Primero me presentaré. Mi nombre es Óscar y tengo 35 primaveras desde hace más de tres millones de años. Lo que voy a escribir es mi gran secreto. Destaparlo o no ha sido una dura decisión para mí, pero el cansancio anímico que me ha causado mi vida, me ha obligado a hacerlo.
Hace tres millones doscientos treinta y ocho mil seiscientos sesenta y dos años nací yo. En esa época éramos lo que vosotros habéis llamado Australopithecus afarensis. Éramos de las primeras especies y, por lo tanto, estábamos poco evolucionados. Nuestros brazos eran más largos que nuestras piernas (algo realmente incómodo), pero andábamos apoyándonos en las piernas. Los dedos de nuestros pies y manos estaban adaptados para trepar árboles.
Los primeros años viví en Etiopía. Era un australopithecus normal con una vida normal. Jugaba con mis amigos, buscaba comida como podía… Pasaba mucho tiempo en los árboles. Allí solo, me podía relajar sin que nadie me molestara.
Los primeros años de mi existencia fueron los años más difíciles. Lo peor era poder conseguir comida. No disponíamos de herramientas de caza y nuestros dientes no eran capaces de desgarrar la piel de algunos animales. Lo único que podíamos hacer era aguardar a que algún león o leopardo cazara una presa, esperar a que la comiera para ir nosotros y aprovechar los restos. Sin embargo, no era tarea fácil, ya que había otros animales, como los buitres, con la misma intención que nosotros. Por eso, debíamos defendernos con palos y piedras que encontrábamos. Pero no solamente de carne nos alimentábamos. También comíamos semillas o frutas.
Así pasaron los primeros años de mi existencia. Yo me iba haciendo mayor. Tenía 35 años, y todos los de mi generación iban muriendo. Menos yo. Pasaron cinco años, y yo tenía el mismo aspecto que un australopitecos de treinta y cinco. Pasaron otros cinco, diez, quince años más, y yo tenía el mismo aspecto que uno de treinta y cinco. Nadie duraba tanto ni tan bien como yo. Poco a poco lo fui asumiendo. Hice nuevos amigos, pero al poco tiempo morían. Y todo empezaba de nuevo.
Unos doscientos mil años después de mi nacimiento, empecé a notar cambios en mi cuerpo. Noté que mi cara, poco a poco, se iba colocando hacia atrás. Y mis dientes se hacían más pequeños. Ya era un australopitecos africanus. Harto de Etiopía, decidí marcharme y trasladarme a otro lugar: Sudáfrica.
Hace dos millones y medio me trasladé a Tanzania. Allí pasaría uno de los periodos más importantes de mi vida: evolucionaría a Homo habilis. Según dicen ahora, durante ese periodo mi cerebro creció mucho. Yo notaba que mi inteligencia y las de mis compañeros, se iban desarrollando. Un día que recuerdo con mucho cariño, fue en el que un amigo y yo inventamos el chopper. Estábamos jugando con una piedra de basalto, y golpeándola contra otra descubrimos que tenía un borde afilado y que cortaba. A partir de ese día, lo usamos para cortar la piel de los animales, para abrir un hueso… Sin saberlo, mi amigo y yo habíamos pasado a la historia por la invención del chopper.
Durante esa época, nuestra alimentación se basaba en la carne.
Un millón de años después me trasladé a España. Y mi cuerpo volvió a cambiar. A mí me divertía esto de los cambios. Imagínate vivir un millón de años seguidos. La rutina era insoportable y cada vez que mi cuerpo sufría alguna transformación, era una novedad que yo disfrutaba al máximo. Bueno, esta vez, el cambio más significativo fue el de la estatura. Mi altura era casi como la actual. Mi cerebro también creció. Ahora era un Homo erectus. Nuestros instrumentos de piedra se iban desarrollando. Por eso decidimos que ya era hora de cazar. Al principio fue muy difícil para todos nosotros, pero poco a poco lo fuimos dominando.
El fuego era un elemento muy importante para nosotros. Lo utilizábamos para combatir el frío y nos ayudaba a construir nuestras armas de caza.
La última evolución que yo he vivido ha sido la del Homo sapiens. Ocurrió hace ciento veinticinco mil años. Me volvió a crecer el cerebro y los dientes se hicieron más pequeños. Pero estos cambios físicos no repercutieron en nuestra forma de vivir.
En cambio, fue hace cuarenta mil años cuando se produjeron los acontecimientos más importante de toda mi vida. Poco a poco, durante todo este tiempo nuestra mano fue evolucionando hasta el punto de ser capaz de construir complejos instrumentos fabricados de piedra, huesos… Todo esto nos facilitó nuestro modo de vida. Otro de los grandes cambios fue la invención del lenguaje.
Así, poco a poco y sin darme cuenta, había pasado de ser un Australopithecus afarensis a llegar a la evolución máxima hasta ahora del hombre: el Homo sapiens. Y además, nos habíamos extendido por todos los rincones del mundo.
Tiempo después crearíamos la ganadería, la agricultura (con las que logramos un mejor nivel de vida), y el arte. Con el arte podíamos expresar todo lo que sentíamos. ¿Conocéis los famosos bisontes de las Cuevas de Altamira? Los hice yo.
Durante estos más de tres millones de años he visto y vivido infinidad de cosas: he conocido a miles de personas, he tenido muchísimas mujeres e hijos, he visto animales que vosotros nunca habéis podido ver… Pero ahora, estoy cansado de ser eterno y me agobia la idea de volver a vivir tres millones de años. Aunque siento curiosidad por cómo será el mundo del futuro y si el hombre evolucionará más aún (yo creo que sí), ya no quiero seguir viviendo. Por eso, cuando leáis esto, ya no estaré entre vosotros. Quizá no creáis nada de lo que os acabo de escribir. Sinceramente, me da igual.