El viento no es el mejor aliado de sombreros, viseras o tocados. Esta historia lo demuestra y cuenta las aventuras de un sombrero que se desprende de la cabeza de su dueño por una ráfaga de aire.
Un señor muy serio iba todas las mañanas al trabajo con un sombrero. Éste estaba harto de ser un sombrero en la cabeza de un viejo aburrido y a la primera ráfaga de viento que sintió, se echó a volar.
Fue a parar a una avenida donde no hacía más que pasar gente. Le pisaron una y mil veces y como ese sitio no le gustó, a la primera ráfaga de viento que sintió se echó a volar. Cuando dejó de hacerlo había caído en la periferia, en una chabola de ladrones. Cuando uno de los inquilinos le vió decidió que lo iba a utilizar como instrumento para taparse la cara en sus atracos. El sombrero pasó ahí todo el verano, pues durante todo ese periodo de tiempo no hizo nada de viento, pero en cuanto llegó el otoño, a la primera ráfaga de viento que sintió se echó a volar.
Al poco tiempo cayó en un tranquilo y agradable jardín. Jugando allí había dos niños traviesos, que al verlo, lo cogieron y decidieron que serviría como un original y bonito tiesto. Ahora, el sombrero sí que estaba contento, iba a servir como casa a una planta y para alegrar a unos niños.
De repente, una ráfaga de viento sopló con fuerza. El sombrero se quedó inmóvil. El viento, su mejor aliado hasta ese momento, le estaba alejando a una gran velocidad del único sitio donde él sabía que iba a ser feliz.