‘Mi camino’ es una escalofriante recreación en primera persona de las vivencias de una mujer víctima de malos tratos. El comienzo, los deseos de emprender una nueva vida y un fatal desenlace conmoverán a todos los que leáis el relato.

Hoy he visto la luz. He nacido a una nueva vida, una existencia sin llantos ni temores, sin dolores ni golpizas. Porque hoy, hoy mi alma respira libertad. Esta mañana al despertar, la esperanza estaba junto a mí. Quiso visitarme en la habitación de este hospital, como el amanecer de un corazón que se apaga. Por tiempo, mis ojos han permanecido cegados por el recuerdo de un amor que ya no es. Pero ahora veo. La luz comenzó siendo tenue, para poco tomarse clara y brillante mostrándome el camino en el que andar. El camino de la esperanza, mi camino.

Creo en el amor, creo en el respeto, creo en compartir y también en la bondad. Suspiro por una caricia, anhelo una sonrisa, sueño con una rosa sobre mi almohada al despertar. Pero mi vida, no, no es eso. Tan sólo miedo conozco, temor a su llegada, a sus golpes, a su maltrato. Su tormento está en mi cabeza, día y noche, mañana y tarde, verano e invierno. Él me hiere, desgarrando lentamente mi alma, estrangulando mis sentimientos, acallando mi voz. Pues, ¿quién soy? Nadie para él. Pero yo siento, yo padezco, a mí, a mí me duele.

Hoy alzo la mirada atrás, donde los recuerdos apenas se distinguen y no puedo evitar sonreír y llorar. Era tan agradable, me cuidaba tanto. Recuerdo el primer paseo por la playa, cuando su mano con la mía entrelazó. Mi corazón rebosaba alegría, seguridad. Éramos tan felices. Me levantaba temprano, él solía acompañarme al trabajo, para después nuestro pan tratar de encontrar. Alguna chapuza de vez en cuando. Ya saldrá algo, me decía, tú mientras aguanta preciosa, que lo haces muy bien.

No me importaba sacrificarme con tal de poder permanecer a su lado. Hoy me pregunto si alguna vez buscó empleo, si algún día le preocupó. Sé que la juventud y la inexperiencia de mi amor me engañaron, no me permitieron ver a quien junto a mí dormía. Tan sólo las niñas me salvaban, ellas eran mi refugio. Los ojos de ellas sí lo vieron tal y como era, sus lágrimas me lo certificaron. Apenas sin percatarme me había devorado. Cuando miré a mi alrededor, el sueño ya no estaba, se había desvanecido, como la niebla matutina al avanzar el día. Ahora era otro.

Había comenzado dejándome sin opinión. Soy mujer, así que he de ser sumisa y no opinar, ¿qué importancia podía tener lo que dijese, si yo no entendía? Su voz prevalecía, era la del hombre, el cabeza de familia, él proveía sustento o al menos eso vociferaba y por tanto le debíamos nuestro respeto. Respeto significa agachar la cabeza, asentir con la mirada, no contradecir nunca y hablar más bien poco. Se lo debíamos. Él siempre debía saber dónde había estado, con quién, que había hecho. Lo inquiría, exigía respuestas, quería ahogar mi voluntad. Y yo no hice nada. Algunas noches llegaba a casa bebido, gritaba culpándome de todo, que no era nadie me recordaba una y otra vez, que sin él sería una desgraciada.

Me acusaba de ser mala madre, de poner a las niñas en su contra, sin darse cuenta de que a su llegada las niñas suplicaban, bajo el refugio de sus sábanas, escapar de las cenizas de ese hogar. Trataba de convencerme zarandeándome, tirando contra la pared lo que a su paso encontraba, como un torbellino de odio y venganza. Con sus golpes trataba de persuadirme, de someterme.

Llegué a ser una habitual del servicio de urgencia. Las enfermeras al principio preguntaban qué había ocurrido, al poco tiempo al verme de nuevo cruzar la puerta de entrada, tan sólo susurraban: «Otra vez, otra vez…«. Me instaban a tornar medidas, a denunciar, a abandonarle. Pero yo no podía, estaba tan envuelta, tan asustada que no podía. Tan sólo esperaba que cambiase. Al regresar a casa, solía pedirme perdón. Decía que me quería, que yo sabía que me quería, que nunca me haría daño, que no volvería a suceder. Le quería y le creía. Estaba cegada por el terror.

