros, las fiestas, hasta el momento de la revolución en la que ambos fuimos testigos de motines callejeros, barricadas, incendios de algunos palacios; Pero mientras él se subió al carro de la revolución y fue uno de sus principales líderes, yo tímido y conservador me volví a mi tierra desengañado de la vida cortesana.
Ya entonces escribí una obra de teatro La fortuna de un sombrero (1854). En esta comedia no tuve suerte y no me la editaron aunque el tema era muy interesante, trataba sobre el idilio, el matrimonio de conveniencia y el caso de la joven sacrificada por el matrimonio para salvar la economía familiar.

Mi llegada a Santander no fue nada afortunada, ya que fracasé en los estudios y mi madre murió en 1855. Estuve muy débil y con gran desánimo, a partir de mi desgracia familiar y al contraer la enfermedad del cólera. Tuve una neurastenia, que obligó a mi familia a enviarme a Andalucía donde permanecí una parte del año 1857.
Como fracasé en los estudios, se me presentó el dilema de escoger una forma de vida por mi cuenta, o entrar a formar parte en alguno de los negocios de mi familia o mis amigos. Pero lo que a mí me gustaba en realidad era escribir, para lo que yo creía tener buena disposición. Tuve la oportunidad, al aparecer en Santander el diario La abeja montañesa, en el que me estrené con el artículo La gramática del amor.

Mis primeros escritos los firmaba anónimos, con las iniciales de mi apellido o con el pseudónimo Paredes. Por lo general escribía artículos de crítica teatral sobre las comedias y zarzuelas que pasaban por el teatro de Santander, colaboraciones de carácter costumbristas o sobre la vida local. ¡Qué recuerdos!, aquellas tardes en el teatro sentado en una de sus butacas y contemplando todos los detalles de la obra.
Aunque el valor literario de esos era escaso, me sirvieron para reconocer los temas que luego emplearía en mis libros en los que era evidente mi gran afición por el teatro.

En 1862 escribí él prologo del libro Ecos de la montaña, del poeta Calixto Fernández Camporredondo, que firmé con mi pseudónimo. Eso indicaba que ya empezaba a gozar de prestigio en Santander.

Al año siguiente colaboré en el calendario ilustrado de La abeja montañesa, en el que publiqué artículos como Júpiter. Su vida y milagros y El raquero. Algunas de estas ilustraciones pasaron luego a mis libros.

Dentro de esta etapa periodística intenté hacer teatro, con obras cómico-líricas: Tanto tienes, tanto vales (1861); Palos en seco (1861), Marchar con el siglo (1863), Mundo, amor y vanidad (1863). Estas obras no me quedaron muy bien sólo se dieron a conocer (salvo alguna que llegó a estrenarse) con el título Ensayos dramáticos, en una edición restringida, en 1869 con destino a mis amigos.
En 1864 con la publicación de mi primer libro Escenas montañesas conseguí un gran prestigio. Que fue una recopilación de dieciocho textos costumbristas previamente aparecidos en la prensa periódica. Prueba de este es que sin dejar de escribir en la prensa santanderina empecé a publicar en el periódico madrileño El museo universal y en 1866 colaboré con otros autores en el libro Escenas de la vida.

En 1868 no sólo me dediqué a la literatura, sino que también a partir de La gloriosa (una revolución) contribuí a la organización y creación del círculo carlista de Santander y, tras la campaña electoral por algunos valles de la región, fui elegido diputado carlista por el distrito cántabro de Cabuérniga. Todo esto lo escribí en mi libro Don Gonzalo González de la Gonzaleda, que era una parodia de aquella revolución.
A partir de este momento, y en menos de cinco años yo, José María Pereda, me consolidé como escritor y mi nombre empieza a sonar entre los autores más famosos, hasta el punto de recibir elogios públicos como escritor costumbrista.

En mi segundo libro, Tipos y paisajes puse especial interés sobre todo en el relato que titulé Blasones y talegas.

