¡Jo, con el fútbol! ¡Otra vez le habían hecho falta! Pero esta vez la caída no fue en balde, en el suelo algo llamó su atención, era simplemente una semilla pero a Juan le gustó y la guardó en su bolsillo. Sería su semilla de la suerte.
Pasaban los años para todos. También para Juan. Pero la semilla seguía en su bolsillo.
Este otoño iba a ser especial. Juan ya iba a ir al instituto, con sus compañeros. Aprendería otras cosas, tendría nuevos amigos y en los recreos seguiría jugando al fútbol.
¡Vaya! ¡Otra falta! La semilla se salió de su bolsillo yendo a parar a un rincón del patio. Cayó en un lugar cálido y húmedo, un lugar perfecto para vivir y, dicho y hecho, allí se instaló.
Poco a poco de la semilla fueron saliendo una raíz y un pequeño pero flexible tallo. Con el paso del tiempo la semilla se convirtió en planta y la planta siguió creciendo y creciendo hasta que se convirtió en un grueso y alto pino. Ese pino era muy envidiado por todos los demás porque era fuerte, alto y robusto. Se le veía feliz. Pero el destino le tenía preparada una sorpresa: cerca de allí empezaron a hacer unas obras, pero empezaron a excavar tan, tan cerca que dañaron las raíces de todas las plantas y árboles. Nuestro pino intentó proteger con sus raíces a los más débiles pero Las raíces del pino cada vez estaban más debilitadas y un día de mucho viento el pino empezó a tambalearse, cada vez mas fuerte, de un lado a otro, de adelante a atrás, cuando de repente… ¡¡¡¡ PUM !!!!
El árbol se derribó.
– ¡Vaya! -dijo José el carpintero- ¡Que pena de árbol! Aunque, pensándolo bien, saldrán buenas sillas de él. No vendrán nada mal para la biblioteca del instituto. Podemos cumplir el encargo.
Y en su último suspiro se oyó al pino:
– ¡Bien!