Pasaba el tiempo y mi cuerpo seguía alojando la dictadura de sus golpes. Las enfermeras me convencieron a presentar denuncia, aunque el castigo fue para mí. Los agentes lo visitaron y sermonearon, pero nada más, ni sacarle de casa, ni alejarle de las niñas, nada. Él decidió reflejar la denuncia en mi rostro y aún hoy conservo sus huellas. Mis sábados noche pasé a disfrutarlos entre la comisaría y el hospital, para acabar llorando sola, hundida, sin nadie a donde acudir, rogando por mis hijas.

Mi vida no le importa, mis sentimientos…, perdón soy mujer. Pienso en mi vida y no veo nada. Tan sólo horror y desamor, ese no era mi sueño, esa no iba a ser mi vida. No puedo describir el infierno de la soledad, el terror de sentir cómo se te para el corazón al oír sus pasos por el pasillo. Quiero que desaparezca. No quiero volver a sufrirle. Ya no me quedan más lágrimas por llorar, más angustia por sentir ¿Qué pensarán de mí mis hijas? ¿Me odiarán? Cómo no las he alejado de su padre. Pasarán su niñez asustadas, sin cariño paternal. No he sabido protegerlas, ellas no tienen culpa y están pagando la mía.

Puedes verme caminando por la calle y volviéndome, intentando comprobar que no me sigue, pero ¿qué más me da ya?, si yo no tengo vida. Mejor es la muerte que vivir sin corazón, sin el alma que te han robado. Necesito que alguien me sonría, que alguien me dé una salida, alguien que me dé la mano. Cuántas veces he oído: «Señora, no puede hacerse nada más«. ¿Esto es todo lo que se ofrece a quien no tiene ni donde poder llorar?, ¿Nada más?, Ni tan siquiera un hombro en el que poder apoyarse? Gracias por regalarme la soledad.

Pero esta vez todo va a cambiar. Mi corazón se ha resuelto. Ya no puede ser más. Mis niñas se lo merecen. Marcharé de este lugar a otro donde exista la esperanza y la oportunidad de una nueva vida. Dejo mi infierno en busca de mi cielo. Quiero sentirme viva, porque lo estoy. Quiero sentirme persona, porque lo soy. Quiero luchar, pues antes no lo hice. Pero no es tarde, aún hay amaneceres por descubrir.

Será difícil pero con mis hijas lo conseguiré. Podré sentir de nuevo, escucharé a mi corazón latir en paz y a mis niñas reír, ese sí es un tesoro. Mi nuevo rumbo está fijado. Nada ya podrá detenerme. He sufrido demasiado, pero eso es el pasado, porque hoy, hoy despierto a una nueva vida. Podré dormir, sintiendo cómo la calma me envuelve, respiraré despacio el aire de la libertad. Que agradable, qué felices vamos a ser. Nos lo merecemos. Recuperaré mis sueños y los haré realidad. Tan sólo he de recibir el alta médica y haré las maletas, huiré sin darle tiempo.

Está amaneciendo. En breve, las enfermeras pasarán a comprobar mi mejoría. Después se acercará el doctor. Unos minutos de charla y revisión y podré irme. Tengo ganas, siento cómo mi corazón no cabe en mí se me acelera. La puerta se abre. Es la misma enfermera de anoche, me palpa la frente, mira fijamente mis constantes, me toma el pulso. Se gira bruscamente y llama con urgencia al doctor. Me alegro, no quiero permanecer ni un minuto más del necesario, mi vida me aguarda.

Llega el doctor. El también me busca el pulso. Frunce el ceño, suspira. Mira el monitor de una de las múltiples máquinas a las que estoy conectada. Indica una línea continua y llama, sin sobresaltos. Vuelve a suspirar. Mira a la enfermera. Vuelve a observar el monitor que ahora emite un largo pitido. Suspira. No me he recuperado de las puñaladas. El doctor me está cubriendo con la sábana. La luz se ha apagado. Él ha ganado.

 

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Trabajo original