En abril de 1869 cuando yo tenia veintiséis años (fue uno de los días más importantes de mi vida) contraje matrimonio con una mujer súper especial Diodora de la Revilla. Está mal que yo lo diga, pero era una dama de mucha bondad, de agradable presencia y de destacadas virtudes.

Dos años más tarde, unos amigos míos me animaron a que me presentara para el cargo de diputado. El año anterior se creó la junta provincial del partido del cual un amigo mío era el presidente, mi hermano el vicepresidente y yo el vocal.

Una serie de circunstancias me favorecieron a que yo saliera elegido: me ayudó la división del voto liberal, el apoyo del clero, de las familias católica-monárquicas y alguna cosa más que no viene a cuento.

Mi participación política en Madrid me sirvió para darme a conocer, para ampliar mis amistades y tener una experiencia en la mecánica electoral. Todo esto lo explico en una novela corta que escribí los hombres de pro que incluí en mi libro Bocetos al temple (1876). Como yo era un desconocido en el distrito tuve que visitar a mis amigos influyentes que pudieran apoyar mi candidatura. Con este motivo visite a un gran amigo Francisco de la Cuesta, que vivía en una casona de Tudanca, y a más gente conocida.

Al cesar mis actividades políticas en Madrid dejé de escribir y vuelto a mi casa y con más ganas de paz de mi hogar, que de política y de literatura, tuve que entregarme por entero a compartir con mi mujer los cuidados de los niños “que remedio me quedaba”. Cuatro o cinco años pasaron sin que yo publicara o escribiera cosa alguna.

El apoyo de mis amigos era lo único que me quedaba en esos momentos y con ellos conseguí que me viniera la inspiración para poder reanudar mi trabajo como escritor. Entonces me propuse escribir una novela. Se podría decir que en esos momentos empezó la segunda etapa de mi vida.

En esta etapa de mi vida yo era un hombre de mediana estatura, fornido y con aspecto en general que recordaba más a un miembro de la alta burguesía, que al de un antiguo hidalgo. El bigote la perilla y mis lentes en forma circular que se sujetaban sobre mi nariz perfilada resaltaban en mi rostro de aspecto serio. Era de tez morena y tenía un pelo crespo y abundante. No creáis que lo digo para presumir. Sólo os estoy explicando como era yo en esa segunda etapa de mi vida.

De joven me interesé por la caza y la equitación, pero estos hobbies míos no los explico en ninguno de mis libros por no tener interés hacia el lector.
No fui bebedor ni de alcohol ni de café, porque perjudicaba mi salud pero en cambio si que era un buen fumador, como uno de mis amigos, Pérez Galdós.

Yo, desde niño di muestra de trastorno nervioso que con la edad se fue agravando y cuyos síntomas explico en una de mis novelas: Nubes de estío.

Yo me describo como un hombre ordenado y que cuido mi aspecto y vestimenta, que me rodeo de las mejores comodidades y adopto enseguida cualquiera de las innovaciones que me parecen oportunas.

Por mi gracia y las agudezas que vertía en mi amena conversación (según lo que me dijeron) ocupaba en las tertulias el puesto principal. Fui un conversador ingenioso y en la polémica estaba mi gran virtud.
Cuando se trata de completar mi carácter dicen que fui un escritor que, tanto en el aspecto personal como en el literario, ofrecía una imagen singular hasta el punto de que Menéndez Pelayo más adelante diría de mí “lo que había de característico en su estructura mental era incomunicable, y él mismo no hubiera podido diferenciarlo”. Y mi compañero Pérez Galdós, que me conocía bien, destacó “su personalidad vigorosa» y lo singular de mis obras literarias me hacían ser diferente a los escritores de mi tiempo.

Para poder conocer mi carácter y pensamiento hay que mirar hacia mi pasado, mi grupo de amigos y sobre todo mi ambiente familiar. Mi familia al ser católica y muy tradicional influyó mucho en mi, sobre todo por parte de mi madre y mi hermano mayor Juan Agapito, que me protegió durante mi adolescencia.

Mi vida no tuvo ningún sobresalto fue muy monótona, aunque no tuve empleo fijo nunca me faltó el dinero. A partir de mi boda pude combinar mi afición por la literatura y mi dedicación a los negocios. La literatura no fue mi soporte económico cultural, pero fui uno de los autores mas leídos de la época.

Mi amigo Marcelino Menéndez Pelayo me dio muy buenos consejos y no sólo me animó a escribir sino que también me aconsejó que lo hiciera sobre temas locales, porque por entonces él era el que mejor representaba en sus pinturas aquel Santander de antaño. El conoció algunos de mis escritos como, por ejemplo, mi novela Pedro Sánchez.

La muerte de mi primer hijo Juan Manuel, en 1893, me llevó a un estado de depresión tal que la única idea que pasaba por mi mente era la del suicidio y pedí indulgencia a la diócesis para que después de mi muerte me concedieran el perdón. De algo me sirvieron mis creencias religiosas inculcadas por mi familia y el comienzo de la lectura del libro de Job que me salvaron del estado de abatimiento en el que caí. Todos esos problemas me llevaron a una vejez prematura. Gracias a la ayuda de mis amigos y familia pude concluir la novela Peñas Arriba. En esta novela expreso mi oposición contra el gobierno central y también combino el sentimiento cristiano, el paisaje de montaña y en la utopía tradicionalista basada en el patriarca y el señor de la casona

Después de todo esto se me hizo muy difícil escribir y únicamente publiqué una novela corta titulada Pachín González, que basé en un hecho que nos conmocionó a todos los santanderinos, y fue la explosión del vapor Cabo Machichaco, atracado en el Puerto de Santander. En noviembre de 1893. En aquella época el pueblo inventó esta canción:

Aquel maldito vapor
que explotó en el 93
y que llenó de pavor
al pueblo de Santander

Años después, en 1872 ya me habían nombrado Correspondiente de la Real Academia Española y en febrero de 1897 leí mi discurso como miembro de número. En el cual traté el tema de el regionalismo y con él, la novela regional a la que llamé castizamente Española. Mi regionalismo se basaba en el amor a mi tierra natal, a sus leyes, usos y costumbres, a su paisaje y folklore. regionalismo al que yo consideraba saludable, elevado y patriótico. Pero el honor de aquel acto, aunque merecidísimo, me llegaba demasiado tarde cuando ya mi carrera estaba concluida porque nuevos estilos literarios empujaban a mi género novelesco por caminos muy distintos a los que yo deseaba.

En efecto, el proceso de descrédito de mis obras comenzaba ya en aquellos momentos. Sin que yo tuviera que asistir al doloroso trance de verme abandonado por los lectores y maltratado por críticos y colegas en el final de mi vida. Como le pasaría años más tarde a mi amigo Galdós. También pude conocer el desengaño de que después de haber sido un autor mimado por el público, la prensa, los circuitos literarios, y que vi surgir al final de mi carrera nuevas corrientes literarias que convierten a mis obras en algo pasado de moda.

En 1903 hubo un feliz acontecimiento en mi vida, mi hija se casó con Enrique Rivero de Jerez de la Frontera un poco lejano de nuestra querida tierruca.

Mis últimos años trascurrieron entre Polanco y Santander, dedicándome a mi familia, actividades económicas y empresariales, y también a alguna pequeña ocupación literaria. Rodeado de la admiración y el cariño de mis paisanos (que no comprendían ni perdonaban el desdén de quien le habían olvidado).

En la primavera de 1904 me dio lo que ahora se denominaría un infarto cerebral, a partir de ahí no pude mover mi lado izquierdo que me impidió valerme por mi mismo, mi muerte llegó el día 1 de marzo de 1906. Mis restos fueron llevados a un panteón familiar situado en mi pueblo natal Polanco, este hecho quedó reflejado en la historia local como una impresionante manifestación de duelo sólo comparable al que años más tarde en 1912 acompañaría al cadáver de uno de mis mas insignes amigos Marcelino Menéndez Pelayo.

Me fue concedida la Gran Cruz de Alfonso XII y fui nombrado hijo adoptivo de esta ciudad, que me llenó de gratitud.

Pero aún recuerdo el contenido de algunas de mis obras por ejemplo El sabor de la tierruca que trataba sobre los barrios del pueblo, el paisaje que se divisa desde la torre de la iglesia, los trabajos y costumbres campesinas, las leyendas y supersticiones populares, las rivalidades entre aldeas vecinas, los tipos pintorescos, el habla local…; Recoge un panorama exacto de los lugares en que pasé mis primeros años y que más tarde este lugar se convirtió en una de mis dos residencias habituales.

La otra, la ciudad de Santander, el recuerdo de esa etapa de mi vida, probablemente de las más felices, están recogidas en uno de los textos breves en el libro Sotileza. A lo largo de esta novela, especialmente en los primeros capítulos, relato como un niño de familia burguesa como era yo, compartía juegos y aventuras con los raqueros o golfillos de la clase marinera y pescadora. Te lo puedes creer, está viniendo a mi mente un fragmento de aquella inmemorable obra. Era algo así como:

De pronto percibieron sus oídos un pavoroso rumor lejano,
como si trenes gigantescos de batalla rodaran sobre suelos
Abovedados; sintió en su cara la impresión de una ráfaga húmeda
y fría, y observó que el sol se oscurecía y que sobre la mar,
avanzaban, por el Noroeste,
Grandes manchas rizadas, de un verde casi negro.
Al mismo tiempo gritaba Reñales:
-¡abajo esas mayores! ¡El tallaviento!

Ves, esta es la consecuencia de que me estoy haciendo viejo no me acuerdo de más, que desastre soy. Menos mal que están escritas y recopiladas que sino no serviría de nada toda mi imaginación.
Me acuerdo que este trozo lo escribí mirando por la ventana de mi despacho y de cómo iban surgiendo en mi mente las palabras, mientras yo las recopilaba escribiéndolas en una hoja con mi pluma.

Sorprendentemente después de tanto éxito tuve también un enorme fracaso: La Montálvez (1888), una de mis novelas más flojas en las que aprendí que escribir sobre temas que resultan antipáticos y desconocidos no da buen resultado. Este desastre hizo que me replegara al territorio novelesco que me era más familiar y escribí una historia ambientada en la forma de vida campesina, pero estrené un aspecto hasta entonces inédito en mis obras como fue las duras condiciones de la lucha por la vida en las aldeas de la región. La Puchera (1889). Esta obra me devolvió el favor de la crítica y la tengo como uno de mis libros mas valiosos.

ALGUNAS DE MIS OBRAS MÁS IMPORTANTES

Escenas montañosas, 1864
Tipos y paisajes, 1871
Bocetos al temple, 1876
Tipos Trashumantes, 1877
El buey suelto, 1878
Don Gonzalo González de la Gonzaleda, 1879
De tal palo tan astilla, 1880
El sabor de la tierruca, 1883
Pedro Sánchez, 1883
Sotileza, 1885
La Montálvez, 1888
La puchera, 1889
Nubes de estío, 1891
Al primer vuelo, 1891
Peñas arriba, 1895
Pachín González, 1896

 

BIBLIOGRAFÍA

www.cervantesvirtual.com/bib_autor/pereda/autor.shtml
http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2131
El Diario Montañés (especial 1OO años de su nacimiento)
Enciclopedia de Cantabria
Calendario 2006 de Caja Cantabria (recordando a José María Pereda)

Trabajo original